“Naces en España y ya eres un bicho raro como no estés de acuerdo en una serie de supuestas tradiciones, que han llenado nuestra tierra de sangre, tortura y muerte, ya tienes el sambenito de antipatriota, en pocas palabras, eres un traidor”
OPINIÓN. Tribuna abierta. Por Carmen Manzano
Presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga
18/11/20. Opinión. La presidenta de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Málaga, Carmen Manzano, escribe en su nueva Tribuna abierta para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la crueldad animal en las fiestas populares: “Apalear animales, lancearlos, prenderles fuego, arrancarles la cabeza, lanzarlos desde las alturas o al agua para honrar festividades religiosas y patronos, son...
...muchas de nuestras fiestas populares, orgías de sangre y dolor, donde el maltrato y la muerte son contemplados por niños y mayores en un ambiente festivo como si estuviésemos aún en el Paleolítico, honrando divinidades con sangre, por miedo a castigos divinos”.
¿Tradición o traición?
La tradición: del latín traditio, la tradición es el conjunto de bienes culturales que se transmite de generación en generación dentro de una comunidad. A los que por las razones que sea, en este caso, las éticas, no estamos de acuerdo, se nos tacha de traidores y rupturistas, ya que la tradición se asocia a una visión conservadora y de mantenimiento del status quo.
Los sociólogos admiten que la tradición debe ser capaz de renovarse y actualizarse como única manera de mantener su valor y utilidad, modificando su forma para adaptarse a las nuevas circunstancias. Vicente Alexandre, en su discurso de recepción del premio Nobel lo expresa: “tradición y revolución” He aquí dos palabras idénticas.
La traición: falta que se comete quebrantando la lealtad que se debe guardar hacia un grupo al que perteneces, haciendo lo contrario de lo que se espera de ti.
Naces en España y ya eres un bicho raro como no estés de acuerdo en una serie de supuestas tradiciones, que han llenado nuestra tierra de sangre, tortura y muerte, ya tienes el sambenito de antipatriota, en pocas palabras, eres un traidor.
Y te pones a mirar nuestra cultura y las tradiciones populares y empiezas a quedarte ojiplática de la sinfonía al maltrato que son la inmensa mayoría.
Empezamos por la caza, por las rehalas, por la costumbre y tradición del colgar de un árbol a los perros que no sirven, que no cazan, por la costumbre y tradición de abandonar a los que no sirven o ahogar las camadas indeseadas. Uno de mis peores recuerdos de niña era ver cachorros de perro o gato ahogados en las acequias del cortijo, y la respuesta “pues es lo que se ha hecho siempre”. Gran razón.
Seguimos por la vida que sufren esos pobres perros, mientras mal viven atados en zulos, y el vicio de disparar a todo lo que se mueve, destrozando los ecosistemas y la naturaleza. Otro día hablaremos con más extensión de este tema, pero ahora, voy a centrarme en las “tradiciones populares”.
La absoluta falta de respeto a los animales es la Marca España
Hablemos de los toros: podemos suponer que nace esta tradición como culto a Mitra, dios persa del sol, que posteriormente adopta Roma. En los rituales de iniciación, se sacrificaba un toro con puñal y se bautizaba al fiel con su sangre; después llegaron las “venerationes” luchas de toros con otros animales o con el hombre. Poco a poco han ido evolucionando hasta ser lo que son en la actualidad; tendremos que reconocer que los tremendos espectáculos de los caballos destripados, llegaron a calar en el público y actualmente se protege a los caballos, y aunque los tremendos envites del toro, siguen causando daños, ya no se ven, aunque el caballo los siente igual.
Afortunadamente, este recital chulesco de muerte goza cada vez de menor popularidad entre los jóvenes y su relevo generacional será transformarse, quizás a la portuguesa, sin muerte en la plaza del toro, al que matan de todas formas, o seguirá siendo un nicho de mercado para algunos, para los menos será arte y para la mayoría será barbarie, pero dejará de tener la transcendencia que tenía en el pasado.
Apalear animales, lancearlos, prenderles fuego, arrancarles la cabeza, lanzarlos desde las alturas o al agua para honrar festividades religiosas y patronos, son muchas de nuestras fiestas populares, orgías de sangre y dolor, donde el maltrato y la muerte son contemplados por niños y mayores en un ambiente festivo como si estuviésemos aún en el Paleolítico, honrando divinidades con sangre, por miedo a castigos divinos.
Los Sanfermines: lo más conocido y lo más festejado de las fiestas populares dedicadas a santos y patronos que inundan anualmente nuestras calles y plazas de tortura. La crueldad de los encierros, la invocación al santo, las corridas, nos llevan al más puro provincialismo populachero.
Toro de la Vega: en Tordesillas. Cruel espectáculo donde se alancea un toro. El toro, herbívoro pacífico, huye por la vega de una panda de energúmenos a caballo, buscando refugio o comprensión. No lo consigue y muere alanceado por el más energúmeno de la panda. Actualmente, no se alancea al toro, al menos a la vista del público.
Toro de San Juan: en Coria, salvajada donde se convierte un toro en un acerico, soplando dardos contra él (parece que si le aciertas en los ojos o genitales trae suerte) para terminar pegándole un tiro en plena calle.
La batalla de las ratas: en Puig (Valencia). Tradición asquerosa donde las haya. Los mozos matan a palos y congelan los cadáveres para lanzarlos a la gente, incluso piñatas, antes con ratas vivas, llenan las calles. Queremos ratas, queremos ratas, es el grito que se escucha. Una fiesta que consiste en lanzar cadáveres de animales…
Apedreamiento de Judas: en Robledo de Chavela (Madrid). En un poste se cuelga un muñeco representando a Judas. Hasta ahí, todo bien, pero es que el poste se rodea con cántaros llenos de animales vivos (antes gatos o ardillas, ahora palomas) y se trata de romper los cántaros a pedradas, junto con el muñeco.
Toro del júbilo: Medinaceli (Soria). Se le ponen bolas embadurnadas en material inflamable en los cuernos al toro y se prende… queda muy bonito ver al toro corriendo desesperado por el dolor y el miedo.
Los toros enmaromados y carrebous o al agua: en Benavente (Zamora) en Aragón, en Valencia, en Alicante, en Cataluña, en Rioja o Andalucía, jalonan de tradición y muerte nuestra geografía.
Carreras de gansos: en Carpio de Tajo (Toledo) y en honor al Apóstol Santiago, se cuelgan gansos (en la actualidad, muertos) y al galope, los caballistas de la hermandad Santiago Apóstol, los cogen por el cuello para decapitarlos tirando con fuerza. Una vez decapitado el ganso, empiezan con otro, sin número determinado… los que el hermano mayor de la hermandad decida.
Pájaros en las palmeras: en Elche, se atan a las palmeras durante la Semana Santa para que “haga bonito”.
El burro de peropalo: en Villanueva de la Vera (Cáceres), por Carnaval, un burro pequeño y asustado es obligado a desfilar entre las calles del pueblo, rodeado de gente que grita y cargando a un borracho, aguantando sus continuas caídas, resbalando en las calles empedradas, apretujones, tirones y escopetazos a su alrededor. Un ruido atronador y un estrés increíble. Los burros son muy vulnerables al estrés y pueden morir de hiperlipemia en menos de 48 horas.
Fiesta de la pava: en Cazalilla (Jaén) la tradición es lanzar una pava viva desde el campanario, en honor a San Blas. Afortunadamente, esa tradición se ha reconvertido, en el 2020, y se lanzan peluches de pavo real. Una muestra de que se puede evolucionar positivamente y mantener las tradiciones. Cierto es también, que durante dos años consecutivos que aún se seguía lanzando la pava viva desde el campanario, los propios vecinos pagaron las sanciones impuestas por la Junta de Andalucía.
Patos al agua: en Sagunto (Valencia) y con ocasión de las fiestas patronales del 15 de agosto, son lanzados los patos al agua desde un barco y los bañistas intentan cogerlos y lanzarlos de unos a otros. Fueron, afortunadamente, prohibidas y actualmente se lanzan peluches y pelotas de goma, aunque durante años, el Ayuntamiento pagó las sanciones impuestas.
Arrastre de piedras por bueyes: catalogado también como deporte, en País Vasco, Asturias, Canarias, Navarra y Cantabria. Una pareja de bueyes debe arrastrar piedras que pueden pesar entre mil quinientos a cinco mil kg de peso, “ayudados” por golpes de vara o pinchazos e incluso dopados. Muchos mueren al no poder aguantar el estrés, el dolor y la tensión que les provoca el arrastre de las piedras.
Tiro de caballos y arrasstre: en Valencia; esta vez, según afirman, se une la tradición y el deporte. El caballo, “ayudado” por el carretero y a puñetazos en la cabeza, testículos y patadas en la barriga, debe arrastrar un carro cargado con sacos que triplican su peso, en un suelo de arena, donde debe hacer tres paradas obligatoriamente, que son aprovechadas para añadir peso. Muchos caballos se desploman, incapaces de aguantar el peso y las “ayudas” del carretero.
La disfrutá de los marranos: en Ceutí (Murcia). La fiesta consiste en embadurnar a los cerdos en aceite, ponerles un número y echarlos a un barrizal, donde equipos de cuatro personas, también con un número, tendrán que atraparlo. El premio por capturarlo es quedarse con el animal. Aparte de la nula gracia que tiene la fiestecita, el estrés y los golpes que padecen los animales, el Ayuntamiento ignora tranquilamente la ley que prohíbe expresamente la donación de animales como premio, recompensa o reclamo publicitario.
Becerradas: por toda España, donde se tortura y maltrata con banderillas, golpes a becerros del tamaño de perros mastines, siendo especialmente crueles las de Espinar (Segovia) Valmojado (Toledo)y Algemesí (Valencia).
Rapa da bestas: en toda Galicia, aunque la más conocida es la de Sabucedo, que dura cuatro días. Se define como uno de los eventos más tradicionales de Galicia y se inicia con la subida al monte en busca de los caballos salvajes. Las manadas, asustadas y estresadas son bajadas a los “curros” por hombres a caballo, en recorridos de 15 a 20 km y encerrados. Los caballos, estresados y hacinados, apenas pueden moverse; los niños entran en el cercado y separan a los potrillos de las madres, tirando del cuello o de la cola. Es el momento ahora de los hombres, que en grupos de tres, cansan al caballo, montándolo uno, cogiéndolo otro por el cuello, mientras que el que lo coge por la cola, lo rapa a tirones y lo marca.
Por supuesto, esta crueldad “tradicional” no es patrimonio exclusivo de España. Especialmente cruel es el “giro del perro” en Bulgaria, para propiciar las cosechas o la matanza de delfines en las islas Feroes de Dinamarca, como prueba tradicional de la mayoría de edad.
Las tradiciones basada en la crueldad hacia los animales tiende a desaparecer, pero el problema de estas “fiestas” es que son parte del aprendizaje de los jóvenes, que ven cómo no se deslegitima la crueldad y el maltrato, perpetuando estos comportamientos. Si la educación de los más pequeños, fracasa en transmitir valores de respeto a nuestro entorno y a quienes lo comparten con nosotros, habremos fracasado como sociedad.
Si se eliminan subvenciones, se destinan las plazas de toros a otros usos, se plantean alternativas a peñas y comisiones de fiesta y se aprueban normativas restrictivas respecto a los fuegos artificiales ruidosos y los circos con animales, las posibilidades de que las tradiciones festivas de nuestros pueblos cambien de manera paulatina y poco traumática, aumentarán.
No se trata de abrir más brechas sociales, sino de conseguir que el respeto hacia los animales se imponga en nuestra sociedad. Una tradición puede y debe cambiar cuando pone en peligro la libertad o el trato justo a los seres vivos; solo así perdurará la vida social armónicamente y progresará éticamente la sociedad.
Cierto es que para avanzar, debemos “seducir” más que imponer y enseñar más que aleccionar. La costumbre, muchas veces centenaria, que apela a la identidad o al arraigo, no puede estar por encima de los derechos de los animales, ni que se invoque la cultura para defender que, precisamente, se atente contra ella.
Tan necesario es “sacar músculo social” y manifestarnos y demostrar que cada vez somos más los que estamos a favor de los animales y en contra de su tortura, como apelar al cumplimiento de la legislación vigente y exigir su prohibición. Y por supuesto, una gran campaña de educación y sensibilización ciudadana, para promover ese necesario cambio, prestando una especial atención al mundo rural: escuelas, centros cívicos, sindicatos agrarios, cooperativas del campo. Avanzar en el mejor trato a los animales y acabar con las tradiciones basadas en su maltrato, que nos mantienen con un pie en la barbarie, buscar alianzas basadas en un deseo de compresión, sin recurrir a supremacías morales o imperativos legales. La cultura es y debe ser nuestra herramienta.
El día que las becerradas provoquen más vergüenza que regocijo en un pueblo, habrán llegado a su fin y nosotros conseguido nuestro objetivo: Que la tierra no sea el infierno de los animales. Y no ser llamados traidores.
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