“Lo suyo no es patriotismo, es fachada, un nacionalismo decorativo que sirve para tapar su verdadera función: facilitar la entrada del capital global más depredador bajo el disfraz de regeneración nacional”

OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático


10/04/25. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la forma de gobernar de la ultraderecha: “Trump, Milei, Abascal... los une un dogma que ya conocemos: reducir el Estado a cenizas, debilitar lo público, dejarlo todo en manos de quienes ya lo tienen todo...

...El truco es viejo: se disfrazan de antisistema, pero su sistema es el de siempre. El de los poderosos”.

La Internacional del Absurdo

En un rincón del mundo, Donald Trump promete salvar a América con aranceles. En otro, Javier Milei blande una motosierra como si fuera el nuevo profeta del mercado. Y en España, la ultraderecha agita la bandera mientras pone los intereses extranjeros por delante de los propios.


Si uno mira el panorama internacional, lo que se ve es un desfile de bufones reconvertidos en líderes, vendiendo como revolución lo que no es más que servilismo reciclado. Todos a coro, gritando libertad mientras le abren la puerta al capital más salvaje. Es la farsa de los criados gritando “¡libertad!” mientras reparten el botín entre sus amos.

Donald Trump ha vuelto a hablar. Desde su regreso a la Casa Blanca, no para de imponer aranceles a todo lo que se mueva y huela a importado. ¿El motivo? "Proteger a los trabajadores estadounidenses". O eso dice mientras se fabrica su merchandising patriótico en fábricas de Bangladesh.

La lógica es sencilla: castiga al mundo con aranceles, suben los precios, los americanos pagan más, pero el mensaje es claro: America First”. Aunque lo que realmente está primero es el ego de Trump, seguido de cerca por sus donantes. Lo de siempre. No importa si es acero chino o jamón español: América debe protegerse de la invasión económica. Lo que no dice es que esos aranceles los pagarán los propios estadounidenses, que verán subir los precios mientras las grandes empresas siguen deslocalizando producción y escondiendo beneficios en paraísos fiscales. Pero eso sí, todo envuelto en una bandera con estrellas. Es el viejo truco: nacionalismo económico para que el obrero mire al migrante y no al CEO.


El nacionalismo económico de Trump no es otra cosa que neoliberalismo con gorra de béisbol. Lo de America First” suena fuerte, pero significa lo de siempre: privilegios y buena mesa para los de arriba, y comer banderas para los de abajo.

Cruzando el Atlántico, tenemos a Javier Milei, presidente de Argentina, libertario de manual y estrella de TikTok. Armado con una motosierra simbólica, ha declarado la guerra al Estado... desde el Estado. Recorta, despide, vocifera y, entre tanto grito, se olvida de que la economía real no se arregla con frases de Twitter.

Dice que es anarcocapitalista, pero actúa como si fuera el empleado del mes del FMI. Privatiza, recorta, y cuando le preguntan por el hambre en su país, promociona una criptomoneda, arruina a un montón de gente y se va. Su motosierra es simbólica, sí, pero los despidos y la pobreza no lo son. Lo más patético es ver cómo, en nombre de la libertad”, está dejando al país en manos de las mismas élites económicas que lo han exprimido durante décadas. No es un revolucionario: es un sirviente, con peinado raro.

Para Milei, el problema es el Estado. El mismo Estado que garantizaba salud, educación, y una mínima red de contención para los millones de argentinos que hoy vuelven a hacer cola para un plato de comida. Y lo más delirante: lo hace como si fuera un héroe. Como si empobrecer al pueblo fuera una misión libertadora. Milei no preside Argentina, la ofrece en bandeja. Privatizar no es reformar. Es rematar.

Argentina no se está curando. Está siendo desmontada pieza por pieza, para luego ser vendida a precio de ganga.

Y luego está la ultraderecha española, esos abanderados del patriotismo que, en cuanto pueden, aplauden a Trump, se hacen selfies con Milei y repiten como loros lo que dice Fox News. Eso sí, lo de proteger la industria nacional o hablar de soberanía energética les da urticaria. Menuda contradicción: tanto gritar “¡Viva España!” mientras promueven políticas que beneficiarían más a Texas que a Teruel.

Dicen defender a los agricultores pero vota contra limitar las importaciones especulativas. Hablan de soberanía mientras aplaude a Milei por entregar Argentina al capital financiero. Claman contra la inmigración, pero no dicen ni mu cuando los fondos buitre extranjeros compran barrios enteros para especular con los alquileres. Son patriotas de YouTube, que ondean la bandera pero no saben ni dónde está Soria. Si España dependiera de esta gente,  tendríamos bajos impuestos, derechos laborales en ruinas y misa obligatoria.

Lo suyo no es patriotismo, es fachada, un nacionalismo decorativo que sirve para tapar su verdadera función: facilitar la entrada del capital global más depredador bajo el disfraz de regeneración nacional. No quieren soberanía, quieren servidumbre maquillada de tradición.

No hay patriotismo en vender tu país al mejor postor. Hay cobardía.

Lo que une a estos personajes no es una ideología coherente, sino una especie de internacional del disparate. Una mezcla de populismo de derecha, neoliberalismo sin anestesia y patriotismo de PowerPoint. Son los campeones del sálvese quien pueda”, siempre que el que se salve sean ellos.

Trump, Milei, Abascal... los une un dogma que ya conocemos: reducir el Estado a cenizas, debilitar lo público, dejarlo todo en manos de quienes ya lo tienen todo. El truco es viejo: se disfrazan de antisistema, pero su sistema es el de siempre. El de los poderosos.

¿Y la gente? Que se joda. Que pague aranceles, que sufra el ajuste, que crea que el enemigo es el pobre o el funcionario, y no el fondo de inversión que se queda con su casa. Porque de eso se trata: de crear una guerra cultural que distraiga del expolio económico.

Son peones, aunque griten como reyes. Idiotas útiles del capital, que hacen el trabajo sucio de debilitar lo público, dividir a la sociedad y convertir la política en un campo de batalla identitario, mientras los grandes intereses económicos siguen ganando, callados, sin necesidad de dar la cara.

No es casual que todos ataquen al Estado. Porque el Estado, aún con todos sus defectos, sigue siendo el único freno —aunque débil— al saqueo corporativo. Por eso lo quieren desguazar. No para liberar a los pueblos, sino para dejarlos más indefensos.

La ultraderecha no viene a salvarte. Viene a servir. Pero no a ti. Al dinero.

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