Todo en vano del alemán Walter Kempowski es una novela muy potente que cuenta el hundimiento del III Reich en la Prusia oriental en el invierno de 1945”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces

01/12/21. 
Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana comenta siete lecturas diferentes: “Christopher Hitchens fue un escéptico maravilloso, un auténtico caballero oxoniense (que era grosero cuando quería serlo) y un temible polemista admirado por gentes tan conspicuas como Gore Vidal, Susan Sontag o...

...Edward Said. Vivió deprisa, entre la dipsomanía y el brillo de una inteligencia egregia”.

Siete lecturas del último verano

1. Todo en vano del alemán Walter Kempowski es una novela muy potente que cuenta el hundimiento del III Reich en la Prusia oriental en el invierno de 1945. Una familia perteneciente a la nobleza rural espera -con una tranquilidad tan inconsciente como altiva- a los bárbaros, sabiendo que los rusos del Ejército Rojo no serán amables con los vencidos. El humor y los personajes ridículos prestan tintes expresionistas a la narración. Uno recuerda inmediatamente aquel libro, escrito anónimamente por una periodista alemana (Una mujer en Berlín), de lectura perturbadora, donde se constata cómo se las gastaron los soviéticos: más de 100.000 mujeres fueron violadas en Berlín en los últimos meses de la segunda guerra mundial, aunque puede que ese libro y esas cifras formen parte de las estrategias fakes de la guerra fría (¿no es sospechoso que no se hable de las violaciones cometidas por los ejércitos aliados?). Kempowski pertenece a la generación de escritores alemanes del grupo 47, como Günter Grass, Heinrich Böll o Hans Magnus Enzesberger. Todos ellos mantuvieron una posición muy crítica con el nazismo (que vivieron en sus primeros años de vida) y afrontaron un tema tabú para la Alemania de posguerra, que no estaba para recuerdos, Heil Hitler. La novela se publicó un año antes de su muerte, el mismo de la publicación de Las benévolas de Littell (2006), que volvió a poner en candelero el tema de la banalidad del mal (la feliz y demoledora expresión de Hannah Arendt en su Eichmann en Jerusalén). El éxodo de la población civil alemana que narra Kempowski de manera coral a través de los ojos de un alter ego, un niño de doce años, refleja esa política de tierra quemada y devastación sistemática que aplicaron los aliados sobre las ciudades y las poblaciones civiles: lo narró magistralmente W. G. Sebald en Sobre la historia natural de la destrucción. Si he recordado al inexcusable Sebald quizá sea porque ambos autores han utilizado para sus libros un cúmulo de registros y materiales (fotos, libros de memorias, autobiografías propias y ajenas, cartas, periódicos…) para reconstruir una época de ferocidad y sufrimiento difíciles de asimilar.



2. Joseph Quincy Mitchell, periodista sureño y eterno paseante por Nueva York, publicó sus magistrales reportajes ("perfiles") en la revista The New Yorker (guarida de toda una generación de espléndidos escritores y periodistas usamericanos). Su escritura anticipa el nuevo periodismo de Gay Talese y Tom Wolfe. Lo último que publicó fue El secreto de Joe Gould (1965), quizá su libro más recordado. Sin embargo, el título que mejor convendría a este libro de Mitchell sería La flor de mi secreto o El secreto de Joe Mitchell, porque Mitchell, que ya había historiado las vidas de taquilleras, ostricultores negros, mujeres barbudas, gitanos y otras gentes "ordinarias" o "pequeñas" ("que son tan grandes como tú, quienquiera que seas"), elige aquí contar la historia de un exiliado del campo, un bohemio neoyorquino (el profesor Gaviota), una excéntrica figura del Village, autor de una presunta Historia oral de nuestra época, una voluminosa obra inédita (de la que hablan Ezra Pound, William Saroyan o E. E. Cummings). La elección de este outsider grafómano es redundante: Mitchell escribe mirándose en el espejo de Joe Gould, su alter ego de carne y hueso. Los dos vivieron enamorados de las calles, del Village y del puerto de Nueva York; los dos escaparon de su pueblo, del padre y de la universidad; los dos se empeñaron en el relato oral de los desvalidos; los dos vivieron deprimidos y bloqueados; y ambos patearon y cruzaron alegremente las líneas de la ficción y la no ficción, de la impostura y de la genialidad. Como recuerda el biógrafo de Mitchell, Thomas Kunkel, "cualquier retrato pintado con sensibilidad es un retrato del artista, no del modelo" (frase que toma de El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde). Cuando murió en 1996, el obituario del New York Times decía que la “no ficción de Mitchell tenía gracia y era rica en el tipo de gente que un lector puede encontrar en Joyce o Gogol”.

3. "La felicidad atonta. La felicidad y la sabiduría no van juntas, lo mismo que el cuerpo y el pensamiento no van juntos. Porque solo el dolor es el pensamiento del cuerpo. En otras palabras, la gente feliz se vuelve necia. Solo cuando se cansan de su felicidad, los amantes, si lo son normalmente, pueden ser de nuevo sabios". Lo dice en El último amor en Constantinopla Milorad Pavić, escritor, traductor, profesor de literatura serbia y autor de media docena de novelas fantásticas (entiéndase este adjetivo como piropo y definición). Hay más literatura en una página de Pavić que en los cien libros más vendidos de este año. En sus libros hipertextuales, Pavić desafía al lector rebelde para que lea a como te salga de ahí. Claudio Magris escribió de Pavić (referido a su novela más internacional y traducida, Diccionario jázaro) que "su estilo tiene la síntesis y la dulzura de los cronistas y los poetas de Oriente". Pavić es una Sherezade austrohúngara, un derrochador de imaginativa inacabable... Cuando uno entra al juego libérrimo y libertino de sus historias, sabe que está atrapado por una trama de sueño y maravilla: los realismos mágicos y los Macondos se quedan a la altura del betún. Pavić es un creador de la estirpe de Calvino, Borges, Cunqueiro y Kilito. En una página de Pavić hay perfumes que se liberan al tercer día de aplicárselo -y tienen la fuerza de una lágrima-. En una página de Pavić el tiempo corre en los sueños más rápido que cuando estás despierto -y en cada noche pasa al menos una década-. En una página de Pavić hay monedas acuñadas en el infierno con las que se puede comprar el mañana, el hoy o el ayer. En una página de Pavić, cuando se escucha una canción titulada "Los recuerdos son el sudor del alma", (revi)ves un antiguo amor y todo tu cuerpo empieza a oler a melocotones. La música del encantador Pavić suena para ti, lectriz serpiente, lector rata. Pero que no te engañen. Según Pavić hay dos clases de escritores: “Unos perciben el gusto de los lectores y atienden ese gusto sin prestar atención a lo que va a resultar de sus libros. Otros quieren cambiar el mundo y la literatura, sin prestar atención al gusto de los lectores y al interés de su editor".


4. Christopher Hitchens fue un escéptico maravilloso, un auténtico caballero oxoniense (que era grosero cuando quería serlo) y un temible polemista admirado por gentes tan conspicuas como Gore Vidal, Susan Sontag o Edward Said. Vivió deprisa, entre la dipsomanía y el brillo de una inteligencia egregia. Si le preguntarais al Vaticano, a la madre Teresa de Calcuta o a Henry Kissinger quién era Hitchens, todos responderían: ¡el mero merito Satanás! A pesar de que escribía como los ángeles: compruébenlo en su delicioso libro Dios no es bueno. Reformuló un antiguo principio (la "navaja de Hitchens") que manejó en sus debates y que bastaría para desautorizar a tanto todólogo: "Lo que puede afirmarse sin pruebas puede desestimarse sin pruebas". Un liberal libertario, un radical humanista, un ser lleno de gracia, un fustigador de la injusticia en todas partes. No dudaba en esgrimir un humor -a la altura de los Monty Python- que no se arredró ante presidentes, reyes o papas, ni ante ningún asunto. Ejemplos: "el sector obeso de la facción lesbiana de transexuales cherokees minusválidos exige una sesión sobre sus necesidades"; "las cuatro cosas más sobrevaloradas en la vida son el champán, la langosta, el sexo anal y los picnics"; "el racismo más la religión es igual a fascismo"... En sus Cartas a un joven disidente se permitió aconsejar: "Cuídate de lo irracional, por seductor que sea. Rehúye al 'trascendente' y a todo aquel que te invite a subordinarte o aniquilarte. Recela de la compasión; prefiere la dignidad para ti mismo y para los demás. No tengas miedo de que te consideren arrogante o egoísta. Imagina a todos los expertos como si fuesen mamíferos. Nunca seas un espectador de la iniquidad o la estupidez. Busca la discusión y la disputa por sí mismas; la tumba suministrará cantidad de tiempo para el silencio. Sospecha de tus propios motivos y de todas las excusas. No vivas para los demás más de lo que esperases que los otros vivieran para ti".

5. Alejandra Pizarnik, Poesía completa. Te quiero, Flora Alejandra, niña del áspero contrapunto, hija del viento, lanzadora de cuchillos nocturnos, tatuada de la soledad, fantasma adolescente, fuego de los espejos, ángela sonámbula por un campo de lilas... Bluma, la que quería quedarse queriendo irse, la que le pidió la luna al poema, ahora que el verano es una lenta plaga, me ha respondido:

la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

6. Cada vez amo más los libros menores, pequeñas grandes obras, como el Naufragio en Frankfurt de Javier Setó. Aparentemente es un museo, el paseo de un diletante por las pinacotecas, en el que va desmigajando perlas y margaritas, al modo de aquel Señor de la Montaña, para gozo del lector. A veces se pierde en el trasfondo de un cuadro y avisa: "La Vida ocurre, pero se nos esconde en un interior o sucede junto a nuestra inconsciencia, pasa mientras nosotros le damos siempre la espalda". Es difícil señalar una muestra de lo lejos que Setó puede transportarnos en su lectura de una obra de arte, de una fotografía, de un artista: cada una de ellas es una aventura tan arriesgada como dichosa, tan certera como terrible, porque allí estamos nosotros, los del siglo XXI, en la desvalida mirada velazqueña del príncipe Felipe Próspero, en la respuesta de los viejos acosadores al porqué de Susana, en el triste inventario de la casa del pintor muerto, en un naufragio en Frankfurt.



y 7. He viajado, como todos los meses, a México y sin salir de casa. Esta vez, de la mano del poeta pontanés Juan Rejano y su obra La esfinge mestiza: crónica menor de México (1945, con portada e ilustraciones de Miguel Prieto), otro gran libro menor, admirable, intenso y lleno de misterios que el poeta no sabe desentrañar. Todo lo contrario de ese “turismo bobalicón y egoísta” que denigra, Rejano se deja traspasar y embriagar por la tierra, los rostros, los amigos, el lenguaje, la comida, las azoteas, los patios, la arqueología, las nubes, las tabernas, los animales (los pelícanos señoriales, los zopilotes –“ángeles negros sepultureros”-), el mar, las costumbres, la sandunga mulata o el “misterio y gracia de los cenotes”. En este delicioso paseo mexicano, a Rejano no le abandona el asombro andaluz, cuando por ejemplo dice que Cuernavaca le recuerda Alhaurín el Grande, o cuando define el tequila como “un aguardiente con leve saborcillo a aceitunas”. Fue un puntal importante para la cultura española -a cuya generación del 27 pertenecía- y para la mexicana, donde ejerció con gran solvencia y aplauso el periodismo cultural y literario, tras su llegada como exiliado al término de la guerra civil. Y este libro es uno de los mejores que levantaron acta del encuentro entre la nostalgia de la antigua tierra y el amor de la nueva que le acogía. Rejano se sumó a las visiones de México aportadas por otros exiliados andaluces, ciudadanos de dos patrias, tales como Cornucopia de México (1940) de José Moreno Villa o Variaciones sobre tema mexicano (1952) de Luis Cernuda.

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