OPINIÓN. Grandes Éxitos
Por Ramona Ucelay. Escritora

11/10/18. 
Opinión. La escritora Ramona Ucelay publica en su colaboración semanal para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com un nuevo relato titulado Compro su piso. Ucelay, licenciada en Bellas Artes, se encuentra inmersa en la escritura de su primer libro, Por eso lloraban las niñas...

Compro su piso

DE
camino al trabajo veo inevitablemente cientos de cartelitos del tamaño de medio folio y con letra Arial que dicen: «Compro su piso». Hay tantos que imagino que ha sido obra de un grupo de personas los que los han colocado durante la noche, porque ayer no estaban. Ocupan las farolas, los semáforos, las paredes que median entre los establecimientos y hasta los coches aparcados tienen uno bajo el parabrisas, acompañando multas o el recado de un primo nostálgico que pasó por tu barrio y prefirió dejarte una nota diciendo que no estabas en casa en lugar de hablarte por el messenger del Facebook, porque ni siquiera tiene tu número de teléfono, no sois tan amigos ni tan cercanos. Bueno, él sí, pero tú no porque te parece un pesado.


ES
inevitable que sin querer te aprendas el número que aparece en el cartel, que se repite cada medio metro. Una mujer que cruza perpendicularmente hasta la acera por la que camino, coge uno de los carteles. De unos cuarenta y pocos años, viste elegante pero muy sutilmente. Imagino que tiene un sueldo fijo por los zapatos, que no son de tacón, pero son de esos que no encuentras en el Primark. Tiene el pelo corto, lacio, y unas gafas de sol que no tapan el gesto apretado de su boca al ver el cartel. Arranca con violencia otro cartel y otro y otro, y los tira directamente a la basura mientras se dirige a casa con la compra de verduras que asoman de la bolsa. De repente el señor de cincuenta años que va detrás arranca otro cartel, rompiéndolo en pedazos y dos mujeres más allá lo imitan. «No nos echarán del barrio». Los niños que las acompañan también cogen carteles y los tiran a la basura. Yo también me animo y, aunque voy tarde a la oficina, comienzo a quitar todos los carteles que veo a mi paso. Enseguida todas las personas que se encuentran en la calle se contagian y arrancan todos los carteles de la calle. Una de ellas llama al teléfono que ya nos sabemos de memoria y grita: «váyanse a la mierda». Nos miramos unos a otros sonriendo y continuamos caminando hacia nuestras miserables vidas.


TODO esto es mentira, pero habría estado bien.

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