OPINIÓN. Ciudad Taró. Por Fernando Ramos Muñoz
Arquitecto. Creador de @sinarquitectura y @malagalab

27/03/13. Opinión. El arquitecto creador de los perfiles ‘@sinarquitectura’ y @malagalab’, Fernando Ramos Muñoz, colabora con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com. Lo hace publicando este artículo de opinión sobre la nueva ubicación de la Feria del Libro de este año, que se celebrará en mayo y se ubicará en el Palmeral de las Sorpresas. “El cambio de ubicación delata inercias perversas y endémicas de esta puñetera ciudad. Apenas hemos empezado a dejar que se asiente el Palmeral de las Sorpresas como espacio urbano, luchando contra su empalagoso nombre, y ya queremos matarlo de éxito”.

Libros errantes

TIENE uno a veces la inquietante sensación de que esta ciudad encuentra su modo de ser en la provocación permanente. Yerra una y otra vez, en movimientos inesperados, rectificaciones de última hora, vaivenes y sorpresas, buscando siempre la reacción airada, la desesperación o el lamento del ciudadano, diríase que para mantenerlo despierto y atento al espectáculo de la vida urbana.

TRAS la primera sorpresa grata e íntima de que sí se celebra, que ya es algo, leo que la Feria del Libro de este año viene con cambios, tanto en el tiempo como en espacio elegidos. Si bien la primera decisión de adelantarla a temperaturas más primaverales es un acierto innegable, que ayuda a evitarnos a todos, especialmente a libreros y escritores, el insoportable aplastamiento veraniego, el cambio de ubicación delata inercias perversas y endémicas de esta puñetera ciudad.

APENAS hemos empezado a dejar que se asiente el Palmeral de las Sorpresas como espacio urbano, luchando contra su empalagoso nombre, y ya queremos matarlo de éxito. Más allá de la grandilocuente y excesiva pérgola, de la pérdida de su carácter industrial portuario y de su casi completa desconexión espacial del entorno circundante, fruto de la pésima gestión política del Plan Especial del Puerto, el muelle Guadiaro hoy es uno de los pocos espacios públicos de Málaga donde se puede representar dignamente la condición de ciudadano.

PODER apropiarse plenamente del espacio urbano para estar, pasear, jugar, leer, escuchar, o contemplar y ser contemplado, sin verse esclavizado al mismo tiempo por el consumismo frenético y el abotargamiento espacial, visual y acústico del espacio basura comercial es privilegio del muelle Guadiaro, como contraste con lo que ocurre en el muelle Ricardo Gross anexo, y apenas conexo.

CON unos pocos elementos urbanos y una estrategia clara de ordenación espacial, superponiendo tramas en varias escalas, Junquera ha conseguido dotar de carácter al antiguo muelle sin colmatarlo, jerarquizando circulaciones y usos distintos, proporcionando a cada actividad su espacio y su ritmo. Y lo ha hecho con un altísimo grado de calidad en la ejecución formal, desgraciadamente muy difícil de ver en esta ciudad.

EN estas condiciones, la decisión de congestionar el Palmeral añadiéndole la Feria del Libro en su formato actual tiene que ser necesariamente mala, porque va a significar sí o sí el empeoramiento de su calidad ambiental, sin aportar ningún uso estrictamente necesario. Me temo que, por una parte, va a contaminar decisivamente la quietud, el confort ambiental y la calidad formal del espacio en que se inserta, y por otra, no va a conseguir el que parece el objetivo del traslado, que no es sino arrastar al consumo cultural a los humanoides consumidores del centro comercial anexo.

SUPONDRÍA además, extender al muelle Guadiario el mal que ya aqueja al Muelle Uno, que desde la inauguración ha visto crecer exponencialmente el número de cachivaches, expositores, vendeburras y tenderetes varios, al calor de la falsa expectativa de ventas.

NO se entiende de ninguna manera qué tiene de bueno el traslado de las anodinas casetas del libro entre dos zonas del mismo Parque, salvo meterse en un nuevo jardín del que será difícil salir después. Muy al contrario, el verdadero problema de la Feria actual radica, en mi opinión, en el desacertado e incompleto concepto que se tiene de su objetivo y responsabilidad urbana, y la consecuente y pobre formalización arquitectónica, que la condena al desarraigo una y otra vez.

EL papel urbano de la Feria no se debe medir sólo por el consumo y las ventas de cada ejercicio, ni siquiera por el número de casetas y/o visitantes; éstos deben ser resultados finales, parámetros cuantitativos que se vean favorecidos cuando se consiga la tarea fundamental: cualificar su propio espacio urbano a través de una propuesta cultural viva, dinámica, atrayente, y arquitectónicamente bien formalizada. No tanto buscar, sino crear su propio lugar es la primera necesidad.

TENEMOS ya ejemplos abundantes, como la Cuesta de Moyano en Madrid, o los bouquinistes de la orilla del Sena en París, o los más recientes artefactos móviles que forman la "calle portátil" de Jaime Lerner. Sin salir del Parque podemos aprender de la reconstruida Biblioteca de Mujeres, en la siguiente foto. Todas son propuestas destinadas a cualificar un espacio urbano antes indefinido, a crear un lugar de encuentro, mediante la inserción de elementos arquitectónicos eficaces y de cierta calidad, más o menos ligeros o efímeros.

CONTRASTA el arraigo y acierto de estos microespacios urbanos del libro con la permanente desubicación de las Ferias, tanto aquí, como en otras ciudades españolas. Seguramente porque se las juzga desde el prisma de las ventas y la atracción de masas, al contrario de lo que hacen en Moyano o el Sena, que es proporcionar al paseante espacios de encuentro accesibles y bien cualificados.

EL error de la Feria no reside en su ubicación actual en el Parque: céntrico, buen conector urbano, rodeado de espacios de recreo y de nodos culturales. Uso y espacio pueden complementarse mutuamente, sin duda, creando una especia de jardín de la lectura. Es la implantación en el lugar y su pobre propuesta arquitectónica lo que no funciona. Alinear casetas vulgares indefinidamente y sin ritmo alguno en un andén ya de por sí estrecho, y hacerlo de modo que oculte el Parque, ofreciendo a los peatones la vista y el ruido del tráfico rodado, es un error de bulto. Tampoco se ofrecen al paseante espacios de estancia y de reposo o lectura, que se ve obligado a acelerar o ralentizar la marcha, siempre en confilcto con las circulaciones generales del andén.

PODRÍA plantearse, por el contrario, extender la celebración a toda la superficie del Parque, superponiéndole una trama bien estructurada de pabellones, estantes, mesas o bibliotecas individuales, conectados entre sí mediante recorridos y visuales interiores a la masa verde, liberando los andenes casi completamente, favoreciendo las circulaciones generales y limitando la presencia de la Feria en ellos a elementos ligeros de comunicación. Por un lado, conseguiría identificar y poner en valor a cada una de las librerías y editoriales participantes, evitando el amasijo actual, dotándolas de espacio s propios representativos de estancia y lectura dentro del jardín general.

POR otro lado, añadiría al paseo botánico, con todos sus matices y atractivos, la experiencia del descubrimiento de cada pabellón/expositor/biblioteca, como hitos encadenados y bien distribuidos espacialmente. Identificar el amplio espacio verde con la lectura, la consulta de novedades editoriales, o la caza de rarezas y libros descatalogados proporcionaría sin duda arraigo urbano a la Feria, y mayor vitalidad al Parque.

A su vez, esa dispersión de hitos y revitalización de flujos peatonales podría crear nuevos espacios singulares, reforzando la red ya existente de lugares de estancia donde ubicar otras actividades culturales, verdadero sentido de celebración de la Feria. Conferencias, coloquios, presentaciones o actividades lúdicas. Es en la apropiación del espacio Parque por parte de la Feria donde reside la clave de su arraigo. Y debe hacerlo mediante todo tipo de actividades complementarias del hecho final venta, que bien puede hacerse posteriormente en la librería permanente. Es una Feria; su primera función no es vender, sino exponer, darse a conocer, relacionarse con el paseante y con la ciudad.

TAMPOCO ayuda en absoluto el diseño actual de las casetas; se perciben como elementos vulgares más pensados para almacenar y vigilar libros que para favorecer el contacto de éstos con el lector. Máxima apertura y contacto con el espacio urbano circundante, mesas o estanterías abiertas, algún lugar donde pueda sentarse el lector, o descansar el librero, y poco más sería necesario, siguiendo los afortunados ejemplos consolidados de Moyano o el Sena.

SE podría también implementar la calidad del mobiliario siguiendo el ejemplo del Ayuntamiento de Madrid, que convoca (o convocaba hasta 2008) anualmente un concurso abierto de ideas para el diseño de su Pabellón en la Feria. A la indudable mejora de la calidad arquitectónica de la propuesta, se añade la repercusión del concurso como evento cultural, apoyando la celebración general con exposiciones de las propuestas presentadas.

SE trata, en definitiva, de identificar la causa del menguante atractivo de la Feria del Libro para el ciudadano y el visitante, de modo que podamos proponer después soluciones eficaces, que haberlas haylas. Cualificar nuevos espacios y mejorar los existentes, conectar con el Plan Municipal de Impulso de la Lectura, y estimular económicamente la Feria convocando todo tipo de actividades complementarias parece un planteamiento más acertado que recurrir a la cercanía de centros comerciales franquiciados.

SI finalmente se traslada la Feria al Palmeral, buscando el apoyo del espacio basura comercial de Muelle Uno, me temo que no vamos a mejorar los resultados de años anteriores. Estoy seguro de que el muelle Guadiaro va a verse perjudicado definitivamente como Espacio Público. Ya tenemos en la ciudad otros ejemplos fallidos, como el traslado del mercadillo del Puente de Tetuán a los alrededores del Centro Comercial Larios, que recuperó las aceras para el peatón, pero no la actividad comercial de las casetas.

ENTRE las acepciones de la palabra "feria" que recoge el diccionario de la RAE, muy pocas hacen referencia al hecho de la compraventa de bienes o los tratos comerciales. La mayoría hacen referencia a un lugar y un tiempo de encuentro, celebración y fiesta. El verdadero sentido de la Feria del Libro es crear su propio tiempo, ritmo y espacio de invitación y encuentro con el lector, con el ciudadano y con el tejido urbano donde se inserta. Si anda equivocadamente a la carrera persiguiendo circulaciones y actividades que obedecen a necesidades no complementarias o incluso opuestas, no pasará nunca de ser una caravana de vulgares casetas llenas de libros errantes que a nadie van a interesar.

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