“Me paseé por toda la terminal, hice fotografías que aún me sobrecogen y en ese momento, sin ninguna duda, fui plenamente consciente de la enorme tragedia que vivíamos, de la dimensión del problema económico generado

OPINIÓN. Charlas con nadie

Por Manuel Camas
. Abogado

25/05/21.
Opinión. El conocido abogado Manuel Camas escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la pandemia y la vuelta a la normalidad: “Pero mi gran impresión la sufrí en el regreso a Málaga, desde Barcelona, esta vez en avión. El 9 de julio sobre las 21 h. salía mi vuelo del aeropuerto de El Prat, me fui con bastante antelación a la terminal por si acaso...

...tenía dificultades, pero no había casi nadie pasando el control de seguridad. Cuando bajé las escaleras mecánicas hacia las puertas de embarque, solamente encontré una cafetería abierta, todo lo demás estaba cerrado”.

Viajes

De las impresiones más negativas que he sufrido con la pandemia han sido al viajar.


Hasta el confinamiento lo hacía casi semanalmente, una semana, cada mes, pasaba varios días en Sevilla; otra, un par en Madrid; otra, dos en Barcelona; es cansado y a la vez un lujo poder tener contacto frecuente con esas tres maravillosas ciudades, con sus gentes, sus hábitos, sus matices, aunque de sus matizadísimas diferencias pretendamos a menudo hacer categoría. En las tres me siento igualmente a gusto, las valoro mucho.

Tras el confinamiento y hasta el 8 de julio, no me desplacé a parte alguna, pero ese día no tuve más remedio, por motivos profesionales, que ir a Madrid y de allí a Barcelona.

El viaje de Málaga a Madrid y de Madrid a Barcelona fue en AVE, lo hice prácticamente encogido en el asiento, doble mascarilla, ya no resultaba agradable la sensación de estar en espacios cerrados, con decenas de personas, durante horas.

Pero mi gran impresión la sufrí en el regreso a Málaga, desde Barcelona, esta vez en avión. El 9 de julio sobre las 21 h. salía mi vuelo del aeropuerto de El Prat, me fui con bastante antelación a la terminal por si acaso tenía dificultades, pero no había casi nadie pasando el control de seguridad. Cuando bajé las escaleras mecánicas hacia las puertas de embarque, solamente encontré una cafetería abierta, todo lo demás estaba cerrado, era fácilmente apreciable que con carácter permanente. Ni un solo comercio, ninguna otra cafetería daba servicio.


Era bastante lógico por otra parte, no había casi nadie. El vuelo a Málaga, un 9 de julio, a las nueve de la noche era el último que salía ese día, en un aeropuerto de la dimensión y tránsito como el de Barcelona. Las pantallas múltiples que anuncian las salidas y las puertas de embarque solo tenían encendidas pocas líneas de la primera pantalla, y eso porque llegué casi dos horas antes, al rato no quedaba casi nada y lo poco que se anunciaba es que los escasos vuelos anteriores ya estaban cerrados.

Me paseé por toda la terminal, hice fotografías que aún me sobrecogen y en ese momento, sin ninguna duda, fui plenamente consciente de la enorme tragedia que vivíamos, de la dimensión del problema económico generado: las rentas de aquellos locales cómo se pagaban, los ingresos de las compras y consumos, el empleo de tantos miles de personas, el transporte hasta esos lugares, los propios vuelos, azafatas, mecánicos, pilotos, catering, limpieza…

Reconozco que la claridad de lo que decían esas imágenes me sobrecogió.

La llegada a Málaga no fue diferente, una entrada lateral abierta en la parte baja de la terminal, todo igualmente cerrado, nadie, ni tan siquiera prácticamente taxis, solamente unos pocos en la parada, obviamente no eran necesarios más al no llegar pasajeros.


Aunque esporádicamente he tenido la obligación de moverme estos meses, no ha sido realmente hasta esta semana pasada cuando he vuelto a viajar, ha sido una semana muy intensa.

La necesidad de ir también a Extremadura me ha hecho optar por utilizar el coche en los desplazamientos.

Salí el lunes de Málaga a Madrid. Mi sensación ha sido que, aunque el tráfico no ha recuperado la intensidad anterior a la pandemia, se va acercando a ella. Los restaurantes estaban llenos en los espacios abiertos, pero con menos aforo en los comedores interiores, en todo caso, se apreciaba una gran afluencia de clientes. Eso sí, el ambiente del Madrid nocturno, al menos así lo aprecié andando por la Castellana desde la plaza de Colón hasta calle José Abascal, a las once y media de la noche de un martes, era inexistente y los locales de la zona del Barrio de Salamanca se habían quedado casi vacíos mucho más temprano de lo habitual.

Pensé que nuestras costumbres quizás se hayan modificado algo con la pandemia y haya quedado el hábito de salir a cenar más temprano, recogerse antes. No estaría mal tener horarios más parecidos a los del resto de Europa. Recuerdo la primera vez, hace muchos años, que fui invitado a tomar algo en casa de un amigo junto con abogados ingleses, franceses, belgas, alemanes, que habían acudido a un encuentro (Trobades) en Barcelona, a las once en punto de la noche se habían marchado absolutamente todos de la casa, pareció una estampida, era parte de sus costumbres, me pareció además una cortesía.

El miércoles disfruté de la magnífica autovía que une Madrid con Badajoz y de la belleza del paisaje, qué bonita es Extremadura. Igualmente disfruté del trayecto hasta Sevilla, pese a que pasé sin detenerme por Zafra y no tomé café en su Parador ni paseé por sus Plazas Grande y Chica, que tanto merecen conocerse.

Sevilla está mucho más animada que hace tan solo un mes, aunque aún, si se ve un turista extranjero, llama la atención, pero hay gente en la calle y mucha más animación. Recordé que mi amiga Noemí, en plena pandemia, hace unos meses hizo una fotografía a una turista que paseaba por Málaga, en calle Cister; Noemí, simpática, ocurrente, alborozada, porque esa visitante era como una golondrina, anunciaba el regreso de la normalidad, del calor de los turistas, de la vuelta al funcionamiento de nuestra principal industria.

Las terrazas en Sevilla estaban llenas de gente tanto al mediodía como por la noche, también se observa ese cambio de costumbres horarias, antes los aperitivos, antes concluyen las cenas.

La autovía de Sevilla a Córdoba, por la mañana temprano, circulando de Oeste a Este, solamente te deja disfrutar del paisaje en algunas curvas, porque el sol a esas horas, aún bajo, dificulta mucho la visión; preciosos los colores del campo, todavía primaverales, no ha llegado la sequedad del verano.

En Córdoba sí pude disfrutar del viernes tarde y el sábado, reunido ya con Mari Paz, Noemí y Fernando, hemos podido visitar patios aún abiertos, era ya su Semana Mayor, celebrada sin la Feria, aunque la ciudad entera estaba en las calles.

Maravillosa como es Córdoba, del todo ambientada, con muchos acentos peninsulares, pero aun sin encontrarte prácticamente extranjeros. La Mezquita con colas de visitantes para obtener entradas, imagino que, controlando aforos. Las calles con mucho bullicio, las rutas turísticas por la ciudad atestadas, las terrazas absolutamente llenas.


Ha sido fácil en los mil quinientos kilómetros recorridos reconocer nuestra tierra, nuestras formas de vivir, imaginar la explosión próxima de visitantes y recuperar el optimismo que aquel 9 de julio de 2020, en el aeropuerto de Barcelona, fue depresión.

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