“Lo que en un principio se auguraba como un todos contra todos, se convirtió en dos campos de batalla paralelos por ver quién es el macho alfa del bloque”

OPINIÓN. Boquerón en vinagre
. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


07/11/19. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo en el que hace un repaso del reciente debate electoral: “España es ese país en el que los protagonistas de un debate electoral son las limpiadoras, las mamadas y un adoquín. Un país de memes. Por cierto, Andalucía no estuvo en el...

...debate. Tampoco se la esperaba”.

El bueno, el feo, el malo, el más malo y el peor

Una vez más, y van un montón en los últimos años, vivimos la noche del martes un nuevo episodio de lo que falsamente se llama debate electoral, un formato más encorsetado que Scarlett O’Hara, en el que el viento no se ha llevado nada. Y lo que en un principio se auguraba como un todos contra todos, se convirtió en dos campos de batalla paralelos por ver quién es el macho alfa del bloque.


Por un lado, las derechas, con un Casado enfadado al ver que sus compañeros de viaje la tomaban con él, cuando el enemigo era el guapo de al lado. El líder del PP no sabe si girar más a la derecha, volver al centro o hacer de Rajoy y quedarse quieto e inmóvil. Se autodenomina única opción alternativa, pero no se sabe si intenta hacérselo creer a los demás o a sí mismo.

Rivera es puro teatro, pero del malo. Armado con el bolso de Doraemon, su único aporte fue el de mantenernos en vilo, esperando a ver cuál sería el siguiente artefacto que sacaría de ese maletín sin fondo que le acompaña: una piedra, un cartel, un contenedor de basura calcinado…

Abascal fue una de las estrellas de la noche. Es el vivo ejemplo de que se pueden decir barbaridades sin que se quiebre su tono apacible. Que se sepa, el único momento en que no saltaron las alarmas de fake-check fue cuando dio las buenas noches. Ya no esconde su discurso monotemático contra todo lo que suene a progreso. Pretende cargarse las autonomías, sin saber que para eso hay que reformar la Constitución y a pesar de que se presenta en todas las elecciones autonómicas. Aboga por la desaparición de todo lo que huela a chiringuito, con la autoridad del que ha vivido de ellos durante años para probar de propia mano lo malignos que son. Eso sí, sin devolver un euro de lo cobrado. Defiende la igualdad de las mujeres frente a los hombres pidiendo la derogación de las leyes de violencia de género y del aborto, pues ya se sabe que ningún hombre interrumpe su embarazo, y que las hostias sólo cuentan de las puertas de casa para adentro. Y, sobre todo, hay que expulsar a todos los inmigrantes, que colapsan la sanidad, cobran subvenciones antes que los españoles, quitan el trabajo al currante patrio, violan a nuestras mujeres y se quedan con nuestros unicornios.

El blanqueo del discurso de ultraderecha perpetrado por el líder de Vox es patente; ni Casado ni Rivera siquiera arquearon un tanto las cejas ante tal sarta de bulos y falsedades. No se sabe bien si por miedo a perder apoyos en el sector más conservador y rancio del país, bien por darle su capa de vaselina ante la posibilidad de pactos a posteriori. Sea como sea, el silencio les hace cómplices.

Por la izquierda, Sánchez ejerció de apóstol de umbralismo. Fue a hablar de su libro, y le traía al pairo que le interpelaran para responder a cuestiones concretas. El presidente en disfunciones quizás aún no ha entendido la esencia de un debate, que no es otra que la de discutir, argumentar y dialogar, y cree que es una especie de monólogo en el que, como en los antiguos estudios fotográficos, revela su rollo en cinco minutos. Como el más guapo de la fiesta de graduación reconvertido en un San Pedro apolíneo, negó más de tres veces antes de que cantara el gallo las llamadas al diálogo por su izquierda, y una tras otra cayeron las cobras al líder de Unidas Podemos, que auguraba un inminente cambio de pareja de baile.

Su compañero de bloque, Pablo Iglesias, volvió a demostrar que la Constitución no es un adoquín, sino una herramienta para hacer más fácil la vida del españolito de a pie. Es normal que Sánchez no lo quiera en el consejo de ministros, porque se puede comer al gabinete entero de uno a uno o en manojitos. Mientras los demás andaban empeñados en ver quien era capaz de darle la hostia más fuerte a dos millones de catalanes, desgranó su programa y se acordó de los que nadie había caído en la cuenta de que eran los protagonistas: los dependientes, los universitarios, las kelis, los pensionistas. Tuvo sus rifirrafes con “Pizarro” Abascal, al que le recordó que hay muchas víctimas del terrorismo que no van dándose golpes de pecho ni ganando simpatías dando pena.

En resumen, España es ese país en el que los protagonistas de un debate electoral son las limpiadoras, las mamadas y un adoquín. Un país de memes. Por cierto, Andalucía no estuvo en el debate. Tampoco se la esperaba.

PUEDE leer aquí anteriores artículos de Francisco Palacios:
- 24/10/19 Los ‘templaitos’

- 24/10/19 Cojos a la carrera
- 17/10/19 El malaguita