06/02/14. Opinión. Este encuentro anual (Poesía del Rock, IML) de tanta repercusión dentro y fuera de nuestras fronteras nunca ha logrado, sorprendentemente, el reconocimiento que merecía y ya va a ser difícil. No hay declaraciones de David Bowie ni de Bryan Ferry al respecto, pero sí que podemos hacer una breve reflexión sobre la magnitud de este acontecimiento mundial destinado, como tantas otras cosas, a desaparecer sin dejar rastro, como tantas cosas en Málaga.
DURANTE al menos ocho ediciones, el ciclo la Poesía del Rock ha sido, además de la única actividad con público que organizaba Alfredo Taján –aunque coordinaba su íntima Silvia Grijalba-, un encuentro anual donde confirmar con insistencia cómo las revoluciones del rock dejaron primero de ser 45, luego 33 y finalmente pura inmaterialidad donde el 0 es mucho más frecuente que el 1. Quizás por eso mismo, una pujante capital de provincias gobernada por un ayuntamiento de derecha franquiciada puede organizar un congresillo anual sobre el rock. Que tampoco vayan a creerse que da mucho de sí.
ES decir, que este ciclo no era ninguna de esas cosas extrañas que ocurren por el Reino Unido: academias y universidades que invitan a Julian Cope para que diserte largamente sobre Blake, después de que serios doctores aborden las letras del ponente; o a Nick Cave para que recite sin cantar sus propias letras tratadas como poesía en noble institución; o a David Toop para conferenciar en la Tate sobre su colaboración con el poeta Bob Cobbing… Los ingleses, que entre que están locos, que tienen dinero y sagacidad suficiente para darse cuenta de qué se hace en tiempo presente, se puede permitir estas actividades extravagantes.
DESPUÉS de ocho ediciones, han pasado por Málaga desde Loquillo a Servando Carballar, entre otros muchos. Lo que permite deducir que no ha habido mucho dinero, ni mucha locura, pero aun menos una visión del presente: todo ha sido pasado desde su primera edición, que ya es impropio. Y, lo peor contra ese nombre que adorna el asunto: rara vez se ha hablado de poesía. Mucho de rock, pero poco muy poco de la poesía y de las poéticas del rock, que a lo mejor tendría mucho interés. O ninguno; porque poco se puede esperar de quien solo ve el pasado y aun menos de quien no es capaz de hablar de poesía ni proponiéndoselo. Y Taján y Grijalba reúnen las dos características, como demuestran ocho ediciones.
EL futuro que ya casi es pasado se nos viene encima en la que quizás sea su última edición, la novena, que ya es mala cifra para despedirse. Tiene un tema general y un lema que lo enmarca. Este ciclo siempre tuvo esa costumbre. Ciertamente nunca ninguno del tipo “poéticas de la destrucción y la autodestrucción en el rock”; “el rock en el barco ebrio”, “nuevas poéticas entre el hardcore y el noise”, “cut-up en el rock, ¿Valerie Solanas o Genesis Breyer P-Orridge?”… O sea, que poesía, poca, aparte de hablar de las letras de alguno.
EN esta edición nonagenaria el lema es “Industria, marketing e imaginación –Del vinilo a la era del mp3”. Que ya son ganas de hablar de poesía cuando podemos hablar de negocios. O de lo mal que nos va el negocio. Las sesiones llevan estos títulos: “Cómo disparé al rock and roll y salí ileso”; “El dibujo y el diseño en la industria del disco”; “De los momentos musicales al dominio del Myspace”; “El marketing y la imagen en la construcción de una estrella del rock & pop”; “Por la cara” y “Relación entre imagen y letras del rock”.
A pesar de esa apariencia de condeduque de Olivares doblado que gasta Taján y de aspirante a absolutamente moderna con subtítulos que derrocha su amiga Grijalba, no se privan de caer en frases como: “Guy Webster (uno de los fotógrafos más importantes del mundo…)” o “Óscar Mariné (pintor y uno de los diseñadores gráficos más importantes de este país)”. No se sabe con qué intención, si la de ponerse a la altura de la ciudad, por condescendencia, o por un verdadero arranque de sinceridad de carácter. La ciudad no sería igual sin estas aportaciones, por otra parte tan generales, y es de agradecer que dos personas tan leídas y escritas y de tanto éxito universal en todo lo que han hecho y deshecho se presten a hacer estos trabajos a cuello descubierto y exhibirlo carmesí ante todas las miradas.
PERO dentro de todo, que no se hable de poesía es lo de menos, después de ocho años y un día sin hacerlo. A ver si no sabemos ya que la web de RENFE es más interesante que los ripios imperialistas de los Álvarez Montero, por generalizar la poesía actual española, que hace veinte años parecía blanda como el algodón y resultó borra de colchón. Lo interesante de veras es que, al margen de la inevitable intervención del fotógrafo viejuno de estrellas del rock que nunca han venido a Málaga en plenitud de facultades o, en su defecto, en el momento álgido de su carrera, todo lo demás va de problemas o asuntos profesionales.
NO es que se vea mal que se hable de las relaciones entre el diseño y el rock, que ha sido mucho más que hacer cubiertas de discos, como puede saber quien tenga memoria y recuerde el estudiado desaliño indumentario que Vivianne Westwood logró para los Sex Pistols y de rebote para millones de jóvenes de ambos sexos en todo el mundo, los gorritos de Devo, la guitarra de espejuelos de Syd Barrett o las toneladas de merchandising que venden los Ramones, David Bowie o los Rolling Stones incluso después de muertos.
TAMPOCO está mal hablar de cómo se construye una estrella de rock, es bueno de hecho, que se conozca la transición que va del/a joven que surge de un miserable local de ensayo hasta que podemos verle enseñando carne en la MTV.
NI está mal tampoco que algo se llame “por la cara”, un poco antiguo, quizás, pero a fin de cuentas esto es sobre el rock, nadie le demanda a estas alturas ser absolutamente moderno. Sonido Marshall y “actitud”, con eso basta.
LO que se ve raro es que alguien vea relación entre todo esto y la “poesía en el rock”, y que lo organice el IML. No se acaba de ver, la verdad. Y eso, por no hablar de la coherencia interna. “Industria, marketing e imaginación –Del vinilo a la era del mp3”: un fotógrafo que viene a contar su historia -¿montón de anécdotas una detrás de otra o análisis profundo de las relaciones entre el rock y la retransmisión de la imagen en la era de la reproducción mecánica?-, un par de diseñadores contando su experiencia con las discográficas; un ejecutivo comercial hablando de la distribución de formatos digitales… La verdad, no parece gran cosa, todo lo más, una sucesión de exposiciones muy limitadas al punto de vista de una o dos personas, que dejan muy poco margen a los cientos de aspectos que quedan fuera y que padecen tanto los músicos como los consumidores.
ESTA novena edición no hubiese sido la despedida perfecta para un acontecimiento perfecto en Londres ni en Nueva York ni en Memphis, Tennessee, pero por suerte para Taján y Grijalba no estaban allí, sino en Málaga. Y del mismo modo que todos nos enteramos de lo que ocurre en esas ciudades, nadie, ni siquiera aquí, se entera de qué ocurre en esta.
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