“En el fondo, no les molesta la fiesta. Les molesta el andaluz feliz. O el andaluz, a secas. Les irrita que alguien pueda ser culto sin ser seco, alegre sin ser superficial, elegante sin ser estirado”
OPINIÓN. Boquerón en vinagre. Por Francisco Palacios Chaves
Programador informático
15/05/25. Opinión. El programador informático Francisco Palacios escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre las críticas a las fiestas en Andalucía: “Tampoco pasemos por alto algo que es cierto, que tenemos Carnavales, Semana Santa, Feria, El Rocío, romerías por doquier y todas las fiestas que se nos pongan entre...
...las ingles celebrar. Muy a su pesar, año tras año somos una de las comunidades con menor absentismo laboral, mientras que los que pretenden dar lecciones trabajan menos que el despertador de Abascal”.
Berrea Mesetaria
En el vasto altiplano central de la Península Ibérica, donde el aire se enrarece y la empatía muere de sed, aparece, puntual como la alergia primaveral, una criatura peculiar. No es un ciervo en celo, aunque berrea con igual intensidad. No busca pareja, busca polémica. No canta, rebuzna. Hablamos del Hater Mesetario Común (Haterus Mesetarius Frustradensis), también conocido como el Homo Españolazo.
Observen, queridos lectores cómo, al llegar marzo, esta especie empieza a mostrar señales inequívocas de agitación territorial. La causa: el inicio del ciclo festivo andaluz. La berrea mesetaria arranca cuando llega el Carnaval. Cádiz se llena de ironía, de letras afiladas, de inteligencia popular. Y el espécimen, sin entender una sola chirigota porque el sarcasmo andaluz es demasiado sofisticado para su paladar plano, se revuelve incómodo. “Eso no es cultura, eso es cachondeo”. Y lo tuyo no es un cerebro, sino un sumidero.
Semana Santa. Tambores, incienso, pasión, cultura y sí, devoción. Pero eso a nuestro espécimen no le importa. Él huele una saeta y saca espuma por la comisura de los labios. ¿Por qué? Porque le molesta el gozo ajeno. Porque le chirría la identidad que no es la suya. Porque la elegancia con la que un pueblo se celebra a sí mismo le recuerda su propia grisura. El mesetario, dejándose llevar por su instinto cavernario, habla de muñecos, dejando en ridículo a sus profesores de Historia y dejando muy claro que ese dinero invertido en educarlo ha caído en saco roto, en tierra estéril. Porque no se enteran de nada. Porque siguen viniendo a enseñarnos a vivir a su manera gris. Porque no se le puede dar caviar a los cerdos.
Lo vemos en redes, en columnas de opinión de suplemento dominical, en sobremesas familiares donde el vino barato desata el cuñadismo salvaje: “¡Qué catetos! ¡Qué exagerados! ¡Qué folclore de pueblo chico!” repite el Haterus, incapaz de comprender que lo que él llama “exceso” es en realidad una forma de existir con alegría, sin pedir permiso.
Pero no acaba aquí. El ciclo continúa. Llega la Feria. Córdoba, Sevilla, Jerez, Málaga… Y con cada rebujito servido, con cada sevillana que suena, el mesetarius enloquece. Vuelve a su berrido: “¡Qué horterada! ¡Qué despilfarro! ¡Qué circo de faralaes!” —mientras él se arruina en conciertos de reguetón de extrarradio y sueña con Ibiza, donde pagará quince euros por una cerveza con sabor a piscina con meados británicos, en el mejor de los casos.
Y entonces llega el verano. Y con él, el clímax de la berrea. Los andaluces van a la playa, bailan, ríen, sudan, viven. El Haterus, al borde del colapso, ruge: “¡Son unos vagos! ¡Todo el día en la playa y con el PER!”. Lo realmente extraño es que ellos, que viven en su paraíso terrenal, huyen como comadrejas en cuanto tienen oportunidad de hacerlo para, curiosamente, aparecer por estas tierras, dejando su patetismo y su tufo a menú del día en cada una de las esquinas de nuestros pueblos y ciudades.
Ahí, amigos, lo tenemos: el gran mantra de la Andaluzfobia. Porque, en el fondo, no les molesta la fiesta. Les molesta el andaluz feliz. O el andaluz, a secas. Les irrita que alguien pueda ser culto sin ser seco, alegre sin ser superficial, elegante sin ser estirado. Les pica, y mucho, que una tierra tantas veces despreciada tenga más arte, más alma y más dignidad que todos sus despachos grises juntos.
Así que la próxima vez que oigan la berrea mesetaria, no se asusten. No les teman. Obsérvenlos como lo haría un naturalista frente a un ejemplar en peligro… de volver a quedar en ridículo. Están confusos, desubicados, temerosos de una identidad que no entienden. Y como el lobo herido que no acepta su extinción, embisten con baba y resentimiento.
Pero no olvidemos que el andaluz no necesita permiso para ser. No pide perdón por su arte, ni licencia para su risa, ni justificación para su fiesta. Mientras ellos berrean desde la sombra del rencor, nosotros seguimos al sol, vivos, enteros, y orgullosos.
Tampoco pasemos por alto algo que es cierto, que tenemos Carnavales, Semana Santa, Feria, El Rocío, romerías por doquier y todas las fiestas que se nos pongan entre las ingles celebrar. Muy a su pesar, año tras año somos una de las comunidades con menor absentismo laboral, mientras que los que pretenden dar lecciones trabajan menos que el despertador de Abascal.
Encima, nos sobra tiempo para detectar gilipollas desde kilómetros de distancia. Anda, mira, otro…
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