“Nadie señala al infractor. Nadie levanta la mano y apunta a los que insultan, amenazan y denigran a gente que está, sencillamente, haciendo su trabajo”

OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


25/05/23. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el racismo: “No somos racistas, pero ¿a partir de cuántos delitos de odio cometidos anualmente lo somos? No somos machistas, pero ¿por qué se manda a una chica que está practicando un deporte a fregar? ¿Por qué se confunde la libertad de expresión con...

...la libertad para insultar?”.

No, pero...

Cómo nos escuece cuando se acusa a este país de que es racista. Se rasgan vestiduras, crujen dientes, mandíbulas, y ponemos los ojos como platos soperos si se nos señala por parte de los que sufren los improperios de un energúmeno, o una buena manada de ellos, por el color de su piel. Porque España no es racista, pero...


Pero una chica, nacida en Parla, con nombre y apellidos musulmanes, se presenta en una lista para las elecciones de su pueblo, y un grupo de esos de los que reparten los carnets de españolismo, decide que no es adecuado que forme parte del ayuntamiento, aunque sea tan española como un pincho de tortilla. Son los mismos que a los independentistas les gritan que se jodan porque su DNI dice que son españoles, pero si tienes apellidos extranjeros, aunque tengas DNI, no eres lo suficientemente español. El españolismo de Schrödinger, intermitente, dependiendo de hacia donde sopla el viento. Pero, ojo, que eso no es racismo. Porque no somos racistas, pero…

Pero aparece la infanta con una cadena de la que cuelga una palabra escrita en árabe, y la reacción de los más monárquicos que un Borbón no es otra que la de alertar que, por llevar ese aderezo, estamos en peligro de ser traicionados, vendidas nuestras mujeres como esclavas y nuestras iglesias y catedrales convertidas en teterías. Sin embargo, si llevara una cruz no habría miedo a que vendiera el país, piedra a piedra, al Estado Vaticano. No obstante, hay que señalar que no somos racistas, pero…


Pero un jugador de futbol recibe insultos racistas de un grupo de indocumentados que se toman el día de partido como una terapia en la que vomitar toda la basura que llevan dentro. Da igual los colores del equipo, porque lo que importa es el color de la piel. No es el primer caso, y mientras no se tomen medidas, no será el último. Porque con la entrada a un estadio se compra el derecho a ver un espectáculo deportivo y el de insultar a todo lo que tenga a bien el poseedor de la entrada, ya sean jugadores, entrenadores, árbitros o el utillero. No solamente se señala a un jugador por su color. Además, para completar el zoo, están los que amenazan a las jugadoras de futbol con violarlas si meten un gol, les piden que se levanten las camisetas para enseñar los pechos o, directamente, las mandan a fregar. Porque tampoco somos machistas, pero…

Pero nadie señala al infractor. Nadie levanta la mano y apunta a los que insultan, amenazan y denigran a gente que está, sencillamente, haciendo su trabajo. Los que comparten grada y ríen la escasa gracia de esos energúmenos, los que callan y encubren con su silencio, con su mutismo, consienten y hacen la vista gorda, aceptan y permiten lo que pasa a su alrededor. Todo el personal se cree con el derecho de verter sus inmundicias sobre cualquiera, ya sea en redes sociales, en un estadio de futbol, delante de un micro o sentado en un asiento de un parlamento.

No somos racistas, pero ¿a partir de cuántos delitos de odio cometidos anualmente lo somos? No somos machistas, pero ¿por qué se manda a una chica que está practicando un deporte a fregar? ¿Por qué se confunde la libertad de expresión con la libertad para insultar?

La falta de educación, en términos generales, es cada vez más evidente. Se agrede a médicos y profesores, se saltan medidas de confinamiento ante una pandemia porque les sale de la entrepierna, sacando a pasear a un peluche. Se insulta sin el más mínimo pudor en redes sociales a todo aquel que no comparte tu forma de pensar, si es que es capaz de pensar.

Eso sí, éste no es un país de maleducados. Pero...

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