“Fátima Frutos, por su formación, por su trabajo, por su condición y por su trayectoria vital mantiene una postura comprometida ante la cultura contemporánea. Su firme crítica del patriarcado aquilata el valor cívico y feminista -político- de su escritura”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces

15/09/21. 
Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana comparte este texto -continuación del publicado la semana anterior- con el que se completa el prólogo que escribió Miguel A. Moreta-Lara para la segunda edición (2021) de la obra Andrómeda encadenada de la poeta donostiarra Fátima Frutos...

Acercamiento a la poética de Fátima Frutos (y 2)

Aquí me detendré para hacer notar que una de las venas de las que bebe FF es el romanticismo alemán y la poesía germana contemporánea. Lo hace directamente, por su conocimiento de la lengua alemana. Su poemario Haikus desde el río lo escribió en alemán (Haikus aus dem Fluss): eso explica que el ritmo silábico (5-7-5) se respete en su lengua primigenia y no así en el español al que se tradujo después. La presencia germanista (la poesía, la ciencia, los horrores del nazismo, la música, la filosofía, la geografía, el paisaje, las ciudades, los monumentos…) impregna grandes territorios de la poesía de FF. Hasta la poesía erótica, por la que tan aplaudida ha sido y es nuestra autora, echa mano de este condimento germanista. En “Hölderlin bajo tu piel”, poema amoroso que abre la segunda parte de Andrómeda titulada “Es el sabor del deseo”, las siete estrofas paralelísticas van entrelazando los cuerpos amantes, a la vez que construyen un compendio de la andadura literaria y biográfica del poeta loco de Tubinga (que acabaría expresándose en una glosolalia franco-greco-alemana) y cantan la naturaleza de su país, desde la ausencia que delatan las interrogaciones: Quién me diráQuién me hará cruzarQuién vagaráQuién lloverá… Un poema de delirante romanticismo erótico pero contenido en una sabia arquitectura rítmica y sintáctica y una muestra más de apropiación del mundo clásico griego, en esta ocasión a través de la poesía de Hölderlin.


La germanofilia y el erotismo resuenan aunados en el poema titulado “Wenn der Sommer nicht mehr weit ist”, que se inicia con otro verso en alemán también, una doble cita de una canción del compositor muniqués Konstantin Wecker. En esta “invitación erótica” aparece otro de los rasgos definitorios del Eros como fuerza vital imparable de la naturaleza: el telurismo. Así, a lo largo de esta pieza, se despliega -referida al sexo y al cuerpo- una expresión geológica connotadamente sexual (archipiélago, cráteres, río de lava, magma, laderas sísmicas, cueva volcánica, avalanchas de basalto y azufre incandescentes):

Tómame vibrando bajo el estertor de la Tierra, junto a llamas
que me hienden, sajando topacios y obsidianas en fieros surcos.
Despereza ya esta primavera de árboles aún indecisos al gozo,
con el radiante fulgor de un grito celeste abriéndose en hebras,
sobre cenizas de una piel, donde el Universo espasmódico estalla.


Estamos ante un mecanismo de erotización de la realidad (del Universo, en este caso), que maneja muy bien FF. En el poema “Escapa la noche”, todos los elementos citadinos y naturales contribuyen al “vaivén divino”, toda la urbe se contagia del encuentro amoroso: huyen las farolas, espían en las esquinas calenturientos temblores, las estrellas hablan con rugidoras palabras del gozar, las persianas gimen, tañido de campanas avisan, se abrasan las matas de los parques con el trotar, corren alocados árboles, etc. La erotización del cosmos llevada a cabo en “La sensibilidad del hidrógeno” es otro ejemplo más de esta técnica empleada en los poemas de contenido erótico.

La composición con que se cierra el libro (y su tercera sección titulada “Y la vida abriéndose paso”), “En torno a miles de crepúsculos”, es un complejo poema visionario, cosmogónico, un repaso a grandes filosofías y reconocidas culturas. Estructurado en once estrofas: una invocación (un “yo”[1] se dirige a la sibila, para que esta invoque a ese “yo”) y diez partes, en las que desarrolla un demorado vagabundeo por la historia de la humanidad, desde las pinturas de Lascaux, los dólmenes, las tabletas sumerias, el Gilgamesh, el hinduismo, el taoísmo, la añorada Grecia, el cristianismo, el misticismo musulmán, el renacimiento italiano, la imprenta, el racionalismo, la revolución francesa, la revolución industrial, hasta llegar al horror atómico del siglo XX y culminar el poema con unos versos en los que se identifica al yo inicial con la Vida, el núcleo protagonista de ese ambicioso viaje (obsérvese de paso cómo el cierre del poema lo anuda con el comienzo y el título, con su aludido eterno retorno):

De ahí que, mientras desentrañáis la hélice primigenia,
haced que el reloj del confín de nuevo palpite en Delfos,
para que despierte el Sol al ave dormida desde el Ónfalos,
y yo, la Vida, renazca en torno a miles de crepúsculos.


También se constata, no solo en esos versos finales, sino en muchos lugares del mismo poema, el pensamiento panteísta (avalado por muchas conquistas de la Ciencia) y la vinculación con la cultura clásica griega, anteojos con los que ve el mundo la autora: su reiterada creencia en la Belleza, el Arte, la Poesía, la Razón, el Bien, el Eros, la Libertad… No sabemos dónde abrevó FF este paganismo: quizá procede de su germanofilia y sus profundas lecturas de los románticos alemanes, especialmente de Hölderlin. Luis Cernuda, en una nota sobre Hölderlin publicada en la revista Cruz y Raya de noviembre de 1935 (pp. 115-117), escribió unas palabras que muy bien podemos aplicar a la filosofía que late en gran parte de la poesía de FF:

El amor, la poesía, la fuerza, la belleza, todos esos remotos impulsos que mueven al mundo, a pesar de la inmensa fealdad que los hombres arrojan diariamente sobre ellos para deformarlos o destruirlos, no son simples palabras; son algo que aquella religión supo simbolizar externamente a través de criaturas ideales, cuyo recuerdo aún puede estremecer la imaginación humana.

Fátima Frutos, por su formación, por su trabajo, por su condición y por su trayectoria vital mantiene una postura comprometida ante la cultura contemporánea. Su firme crítica del patriarcado aquilata el valor cívico y feminista -político- de su escritura. En este sentido, podríamos relacionar muchos de sus poemas con un tipo de poesía aceradamente doctrinaria y ejemplar, a contracorriente. Así, en la primera sección de Andrómeda, el titulado “La niña de Ilopango” es expresivo de este sentir. La violencia contra la mujer, siendo universal y multiforme, en Centroamérica adquiere rango de brutalidad difícil de imaginar y dejará -tras una larga estancia de estudio y trabajo en El Salvador- una huella honda en la poeta. “La niña de Ilopango”, además de homenajear a los poetas de los pobres de las Américas (César Vallejo, José Martí, Ernesto Cardenal), pertenece a la misma inspiración que dictaron poemas como “Réquiem por una madre salvadoreña” (de Epitafio para una odalisca), “Hermanas Maryknoll” (de Monjas, putas y locas) o la novela La selva sobre mi piel, que acaba de terminar, inédita aún, sobre la masacre del teólogo de la liberación Ignacio Ellacuría (1930-1989) y sus compañeros a manos de unos militares salvadoreños. La autora, envuelta en versos de poetas rojos, camina con los ojos abiertos, como dejó escrito en “Memoria íntima” (del libro De carne y hambre):

Te vi bajo las tiendas de los nómadas de Smara,
cobijado entre la insurgencia de los inocentes.
Descendí por los nueve círculos de la infamia,
desde el Canal Slum de Calcuta
hasta los burdeles del Mekong,
donde niñas carcomidas
venden la rabia de la mortandad
al extranjero que impoluto se descuelga
por la mugrienta vergüenza de la inmundicia.

También en el amargo poema “Oratorio para una sibila” (de Epitafio para una odalisca, su libro más complejo y completo, un retrato de su mundo íntimo y de sus propuestas), resuena el apocalíptico vaticinio de la Sibila y la queja de FF:

No será sino el hambre quien pasee por el mundo su locura,
su tiniebla erizada de alfileres en el vientre de las niñas […].

Pero, como vengo apuntando en este acercamiento al mundo poético de FF, todos los rasgos señalados pueden advertirse diseminados con profusión a lo largo de toda su obra poética, desde el primer libro: cada uno de los que vino después, como un afluente, aportó una nueva fluencia al gran río unitario de su pensamiento y sensibilidad.


Desde el punto de vista técnico, ocurre igual. Se perciben los mismos mecanismos en todas sus obras: el versolibrismo, el culturalismo de citas (sobre todo de mujeres), la voz femenina como detonante del poema, el Eros, el tono elegíaco, la cuidada construcción sintáctica, el gusto por el paralelismo, la mise en abyme, las alusiones mitológicas, la tendencia a sugerir (casi narrar) historias ejemplares y la musicalidad. El destino ha querido que esta Andrómeda encadenada se haya convertido, con adaptación de Marc Rosich, en una ópera de Agustí Charles que será estrenada en este otoño de 2021. Pero la musicalidad también puede ser entendida como equilibrio entre las partes en que compone cada poemario suyo FF. Aventuro que el número tres es una obsesión compositiva para ella. Los primeros tres libros publicados conforman, según confesión propia, La Trilogía del Eros Histórico. Cada uno de los tres títulos se organizan en torno a tres partes. Epitafio para una odalisca, quizá el de mayor aliento musical, se aparta ligeramente de la distribución tripartita al disponerlo en un preludio más tres actos. El cuarto libro, Haikus desde el río, escrito -como ya se ha dicho- originalmente en alemán, tiene una doble relación con el tres, al tratarse de poemillas de tres versos y contener noventa haikus, divididos en nueve partes. Los dos últimos libros se someten estrictamente al tres: tanto En brazos de la belleza como Monjas, putas y locas se organizan en tres partes y cada una de ellas contiene nueve poemas.

La poesía de FF es fatalmente bella y necesaria. Sus poemarios son lujosos escaparates de mujeres fascinantes, un coro de insumisas, rebeldes a la necedad y el poder masculinos, brujas, supervivientes de los psiquiátricos, artistas, ángeles caídas, mártires, suicidas, heterodoxas, asesinadas, místicas, gozadoras, filósofas, supervivientes de la violencia de género, monjas, putas y locas. No puedo mencionar a esta asamblea de mujeres convocadas por la poeta porque son varias centenas, pero siempre habrá que reiterarle a la autora el agradecimiento de la tribu por la feliz recuperación de tantas figuras (de papel y de carne), sobre todo de aquellas de vida tumultuosa y de las apegadas a varones -habitantes de las cumbres intelectuales, literarias, artísticas o políticas- cuya sombra las ocultó. En un incesante proceso de visibilización humanizadora, FF da nombre a estas mujeres, luego las revive y actualiza otorgándoles voz y, finalmente, al convertirlas en espejos de sí misma, en médiums, pone en marcha el discurso de una sentimentalidad poética, política y feminista. Una escritura que se rebela y que desvela, una poesía necesaria.

Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara

[1] El arranque del poema, como es evidente, es un guiño que retuerce el famoso dístico del delicioso poeta prusiano Kaspar Camerarius: Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca/aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.