OPINIÓN. Brisas del Gurugú. Por Antonio M. Escámez
Profesor y exdelegado provincial de la Consejería de Educación

27/02/14. Opinión. Escámez recurre y recuerda el nombre de su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com (Brisas del Gurugú) y lo hace para hablar sobre las fronteras. El exdelegado provincial de la Consejería de Educación y además profesor recuerda su niñez en Melilla, y la buena relación por entonces de rifeños y españoles, “no exenta de intereses mutuos”.

Llamando a las puertas del cielo

AQUELLO era frontera y siempre lo había sido aunque no lo pareciera. Si acaso sólo en algunos tramos. Por allí pululábamos los niños en bicicleta persiguiendo renacuajos por el arroyo Mezquita. Sin saberlo entrábamos en el vecino país para volver de nuevo a Melilla con la naturalidad propia de las travesuras infantiles. Puede que se vieran trozos de alambrada. Desde luego incompletas, oxidadas, deterioradas, bajas y fácilmente expugnables.

ALGUNOS domingos era agradable pasear entre los pinos de Rostrogordo y pasar andando a Marruecos por el puesto fronterizo donde se iniciaba la carretera al cabo Tres Forcas,  jalonada también por pinos mejor conservados y otros árboles interesantes como el araar.

PARA atravesar en coche otras fronteras, la de Farhana o la de Beni-Enzar el único salvoconducto necesario era el saludo de buenos días a los mehaníes, que solían darse por satisfechos viendo ML en la matrícula del coche o como mucho el 45 en el DNI de los viajeros.

DE buena vecindad se calificaba todo aquello. La que se vivía con Marruecos y los marroquíes en la Melilla de mi infancia y adolescencia de finales de los 60, los 70 y principios de los 80, a pesar de los convulsos episodios de la Marcha Verde, la salida española del Sáhara  o el propio 23 F. Ninguna problemática nacional o internacional parecía enturbiar la buena relación, no exenta de intereses mutuos, entre los vecinos melillenses y rifeños.

HASTA entonces nunca había oído hablar de las pateras y lo que sabía de subsahariano quedaba reducido a los libros de Geografía.

ESAS imágenes resultan hoy tan lejanas como falsamente bucólicas ante el espeluznante muro de alambre, pinchos y chuchillas –“concertinas” las llaman, cruel eufemismo el de esta palabra con sonido también a música- que se erige imponente a lo largo de todo el perímetro de la ciudad.

MILES de hombres jóvenes atravesando medio continente africano han ido llegado para  agazaparse allí, en el monte Gurugú. Alguna mujer dicen que han visto también, pero para la tarea titánica a la que se enfrentarán se ha de ser un atleta. Les mueve la huida de la miseria, el hambre, la guerra y el deseo de una vida mejor. Cualquier cosa, hasta la muerte incluso, antes que seguir viviendo como hasta ahora.

DESDE arriba, desde el castillo de Basbel, no debe resultarles complicado dibujar su futuro imaginado viendo las luces de esa ciudad recogida y coqueta: Melilla, el inicio de Europa. Escondidos, soñando llamar a las puertas del cielo, como diría Dylan (*), que se les abran y al fin entrar.

PERO muchas veces es sólo un mal sueño. La alambrada hiere y puede matar,… Aunque algunos lo consiguen y esa esperanza se convierte en una fuerza mayor que la del hambre.

IMPENSABLE hoy recorrer aquellos riscos como pude hacer años atrás cuando en los últimos cursos de la carrera de Biología elegí el macizo del Gurugú para estudiar su flora y en particular el valor biogeográfico de unas plantas relícticas que allí habitan: los helechos (**). Precisamente comencé hace meses esta sección de colaboración en esta revista, que titulé “Brisas del Gurugú” como alegoría de aquellas vivencias.

Y es quea los pies del Gurugú está Melilla, la frontera terrestre de Europa, como también lo es Ceuta en el extremo occidental.

PARECE cómoda Europa teniendo su frontera terrestre allí. Una tranquila comodidad difícil de imaginar si la barrera fronteriza estuviera a la entrada de la Grand Place de Bruselas o de los Champs-Élysées parisinos. Que le pregunten a mis paisanos melillenses o a los ceutíes por esa comodidad con la banda sonora de fondo del rugido de las pasadas nocturnas del helicóptero que escudriña la alambrada iluminándola palmo a palmo con su foco, por el involuntario protagonismo mediático de su ciudad un día sí y otro también por estos temas nada pretendidos o por lo que es más grave, por los innumerables dramas humanos, repletos de heridas y desesperanzas que allí acogen, curan y calman.

PUES bien, le ha tocado a la veterana Melilla el dudoso honor de hacer infranqueable la frontera europea  tras pasar por mil y una vicisitudes a lo largo de sus más de 500 años de historia, tal como rezaba en aquel marchamo de la correspondencia oficial de la época: “Melilla es España 18 años antes de que se incorporara el reino de Navarra, 172 años antes de que el Rosellón fuera francés, 279 años antes de que existieran los Estados Unidos de América y 460 años antes de que se constituyera Marruecos como país independiente en 1956”. Tampoco se queda a la zaga ni en veteranía ni en responsabilidad fronteriza la ciudad hermana de Ceuta, tristemente célebre en las últimas semanas por la trágica muerte de 15 exhaustos inmigrantes a nado que por todo auxilio encontraron pelotas de goma y botes de humo en el agua que les helaba y les paralizaba. Triste e indigna vergüenza. Grave responsabilidad aún por depurar. Se hace difícil pensar que esa misma acción disuasoria para repeler la entrada por mar se llevara a cabo contra alguien extenuado, enganchado entre los pinchos de la valla. Auxilio, derechos humanos y aplicación de la legalidad. No se si podrá haber una ecuación mejor.

PERO claro a esos ahogados y mutilados con heridas sangrantes producidas por las temibles “pasivas” concertinas ni se les ve, ni se les oye, ni se notan, ni se les espera en la Grand Place o en los Champs-Élysées. La tragedia se queda allí lejos.

PERO la tragedia también es mercancía audiovisual en la global sociedad de la información  y esa tragedia de Ceuta como antes los ahogados de Lampedusa o antes los de Rota, han ocupado pantallas y publicaciones en todo el mundo. Se ha visto y se ha conocido por todos. No es por tanto el problema de la inmigración un asunto menor que pueda ocultarse bajo las alfombras melillense y ceutí. O bajo las alfombras de las playas gaditanas, malagueñas o almerienses.

EL hambre y la desesperación -o la otra cara de la misma moneda que es la esperanza- mueve a las personas y lo seguirá haciendo. No puede haber un efecto llamada mayor.

LAS fronteras de los países existen y seguirán existiendo. Y existen con todo tipo de elementos pasivos disuasorios para no ser franqueables. No es éste el mundo de la “Señorita Pepis” que nos podría gustar. Es el mundo de verdad. La de la verdad de los Estados Unidos dominantes. El mundo del poderío comercial de China. El de la vetusta Europa occidental y el de la convulsa Europa del este,…pero también el de la famélica África.

MIENTRAS el motor del hambre y la desesperación siga moviendo la inmigración y mientras sigan existiendo las fronteras infranqueables, el drama humano existirá. Las mafias sin escrúpulos seguirán aprovechándose de los beneficios que puedan obtener de esta “mercancía humana”. Y oleadas de personas bien saltando vallas, en pateras, en flotadores, a nado, camuflados en compartimentos imposibles en coches y camiones, a pié de la mano de menores utilizados como si fueran “tiernos peluches humanos” o quién sabe si en nuevos medios inverosímiles, seguirán intentándolo una y otra vez. A veces de forma masiva y con una violencia intolerable. Siempre superando el temor ante cualquier obstáculo fronterizo disuasorio que se les anteponga.

PROBABLEMENTE no habrá soluciones fáciles. Acaso ni siquiera las haya. Pero si queremos tener un país con una democracia de verdad y garantista nunca se nos debería olvidar el auxilio, los derechos humanos y la justa aplicación de la legalidad. El orden de los factores, según las circunstancias. Y profesionales bien formados, protocolos bien construidos y órdenes coherentes para la custodia fronteriza.

LA obviedad de la necesaria cooperación con los países de origen de la inmigración para contribuir a mejorar las condiciones de vida de las personas allí, con frecuencia no se traduce más que en escasos paños calientes que apenas llegan a los verdaderos necesitados. “Dale a un hombre un pez y comerá un día. Enséñale a pescar y comerá toda la vida”. Lo de enseñarles a pescar en vez de darles peces, debería funcionar, pero ha sido  con mucho muy, muy insuficiente históricamente. No en pocos casos por la corrupta irresponsabilidad de esos propios países de origen que malversan la ayuda humanitaria. Y por otras muchísimas carencias y deficiencias más.

PERO las personas deberían –deben- gozar de derechos humanos y éstos y los principios y valores deberían –deben- ser compatibles con las fronteras. O lo que es lo mismo, si unos jóvenes africanos están a punto de ahogarse extenuados en el agua pretendiendo llegar a Ceuta, no debería ser muy dudoso pensar en que lo sensato y prioritario sería auxiliarles y ayudarles a sobrevivir. Y ya a salvo, aplicarles la ley claro. Para deshonra de la especie humana, se hizo todo lo contrario. Un mal ejemplo para no repetir jamás.

SI prevaleciera el valor de la vida sobre el valor del dinero. Si pesara más ser humanista que mercader. Si a todo ser humano se le considerara persona y a toda persona se le respetaran sus derechos humanos. Entonces y sólo entonces puede que, para mejor, empezaran a cambiar las cosas. Mientras lo más probable es que sigamos digiriendo paradojas: el hambre en la misma tele de los proliferantes y reiterativos programas suculentos de cocina o repostería. Que sigamos “indignándonos” en la sobremesa frente a las imágenes espeluznantes de los inmigrantes heridos o ahogados, para acto seguido seguir con lo nuestro: el postre y el café. Que nos autoconvenzamos de que hacemos algo para que algo cambie, mientras en realidad todo sigue igual.

DEMASIADA desazón para cerrar este texto así. Permítanme terminar con una canción. La hicimos hace más de diez años los fundadores del grupo Campanillas Blues Band aunque desoladamente siga estando hoy de absoluta actualidad: “Pateras en el Mar”, que se puede visualizar en YouTube, AQUÍ.

Nací en la orilla de en frente, de en frente del mar.
Yo no quiero marcharme, pero tendré que emigrar.

Todos miran pá tras. Todos miran pá tras. Pateras en el mar. Todos miran pá tras. Todos miran pá tras. Y nadie arregla ná.  Ná de ná, de ná.

No tengo trabajo, no puedo hacer ná,
Todo lo tengo en frente, en frente del mar.

Todos miran pá tras. Todos miran pá tras. Pateras en el mar. Todos miran pá tras. Todos miran pá tras. Y nadie arregla ná.  Ná de ná, de ná.

Colores en los ojos, tristeza en el mirar.
Las ganas sumergidas, la piel llena de sal.

Todos miran pá tras. Todos miran pá tras. Pateras en el mar. Todos miran pá tras. Todos miran pá tras. Y nadie arregla ná.  Ná de ná, de ná.

Sospechoso por distinto, culpable por soñar.
Extranjero perseguido. Date la vuelta y sal

(*) Bob Dylan grabó en 1973 una de sus canciones más exitosas Knockin’ on Heaven’s Door, como parte de la banda sonora de la película de Sam Peckinpah Pat Garrett and Billy The Kid.

(**) En los siguientes enlaces se puede profundizar en el tema: AQUÍ (monográfico de la revista Aldaba de la UNED de Melilla, 1989, dedicado al Medio Ambiente de la región y su conservación. En el último artículo del monográfico se hace referencia al Gurugú) y AQUÍ (artículo en la revista científica Anales del Jardín Botánico de Madrid, 1990).

PUEDEleer aquí anteriores artículos de Antonio M. Escámez:
- 05/12/13 La ciudad que enseña arte
- 28/10/13 ¡Es la educación, estúpido!
- 24/09/13 ¿Crisis…? ¿Qué crisis?