“No existe ningún motivo por el cual una mujer, o un hombre, pueda convertirse en mercancía a la venta o en alquiler para complacer tus ganas de echar un polvo”

OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


16/02/23. 
Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre los derechos: “No tenemos derecho a satisfacer nuestros deseos, por muy importantes que sean para nosotros. Tenemos derecho a vivienda digna, a la asistencia médica, a expresarnos en libertad, a la educación, entre otros. Pero no existe el derecho...

...a comer jamón de pata negra, a tener un Porsche o a tener sexo”.

El derecho a follar

Probablemente a pocos se le ha pasado por la cabeza echarle una lectura por encima a la Declaración Universal de los Derechos Humanos antes de hablar sobre ellos. Quizás sea esa la raíz de que, de un tiempo a esta parte, nos estemos inventando algunos.


Después de pegarle un repaso por encima, para cerciorarme adecuadamente de mis afirmaciones, puedo afirmar que estamos viendo derechos donde no los hay. No, no existe un derecho a ser padre que extienda un cheque en blanco y que permita alquilar un vientre para tener un hijo. No, tus pretensiones de formar una familia no son un derecho que convierta a la mujer en una máquina expendedora de bebés.

De la misma manera, no existe un derecho a follar. Lo siento, pero no. No hay nada que pueda amparar el hecho de que, sea cual sea el motivo, no puedas tener relaciones sexuales de la manera usual y tengas que recurrir a la prostitución para satisfacer tus deseos carnales. Me da igual si eres feo o guapo, delgado o gordo, con alguna discapacidad o sin ninguna. No existe ningún motivo por el cual una mujer, o un hombre, pueda convertirse en mercancía a la venta o en alquiler para complacer tus ganas de echar un polvo.

Si tu apariencia es un impedimento para que otra persona tenga sexo contigo, el hecho de que le pagues no va a hacer que ese impedimento desaparezca. Aprovecharse de la necesidad de quien vende esos servicios hace que sea un acto reprobable.


Los puteros pondrán el grito en el cielo, como es lógico. Hablarán de aquellas y aquellos que lo ejercen por propia voluntad y de la necesidad de que dicha actividad sea regulada de forma adecuada para su protección. En primer lugar, aunque sea parte de mi cuerpo, no me está permitido vender un riñón. Menos aún debe serlo alquilarme para ser el juguete sexual de nadie. Sobre lo segundo, podemos ver los desastrosos resultados de regularizar el trabajo sexual. En Alemania, desde 2002, existe legislación sobre los trabajadores sexuales, y el resultado de ello es, como no podía ser de otra manera en una economía de oferta y demanda, un desastre. Clubs de alterne que ofrecen tarifas planas para sesiones de sexo cada vez más baratas, con el consiguiente deterioro de las condiciones de trabajo y sueldos de sus “trabajadores”. Una visión cada vez más mercantilizada del ser humano que lleva a decir a sus usuarios que las mujeres estaban “usadas y no en demasiada buena forma”. Como el que alquila un coche.

No. No tenemos derecho a satisfacer nuestros deseos, por muy importantes que sean para nosotros. Tenemos derecho a vivienda digna, a la asistencia médica, a expresarnos en libertad, a la educación, entre otros. Pero no existe el derecho a comer jamón de pata negra, a tener un Porsche o a tener sexo.

Es curioso pero, pensándolo un poco, tanto el derecho a ser padre como el de follar tienen una misma base, que no es otra que cosificar a la mujer como una mera herramienta plausible de ser mercantilizada, convertirla en algo que puede aparecer en un catálogo, disponible a la venta. No sé, pero sería cuestión de darle una vuelta a ese hecho.

No creo que sea coincidencia.

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