“La política no ha de ser una profesión, porque en el momento en el que se convierte en ello, el político defenderá su puesto de trabajo con uñas y dientes, y hará lo que sea necesario para mantenerlo”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
13/04/20. Opinión. El programador informático Francisco Palacios continúa con su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con un artículo sobre el estado de la política en este país: “Nadie es infalible, errar es humano y hay que ser capaz de asumir los propios para poder criticar los del contrincante. Ver la realidad a través de un embudo no es de recibo, y nadie debería exigir a los demás...
...lo que no ha sido capaz de cumplir”.
Cosas que sí, cosas que no
Los habrá que no lo vean así, sobre todo los que tienen la mano más larga que el peroné de una modelo de medias, pero siempre he creído que el político ha de ser alguien que busca el bien general, la mejora de la calidad de vida de sus semejantes, con capacidad de servicio y de sacrificio.
La política no ha de ser una profesión, porque en el momento en el que se convierte en ello, el político defenderá su puesto de trabajo con uñas y dientes, y hará lo que sea necesario para mantenerlo. El político ha de ser alguien que siente el servicio como vocacional, capaz de saber cuándo suma, y sobre todo, cuando resta y divide.
La política no debe entender de cunas o de clases sociales, y tiene que estar abierta a todo aquel que sea capaz de convencer a sus conciudadanos de que es la persona indicada para gestionar los bienes públicos, de la manera óptima y con honradez. Evidentemente, la preparación académica es básica, pero no es una carta blanca que asegure todo lo anterior.
El que se dedique al servicio público debe entender que representa a los que han depositado en él su confianza. Y que el contrincante ideológico también lo es, y que el insulto, el menosprecio y la satanización se propaga, de manera inevitable, hacia los representados que, indirectamente, son insultados, menospreciados y satanizados, simplemente porque, para llegar al mismo objetivo, teóricamente, eligen caminos distintos.
El político debe ser capaz de oír y escuchar, de encontrar vías de diálogo, de tender puentes donde existen grandes brechas, de ceder para llegar a un acuerdo, y de ponerse en la piel del otro, aunque cueste. Porque hoy se está arriba y mañana abajo, y no hay discurso más feo a la vista, a la lógica y a la decencia que el “y tú más”. Nadie es infalible, errar es humano y hay que ser capaz de asumir los propios para poder criticar los del contrincante. Ver la realidad a través de un embudo no es de recibo, y nadie debería exigir a los demás lo que no ha sido capaz de cumplir.
Teniendo en cuenta todo esto, lamento profundamente el estado de la política en general de este país. Una política que, para perpetuarse en el poder de la manera que sea, extiende sus tentáculos para llegar a parcelas que deberían estarle vetadas. Los intereses bastardos no deberían ser capaces de alcanzar a la prensa o a la judicatura, porque entonces se convierte en un poder omnímodo, que se aleja cada vez más de su cometido para convertirse en una casa de putas, en la que quien manda es el vil metal y no los ideales, y que deja desnudo y sin paraguas a los que menos tienen y a los que no tienen manera de defenderse de sus afrentas.
La mentira, la difamación, la invención de realidades inexistentes salvo en la mente de cuatro descerebrados sedientos de poder, no hace ningún bien a la política ni al país que supuestamente defienden. La construcción de una realidad paralela, hecha a medida y retroalimentada por palmeros, medios comprados y expertos afines, solo contribuye a crispar, a aumentar el miedo de todos aquellos que, por su edad o conocimientos, no tienen la capacidad de otros de contrastar la basura que nos llega a diario. No se puede decir que se ama a un país cuando los que no te bailan el agua son poco más que cómplices de asesinato, separando la población entre buenos y malos, entre blancos y negros, entre listos y estúpidos, entre leales y comprados.
Menos aún se puede afirmar el amor a un territorio cuando se usa la muerte de compatriotas como herramienta para llegar al poder por la vía breve, intentando saltarse la voluntad, mayoritariamente expresada en las urnas, de ese pueblo al que tanto se dice respetar. Porque no cabe decir a la vez que se ama pero que no sabes lo que haces, como si fuésemos niños carentes de capacidad de raciocinio.
Podemos discutir sobre los errores cometidos, sobre su profundidad y las repercusiones que se derivan de esos errores. Pero escarbar en las pasiones más oscuras del ser humano, usar el dolor ajeno como arma arrojadiza, sembrar el terror, el odio hacia el diferente, y menospreciar al disidente no es política. Llámese como se desee, pero política no es.
Lamentablemente, este país no deja de sorprenderme. Cuando pienso que no se puede llegar más bajo, alguien escarba un poco para seguir sonrojándome, avergonzándome y abochornándome del estado que me etiqueta en mi DNI.
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