Estas mujeres que han sostenido la vida, saliendo adelante en tiempos muy difíciles, tuvieron que esperar a ser madres y abuelas para desarrollar sus capacidades literarias

OPINIÓN. Es posible. Por Rosa María Badillo
Historiadora y escritora. Coordina el proyecto Arco Iris de Madres Narradoras

28/11/18. Opinión. La historiadora y escritora Rosa María Badillo reflexiona en su nueva colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre un encuentro de personas singulares, y esta vez más aún por ser de edad avanzada. Comprobó que la inteligencia no se pierde, “de nuevo, pude experimentarlo el día 20 de Noviembre en la entrega de los premios 10, a personas mayores cuyas vidas...

...han sido significativas por su aportación a la comunidad. Organizaba el acto la Federación Provincial de Asociaciones de Mayores de Málaga (F.E.P.M.A), de la mano de su presidente Antonio Quero”.

Mantener vivo el árbol de la humanidad

LA inteligencia nunca se pierde. Lo he comprobado a lo largo de los años como historiadora, investigadora, profesora y como ser humano que vive su ‘ahora’. De nuevo, pude experimentarlo el día 20 de Noviembre en la entrega de los premios 10, a personas mayores cuyas vidas han sido significativas por su aportación a la comunidad. Organizaba el acto la Federación Provincial de Asociaciones de Mayores de Málaga (F.E.P.M.A), de la mano de su presidente Antonio Quero.


FUÍ allí por una homenajeada, Ana Becerra Ruíz, a la que di clases de creatividad literaria y vi crecer como persona, escritora y promotora cultural. Esta mujer cuya niñez transcurrió durante la postguerra, no pudo asistir al colegio. Sólo mucho después, ya siendo una persona mayor, pudo realizar su sueño de sacar la poesía que guardaba dentro y escribirla. Lo más sorprendente es que ha llegado a publicar sus libros y a promover a grupos de escritores, enriqueciendo el panorama cultural de Málaga con recitales y actividades culturales.

CONTRA todo pronóstico otra mujer, M.ª Angustias Moreno Barrios, que no pudo ir a la escuela y menos aún estudiar bachillerato, por ser hija de rojo; pues sufrió las represalias del régimen franquista por ser su padre republicano. También por su tesón se convierte en escritora y promotora cultural. Así como M.ª Dolores Terrones Buch, a la que tuve el privilegio de conocer y dar clases. Estas mujeres que han sostenido la vida, saliendo adelante en tiempos muy difíciles, tuvieron que esperar a ser madres y abuelas para desarrollar sus capacidades literarias. Ellas estaban allí, representadas en este merecido homenaje a los ancianos y ancianas de nuestra ciudad.

LOS diez abuelos y abuelas estaban sentados en círculo. Antonio Quero iba leyendo las trayectorias de sus vidas, preñadas de acontecimientos, de logros, de superación y esfuerzo. Estelas que se disolvían para dar lugar a la única verdad: que pronto les tocaría partir... Es muy curioso, cuando se les invitó a decir unas palabras, varios de ellos eligieron recitar una poesía. Y así se despidieron con unos versos, dejando un recuerdo bello en los presentes, a modo de testigo que sirviera de impulso para seguir transmitiendo la vida.

NUESTROS mayores, estos seres de tan inmensa valía, depositarios de la sabiduría de la vida, a los que tenemos que valorar y dar el lugar honorable que les corresponde en nuestra sociedad, ¡son tan necesarios! Porque, ¿a caso la tecnología y la cultura escrita pueden compararse con la sabiduría de la experiencia y de la vivencia?, ¿cómo nos han hecho creer en Occidente que ya no valen y que tenemos que aparcarlos en un rincón?. Afortunadamente, América Latina nos brinda otros espejos donde poder mirarnos. Hay regiones donde los ancianos y las ancianas conservan su poder y son respetados por su comunidad. Ellos emplean sus conocimientos para restablecer el tejido social destrozado por los males de nuestro tiempo.

¡CUÁNTO necesitamos que los abuelos y las abuelas ocupen su lugar en nuestra sociedad “civilizada”! Me gustaría tanto ver en los medios de comunicación, frente a la imagen de Rodrigo Rato, el testimonio de un anciano con dignidad, que está acabando su ciclo de vida encarnando estas palabras de Henry David Thoreau:”El ser humano es más rico, cuántas más cosas puede dejar”. Al menos, esto es lo que nos enseña la sabia naturaleza a través de los árboles: que cuando llegan los inviernos de la vida, hay que soltar las hojas.

SI viéramos a la Humanidad como un gran árbol y cada ser humano nos sintiéramos una de sus hojas, sabiendo que algún día nos tocará partir. Quizás nos gustaría preguntarnos: ¿Qué le puedo aportar a este árbol? La respuesta es para mí bien sencilla porque el Árbol de la Humanidad se alimenta con humanidad. Así que si queremos mantenerlo vivo tenemos que engrasar los goznes oxidados y chirriantes de tantas puertas cerradas, con la fuerza invisible de la dulzura y la ternura, como bien saben hacerlo los abuelos. A ellos les toca, por su edad, transmitirnos el valor de una palabra amable, de un gesto solidario, de una actitud comprensiva o de saber escuchar. Como bien cantó Ramón de Molina por colombianas, en la entrega de premios, necesitamos que nos contéis: “Esas cosas tan lindas del campo de la verdad”.

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