“El castellano es una lengua muy rica, que nos ofrece multitud de alternativas en cuanto a defensa dialéctica se refiere, y también una gran variedad de blasfemias para atacar al adversario”

OPINIÓN. Ciudad sostenible. Por Juan Alcover Robles
Economista, técnico de Desarrollo Sostenible de la Junta de Andalucía

29/04/19. Opinión. El economista Juan Alcover, en su colaboración quincenal con la revista EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, reflexiona: “Centrándonos en nuestra realidad actual y políticamente más cercana, los últimos tiempos han sido desagradablemente ásperos, lingüísticamente hablando. Cabe recordar, a modo de ejemplo, que tras la polémica del relator de Pedro Sánchez (en este punto...

...he de decir que tanto él como algunos compañeros de gobierno cometieron graves errores de comunicación, nunca mejor dicho), Pablo Casado, presidente del PP y aspirante a presidir nuestro país, dedicó en una comparecencia en Cuenca una serie de insultos al presidente del gobierno, nunca antes visto. Para ser más exactos, un total de 19”.

La evolución del lenguaje (y del insulto)

SOMOS seres humanos, pero en realidad no somos más que la consecuencia de toda una cadena de criaturas desaparecidas para siempre, de las que apenas queda un puñado de fósiles y herramientas de piedra.

NUESTRA capacidad para hablar es un privilegio exclusivo de nuestra especie, pero también nos ha supuesto una serie de inconvenientes tales como respirar y oler un poco peor, o ser muy incompetentes a la hora de evitar atragantarnos. Por ejemplo, los chimpancés no solo se atragantan mucho menos sino que también cuando son adultos pueden beber y seguir respirando por la nariz, situación que en el ser humano solo se da cuando somos lactantes (hasta los 2 años aproximadamente).

CENTRÁNDONOS en nuestra realidad actual y políticamente más cercana, los últimos tiempos han sido desagradablemente ásperos, lingüísticamente hablando. Cabe recordar, a modo de ejemplo, que tras la polémica del relator de Pedro Sánchez (en este punto he de decir que tanto él como algunos compañeros de gobierno cometieron graves errores de comunicación, nunca mejor dicho), Pablo Casado, presidente del PP y aspirante a presidir nuestro país, dedicó en una comparecencia en Cuenca una serie de insultos al presidente del gobierno, nunca antes visto. Para ser más exactos, un total de 19: “traidor”, “felón”, “ilegítimo”, “chantajeado”, “deslegitimado”, “mentiroso compulsivo”, “ridículo”, “adalid de la ruptura en España”, “irresponsable”, “incapaz”, “desleal”, “catástrofe”, “ególatra”, “chovinista del poder”, “rehén”, “escarnio para España”, “incompetente”, “mediocre” y “okupa”.

Y es que el castellano es una lengua muy rica, que nos ofrece multitud de alternativas en cuanto a defensa dialéctica se refiere, y también una gran variedad de blasfemias para atacar al adversario.

SIN embargo, tal y como afirma Forges en el prólogo de El gran libro de los insultos (libro de recomendada lectura), “Siendo el español, según afirman los expertos, el más extenso almacén ‘corteinglésico’ de insultos del planeta Tierra, es asombroso la poca inventiva que empleamos los ibérico hablantes en general y los españolo parlantes en particular, para remozar esta ‘jergaofensiva’ modalidad léxica de las relaciones humanas a nuestros tiempos”.

Y es cierto que a los españoles aún nos queda mucho que aprender respecto a otras lenguas, en lo que a originalidad del insulto se refiere.

INSULTAR es una actividad que en estos tiempos resulta fácil, y que muy ocasionalmente conlleva alguna consecuencia. Sin ir más lejos, el actual consejero de Educación de la Junta de Andalucía, el Sr. Imbroda, y en relación con los debates televisivos de los principales candidatos, se refería a Pedro Sánchez, presidente del gobierno y candidato del PSOE, en estos términos: “Escuchando a Pedro Sánchez más necesaria es la transformación de la educación. Crear un pensamiento crítico que sepa detectar la indigencia intelectual de un personaje como éste”.

MÁS allá de la indignación que hemos sentido muchos compañeros o personas de bien, ¿traerá esta impresentable declaración algún tipo de consecuencia? La respuesta es no. Ni siquiera una simple disculpa. Y no voy a perder el tiempo en comentar si alguien con esta catadura moral puede seguir al frente de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, si alguien con esta mala educación puede tener en sus manos los designios de la educación andaluza, pues, como comentaba anteriormente, todo seguirá como si nada.

PERO sí quiero reflexionar y acordarme de aquellos que han sufrido el escarnio y la humillación del insulto, del oprobio, de la calumnia, y de la injuria. Desde el ex-presidente Zapatero, al que el PP acusó de traicionar a los muertos (por querer negociar el con ETA el fin de la banda terrorista), o algún medio de comunicación escrita vejó a sus hijas menores, hasta Susana Díaz, que ha recibido multitud de insultos desde los partidos de derecha en Andalucía, incluidos apoderados de VOX cuando iba a votar en la jornada electoral del pasado 2 de diciembre.

PODEMOS tener la tentación, a modo de recurso fácil, de meter a todos en el mismo saco, de hablar que todos son iguales, que todos insultan, da igual el partido a que nos refiramos o el medio de comunicación del que hablemos.

Y no puedo estar más en desacuerdo. Bien es cierto que si hacemos un histórico de años y años, vamos a encontrar algún caso de alguien que cae en el insulto, sea del partido que sea. Siempre existe la excepción, el caso aislado, la situación puntual, por supuesto injustificable. Pero una cosa es la excepción, y otra la norma. Y la norma del insulto continuado en el tiempo, la tienen instaurada los partidos de derechas de este país, en especial el Partido Popular. Esto es así, le moleste a quien le moleste.

PODEMOS estar en desacuerdo con cualquier asunto político, podemos discrepar sobre el modelo de país que queremos, podemos enzarzarnos con el aborto o la eutanasia, la violencia de género o el paro, pero siempre, siempre, hay que respetar al rival, ya no solo por ser una persona sino también por todas aquellas a las que representa.

TENEMOS infinidad de más razones para respetar que para insultar, y por ello para mí es inentendible la facilidad y naturalidad con la que se falta el respecto al adversario, en este caso, político.

NUESTRA capacidad para hablar es un privilegio evolutivo, y según la antropología biológica, esta depende de nuestras atribuciones cerebrales.

¿HABRÁ alguna relación entre la habilidad innata para insultar y el cerebro?

¿AQUELLOS que insultan de forma natural y constante, tendrán una parte del cerebro más desarrollada?

HIPOTESIS y teorías al margen, yo simplemente diría que son unos ¡maleducados!

PUEDE
 leer aquí anteriores entregas de Juan Alcover Robles:
-12.04.19 “Málaga está loca con su alcalde”
-01.04.19 La hora del planeta
-15.03.19. Un derecho para todos

-04.03.19. ¿Somos tolerantes ante el exceso de ruido? ¿Vivimos cómodos entre las voces, la música o el sonido de los coches?
-18.02.19. A vueltas con los pozos