“Los propios orígenes de la democracia española y el modelo de transición de la dictadura a la democracia agravan la situación y, por más que lo nieguen los partidos mayoritarios y los medios de comunicación, han generado una democracia imperfecta”

OPINIÓN. Tribuna Abierta. Por Antonio Somoza Barcenilla
Periodista


02/03/21. Opinión. El periodista Antonio Somoza escribe en esta Tribuna Abierta para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la fina línea que separa la democracia de la plutocracia: “Hay, al menos, tres mecanismos que se han implantado en todas las democracias occidentales que son auténticos caballos de Troya que tienen bien asentados los poderosos para asegurar que los políticos legislen a favor de sus...

...intereses y en contra de los intereses de la mayoría: los lobbies, las puertas giratorias y los medios de comunicación. Los tres están muy relacionados y cada uno cumple su papel en la defensa de los intereses de los privilegiados y en el vaciado de la soberanía popular”.

Una plutocracia plena

Según la primera acepción del diccionario de la RAE, democracia es el “sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes”. En la actualidad, España, como la mayoría de los países europeos, incluida la CE, han desarrollado modelos de democracia representativa, con algunos mecanismos de democracia directa mediante la consulta vinculante al pueblo soberano sobre aspectos concretos de la gobernanza. Evidentemente, hay países, como Suiza y Estados Unidos, en los que los referéndums y consultas populares son una práctica habitual y normalizada; y otros, como el nuestro, en el que este tipo de ejercicio directo de la democracia son sistemáticamente evitados, ninguneados y, en ocasiones, tomados como una prueba de un intento de atentar contra la propia democracia.


Cualquiera de las tres fórmulas de organización democrática (directa, representativa o mixta) son perfectamente defendibles y cualquiera de las tres pueden generar mecanismos que impidan un desarrollo pleno de las capacidades democráticas. La frontera entre la democracia y la plutocracia (1) es muy tenue y, desgraciadamente, en muchas ocasiones parece que en España y en otros países de nuestro entorno, incluida la propia CE, el poder está mucho más en manos de los más ricos o muy influido por ellos (plutocracia) que del pueblo soberano (democracia).

Hay, al menos, tres mecanismos que se han implantado en todas las democracias occidentales que son auténticos caballos de Troya que tienen bien asentados los poderosos para asegurar que los políticos legislen a favor de sus intereses y en contra de los intereses de la mayoría: los lobbies, las puertas giratorias y los medios de comunicación. Los tres están muy relacionados y cada uno cumple su papel en la defensa de los intereses de los privilegiados y en el vaciado de la soberanía popular.

Los lobbies o grupos de presión son mecanismos que van aparejados a la democracia representativa o liberal desde sus orígenes y que tienen una influencia creciente en la era de la globalización. A pesar del peso que tienen en el proceso de decisiones políticas que nos afectan a todos, el pueblo soberano no los elige ni tiene capacidad de control sobre ellos. En muchos casos, como en nuestro país, no está siquiera regulado su funcionamiento. Y en otros, como en Europa, su regulación es mínima y su influencia en las decisiones que se adoptan es máxima. Funcionan a pleno rendimiento cuando los gobiernos elegidos democráticamente son afines a sus intereses y, sobre todo, cuando estos gobiernos llegan al poder con la promesa de legislar a favor de los intereses de los desfavorecidos.

En Bruselas hay registrados más de 500 lobbies, principalmente industriales y financieros, en los que trabajan más de 10.000 personas muy bien pagadas cuya principal función es “convencer” a los políticos de que legislen en favor de sus intereses favoreciendo procesos de privatización de servicios, de deslocalización de empresas, de mantenimiento de paraísos fiscales... En algunas ocasiones, la influencia de estos grupos es tan potente que se han llegado a votar en el Parlamento acuerdos secretos, como los tratados de libre comercio o la adquisición de vacunas contra la Covid.

Es cierto que, entre esos más de 500 lobbies, hay una pequeña cantidad que representan intereses ciudadanos y no empresariales como los lobbies ecologistas, sindicales, feministas, de consumidores, o LGTBI. Pero sus recursos son mucho más limitados que los de los grandes grupos farmacéuticos, financieros, energéticos o industriales y sus presiones sólo salen adelante cuando no ponen en riesgo los beneficios empresariales o en situaciones de escándalo, como la regulación del consumo de tabaco por el riesgo para la salud. No siempre la salud de la población es suficiente para detener la ambición de los poderosos. Los sindicatos, por ejemplo, han tenido poca capacidad de influencia para impedir la deslocalización de la producción a pesar de que esta medida ha perjudicado gravemente a los trabajadores europeos.

Las puertas giratorias es el término que se ha popularizado para referirse al fichaje de políticos por parte de grandes empresas una vez finalizada su etapa en la política activa. No deja de ser una práctica típica de los lobbies para asegurarse políticas favorables a sus intereses por parte de los partidos que alcanzan el poder. En España antes de dar este paso es necesario contar con un informe favorable de la Oficina de Conflicto de Intereses, dependiente directamente del Gobierno, pero por los resultados de los informes no parece que esta formalidad haya tenido mucho efecto. Según un artículo publicado en eldiario.es el 11 de marzo de 2019, desde 2006, la Oficina había estudiado 536 solicitudes y dado el visto bueno a 525. En trece años sólo se informó negativamente a 11 peticiones. El resultado: más de medio millar de ex altos cargos del Gobierno de la nación o de gobiernos autonómicos ficharon por bancos, fabricantes de armas, empresas energéticas, constructoras y otras compañías del Ibex-35 con sueldos estratosféricos que finalmente se compensan con medidas que favorecen los intereses empresariales. Esta práctica ha sido utilizada por todos los partidos políticos que han alcanzado cotas de poder, pero de manera especialmente sangrante por el PSOE y, sobre todo, por el PP.

El papel de los medios de comunicación en este deslizamiento desde la democracia a la plutocracia es especialmente preocupante y sangrante ya que, desde los albores de la democracia en la Historia Contemporánea, la libertad de expresión ha sido uno de los pilares en los que se sustentaba el modelo político democrático. Y los medios de comunicación son, en buena parte, los depositarios de ese derecho. Durante casi un siglo, desde mediados del s. XIX a mediados del s.XX, todos los grupos políticos, sociales y económicos tenían sus propios periódicos y aunque la libertad de prensa no era exactamente igual para los editados por la burguesía que para los medios de sindicatos y partidos de izquierda, había al menos un abanico amplio de opiniones contrapuestas.

La aparición de medios audiovisuales (radio y televisión) ya afectó de manera notable a la pluralidad informativa ya que los nuevos medios requerían de una inversiones fuera del alcance de los grupos menos favorecidos. Pero, aún así, durante unas décadas, los medios representaban una cierta pluralidad de opiniones. Había periódicos de tendencia progresista en todos los países. Una realidad que se quebró en la última década del s. XX y en la primera del s. XXI. En esos años comenzó un proceso de fusiones y adquisiciones de medios que finalmente eliminaron de la escena los pocos medios que podía considerarse afines a la burguesía progresista y fueron adquiridos por grandes grupos alineados con ideologías muy de derechas que son los encargados de marcar la agenda de la actualidad y de difundir entre la población escenarios favorables a los intereses de los propietarios de esos medios.

Las particularidades de España

En España se dan estos tres mecanismos con igual o mayor intensidad que en el resto del mundo occidental. Pero, además, los propios orígenes de la democracia española y el modelo de transición de la dictadura a la democracia agravan la situación y, por más que lo nieguen los partidos mayoritarios y los medios de comunicación, han generado una democracia imperfecta. ¿Mejor que la dictadura? Por su puesto, pero más próximo a la plutocracia que al ideal de democracia plena que nos tratan de vender.


En España, al contrario de lo ocurrido en Portugal tras la Revolución de los Claveles, se optó por una transición sin tocar los resortes de poder de la dictadura. La propia jefatura del Estado se reservó para la persona que había seleccionado el dictador y se mantuvo en sus puestos a los máximos responsables del Ejército, la Policía, la Guardia Civil, la Judicatura, la Administración del Estado y los poderes financieros y económicos. Y, lo que es más grave, la influencia de esos sectores, que habían mantenido la dictadura con mano de hierro, se ha prolongado hasta hoy. Ahora nos encontramos con preocupantes muestras de apoyo a postulados de la extrema derecha entre esos cuerpos que deberían ser fundamentales para un desarrollo normal de la vida democrática. La desigual actuación de la policía en manifestaciones según quien las convoque, las soflamas de algunos militares que aspiran a fusilar a más de la mitad de la ciudadanía del país y la diferente respuestas judiciales ante soflamas como la del “general fusilador” y raperos o titiriteros que denuncian, con mayor o menor arte, los excesos del sistema o la extensión de prácticas de corrupción por parte de empresas que crecieron a la sombra del franquismo, son sólo algunos ejemplos de los escollos extra que afronta nuestra sociedad para alcanzar una democracia plena.

Es realmente optimista, o ingenuo, pensar que se iba a producir el tránsito desde una dictadura sanguinaria a una democracia plena sin neutralizar ninguno de los resortes de los que se había valido Franco para mantenerse en el poder. Quizás lo entendamos mejor con el ejemplo de otro país, Rusia, que trató de transitar de la dictadura a la democracia sin desmontar y quitar el poder a los responsables de los aparatos represores del Estado soviético.

El 15-M y la cuadratura del círculo

El movimiento 15-M, en España, fue la respuesta inesperada e ilusionante de la ciudadanía frente a los excesos plutócratas de nuestros sistemas de gobierno que nos habían llevado a una crisis financiera e hipotecaria que estalló no porque las personas gastáramos por encima de nuestras posibilidades si no porque nuestros representantes habían legislado para favorecer la voracidad de los poderosos. La gente tomó las calles de manera pacífica para debatir y protestar contra nuestros “supuestos” representantes al grito de “que no, que no, que no nos representan” y nuestros políticos se pusieron a temblar. Sin embargo, la falta de experiencia de una lucha ciudadana al margen de la política convencional y el deseo de lograr soluciones rápidas y fáciles frustraron aquel esperanzador movimiento, que en pocos meses se dividió entre quienes pensaban que había que mantener la movilización en las calles y quienes opinaban que aquellas reivindicaciones se podrían solucionar entrando en el juego de la política convencional. Y ahí surgió Podemos y se produjo la fractura del movimiento 15-M.


La apuesta del salto a la política tradicional era arriesgada, tanto por motivos internos como externos. Era complicado, de entrada, articular un movimiento horizontal y asambleario como el 15-M con la lógica de los partidos políticos que, por definición, son verticales y poco amantes de la asamblea como espacio para tomar decisiones. La cuadratura del círculo. Los riesgos externos eran obvios en una situación en la que los partidos políticos tradicionales, los medios de comunicación y todo el aparato judicial y policial, con demasiados anclajes con la dictadura, iban a ir a por ellos para salvar los intereses de los poderosos. Estaban acostumbrados a transitar con soltura de la democracia a la plutocracia, a la luz del día y, si fuera necesario, por las cloacas. La campaña que se desató contra UP y que aún se mantiene es bochornosa, pero ha cumplido con sus objetivos: UP retrocedió de sus buenos resultados iniciales y no parece fácil que vuelvan a remontar para tener suficiente fuerza para lograr una vuelta a la democracia genuina y, aunque ganaran, no sería fácil superar las trabas que, seguro, iban a seguir poniendo las élites a cualquier medida que pusiera en riesgo la defensa de sus beneficios.

Porque, no nos engañemos, los poderosos presionan siempre, cuando ganan opciones política próximas a sus planteamientos y más, si cabe, cuando las elecciones dan como ganadora a una opción que se plantee realmente legislar en beneficio de los desposeídos. Disponen de una amplia gama de recursos para lograrlo, por las buenas o por las malas. Por contra el pueblo llano, el supuesto depositario de la soberanía en democracia sólo dispone de su voto (con efectos muy limitados), la movilización y su propia vida. Y por regla general, la capacidad de movilización se reduce mucho cuando llegan al gobierno opciones que, al menos en apariencia, van a defender sus intereses desde el poder.

¿Qué hacer?

Sólo nuestra implicación directa en la solución de nuestros problemas puede cambiar el devenir de la historia. Ya lo dijo, hace más de un siglo, Ricardo Mella en un artículo que se publicó en “Solidaridad Obrera” de Gijón el día de Navidad de 1909. El artículo se titula “Vota, pero escucha” (2) y, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación está completamente vigente y su lectura es muy recomendable. Mella finaliza su escrito con esta frase: «¿Quieres cultura, libertad, igualdad, justicia? Pues ve y conquístalas, no quieras que otros vengan a dártelas. La fuerza que tú no tengas, siéndolo todo, no la tendrán unos cuantos, pequeña parte de ti mismo. Ese milagro de la polí­tica no se ha realizado nunca, no se realizará jamás. Tu emancipación será tu obra misma, o no te emanciparás en todos los siglos de los siglos».


El problema no está en votar o no votar. El voto, con ser importante, tiene unos efectos muy limitados y más en una situación real de plutocracia en la que las decisiones importantes las marcan los poderosos a través de las herramientas que hemos detallado. Lo verdaderamente importante es lo que hacemos entre votación y votación. Lo importante es que mantengamos nuestra presión en la calle, sea quien sea el ganador de las elecciones y, sobre todo, que cambiemos nuestra forma de vida y de relación cotidiana. Parafraseando y actualizando el artículo de Ricardo Mella, lo importante es que tras depositar el voto “actuemos por cuenta propia. Que vayamos y en cada barrio formemos redes de apoyo mutuo vecinal; creemos espacios de reflexión y diálogo; difundamos nuestras ideas por redes sociales y por los medios de que dispongamos; formemos cooperativas de consumo y las conectemos con otras de producción; generemos nuestra propia energía alejados de las grandes compañías; primemos los medios de transporte no contaminantes; controlemos nuestras ansias consumistas; ralenticemos nuestro ritmo de vida para poder disfrutar de ella..., o cualquier otra iniciativa que nos ayude a recuperar el control de nuestras vidas; cualquier cosa de lo mucho que queda por hacer”.

Y que sigamos manifestando públicamente nuestras aspiraciones en la calle, con movilizaciones constantes para defender nuestro derecho a vivir con dignidad, frente a las ansias de acumulación de unos pocos que marcan las líneas políticas de actualidad. Esa movilización debe surgir desde la base, no patrocinada ni auspiciada por ningún partido. El pueblo, los pobres, no debemos ser la correa de transmisión de ninguna fuerza política. En todo caso, deben ser ellos, los políticos, los que deberán concretar medidas para satisfacer las aspiraciones de la mayoría. No es de recibo que partidos en el Gobierno auspicien movilizaciones para exigir algo que, siguiendo las reglas de la democracia, está en sus manos conseguirlo.

Debemos ser nosotros los que marquemos el ritmo y planifiquemos las movilizaciones en defensa de nuestros intereses, pero debemos ser inteligentes y utilizar nuestra única arma para influir en la gobernanza del país de manera que no se vuelva contra nosotros. De lo contrario corremos el riesgo del descrédito sobre la única arma que nos queda. No podemos cometer el error de caer en la violencia porque los actos violentos (el ejemplo más claro es el de las movilizaciones contra el encarcelamiento de Pablo Hesél) son utilizados por los medios de comunicación para desacreditar el derecho a la manifestación. Además, los poderosos acumulan mucha más fuerza bruta para combatir en ese campo de batalla y porque las manifestaciones descontroladas son el caldo de cultivo perfecto para la actuación de infiltrados y provocadores. Pascual Serrano publico el pasado 23 de febrero un fantástico artículo en eldiario.es, titulado “Protestas sin organización con imágenes a la carta” (3) en el que explica a la perfección los riesgos que conllevan las protestas descontroladas.

Deberíamos recuperar el espíritu y la práctica del 15-M porque el poder no sabe cómo enfrentar las protestas masivas y pacíficas y, sobre todo, por lo que dijo el filósofo y economista José Luis Sampedro dirigiéndose a los activistas del 15-M: "No tenéis derecho a recurrir a la violencia, porque tenéis la razón y el futuro. El sistema está roto y perdido, por eso tenéis futuro".

1 https://www.caracteristicas.co/plutocracia/
2 https://es.theanarchistlibrary.org/library/ricardo-mella-vota-pero-escucha
3 https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/protestas-organizacion-imagenes-carta_129_7243839.html


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