“El lobby taurino, fuerte y respaldado, financiado por todos, pone como seña de identidad a España, ninguneando, como es su costumbre, a los millones de españoles que estamos hartos de esa etiqueta de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía” que ni somos ya ni queremos volver a serlo”
OPINIÓN. Tribuna abierta. Por Carmen Manzano
Presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga (SPAMP)
05/03/20. Opinión. La presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga, Carmen Manzano, hace un repaso en su nueva Tribuna abierta para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el lobby taurino: “Dejando de lado lo que opino sobre un espectáculo de muerte y tortura, lo que está claro es que la tauromaquia se mantiene porque la pagamos todos los españoles, nos guste...
...o no nos guste: la pagamos cuando TV retransmite los Sanfermines y paga ochocientos mil euros, la pagamos cuando la Administración Central destina cuatrocientos mil euros a cinco asociaciones dedicadas al toro de lidia, la pagamos…”.
Carne de sufrimiento
No me estoy inventando tan macabro título: así se denomina la carne del toro masacrado en las lidias, según el Real Decreto 1376/2003, y aún vamos más allá, Rodrigo Pozo Lara (académico) considera esta carne como “subproducto”. Por esa carne, se consiguen subvenciones de la UE, que de alguna manera, al denominarla así considera que es, efectivamente, una carne fruto de la tortura y el sufrimiento.
Sufrimiento: el padecimiento, la pena o el dolor que experimenta un ser vivo.
Según los taurinos, el mundo del toro de lidia, mueve dos mil quinientos millones de euros y da trabajo a casi doscientas mil personas. Afirman que es el 2,4 del PIB.
Cifras que nadie comprueba, pero difíciles de creer cuando cada día se celebran menos corridas y se inscriben menos toreros en el Registro de Profesionales Taurinos (si se le puede llamar profesión). Sin ir más lejos, de 779 inscritos en el 2013, nos vamos al 2018 con 492, o sea, casi un 40% menos.
Festejos taurinos, pasamos de 1.997 en el 2012, a 1521 en el 2018. Incluso baja el número de ganaderías, pero sube el número de escuelas taurinas, y en esa contabilidad, desgraciadamente, Andalucía se corona con 23 escuelas en el 2018.
Dejando de lado lo que opino sobre un espectáculo de muerte y tortura, lo que está claro es que la tauromaquia se mantiene porque la pagamos todos los españoles, nos guste o no nos guste: la pagamos cuando TV retransmite los Sanfermines y paga ochocientos mil euros, la pagamos cuando la Administración Central destina cuatrocientos mil euros a cinco asociaciones dedicadas al toro de lidia, la pagamos cuando la Diputación de Málaga entrega cincuenta mil euros a la Fundación Toro de Lidia, desgraciadamente afincada en Málaga, la pagamos cuando se retransmite por Canal Sur las penosas corridas y novilladas, la pagamos cuando se subvencionan 63 escuelas taurinas existentes en España. En Málaga, concretamente, tenemos la “inmensa suerte” de tener dos; una en Ronda y otra en Málaga capital. Todas subvencionadas.
En un artículo que leí sobre las escuelas taurinas, dice textualmente “Allí, cada semana, acuden alumnos de todas la edades para aprender a torear. Les enseñan a coger el tapete, clavar las banderillas y pensar como un toro”. Magníficas enseñanzas, sin duda. Lo que obvian, es a cuántos becerros torturan hasta que aprenden a clavar banderillas, estoquear y matar. Esas cifras no cuentan, claro, porque esos becerros no sufren, ya saben, el tema de adrenalina y tal, becerros del tamaño de mastines adultos. Hay otras cifras, como los más de setenta mil toros que mueren cada año en las plazas y los festejos de los pueblos; calculen la impactante cifra de “carne de sufrimiento” o “subproducto” que manejamos anualmente.
Blas Infante, padre de Andalucía, poeta y notario, pensador e idealista, escribió:
El toro hervíboro convertido en fiera por el hombre
el toro y el caballo, hermanos en la pradera.
La desgracia del toro, ¿son sus cuernos?
Luego es el hombre.
El lobby taurino, fuerte y respaldado, financiado por todos, pone como seña de identidad a España, ninguneando, como es su costumbre, a los millones de españoles que estamos hartos de esa etiqueta de “charanga y pandereta, cerrado y sacristía” que ni somos ya ni queremos volver a serlo.
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