“Uno de los temas clave de su literatura, quizá también de su vida toda, es la búsqueda de la libertad y la felicidad. Para Laforet la sensación de felicidad es absolutamente material: se palpa, se huele, se oye, se ve”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


26/01/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe su segundo artículo sobre Carmen Laforet: “Vista en conjunto su obra (novelas, cuentos, artículos, reportajes y epistolarios), se puede claramente percibir unos hilos que fraguan conexiones y la articulan como un solo tejido. El impagable libro armado por...

...su hijo Agustín argumenta sobradamente esta idea. Quizá sea este libro la mejor iniciativa del centenario Laforet”.

Relectura de Carmen Laforet en su centenario (2)

Algunas constantes laforetianas

Carmen Laforet tiene el encanto irreal de las hadas
y la verdad real de una niña tímida
.

Jane Bowles

Un fino catador y crítico de la literatura, José Moreno Villa (Málaga, 1887-México, 1955), en uno de sus últimos libros (Los autores como actores, México, 1951), diferencia entre dos tendencias literarias: inventores y exhumadores. La primera utiliza el lenguaje de su tiempo y lo enriquece sin pedantería; la segunda “escarba en las fosas literarias” y construye frases alambicadas. Pone como ejemplo de la primera a Galdós y a Baroja. Y luego apunta a una comparación entre dos novelistas que están empezando:

Ahora que parece retoñar en España la novelística, veo con gusto la manera de escribir de los noveles: Carmen Laforet y Camilo José Cela. Ella sigue la línea de la sencillez clásica, del lenguaje vivo y directo, sin exhumaciones palabreras. Con la verdad lexicográfica de una Santa Teresa. Él, no tanto.

Aunque para Moreno Villa Nada era una “novela dura”, Laforet (y su literatura) fue una chispa de belleza en el aquel mundo tan gris y que tan espinoso le fue. Afortunadamente hoy podemos celebrar el privilegio de contar con dos libros cabales sobre su figura (como persona y como valor literario). El primero de ellos fue el de Música blanca (2009), una obra rara y exquisita, una auténtica obra maestra. Si Cristina Cerezales Laforet, su autora, no hubiera novelado en ese libro la relación -obsesiva, dolorosa- con su madre (la escritora Carmen Laforet ya estaba sumida en un ruido -o silencio- blanco por entonces), y hubiera fraguado cualquier otro personaje desconocido, seguiría siendo una obra esencial. Pero es innegable que ha añadido al mito Carmen Laforet uno de los matices más hondos y perdurables. El otro título también es debido a un hijo de la escritora, Agustín Cerezales Laforet, que con El libro de Carmen Laforet vista por sí misma (2021) ha conseguido urdir un libro prismático a partir de una refinadísima selección de los textos de la escritora. No creo exagerar si afirmo que ahora mismo es el mejor y más respetuoso acercamiento a la obra toda de Carmen Laforet.


Amiga de sus amigos. Uno de los rasgos más descollantes del carácter de Carmen Laforet es que correspondió siempre a una numerosa amistad femenina, cuya nómina -no exhaustiva- es apabullante: Poupée [Aurelia Lisón, hija del doctor Lisón], Consuelo Burell, Carmen Castro de Zubiri [hija de Américo], Elisa Bernís [casada con Gonzalo Menéndez Pidal], Rosa Bernís [casada con Arturo Ruiz Castillo], Linka Babecka, Jane Bowles, María Teresa León, Matilde Ras, Elena Fortún, Lilí Álvarez, María Campo-Alange, María Dolores de la Fe, Francisca Perujo Álvarez, Josefina Carabias, María Zambrano, Antonella Bodini, Concha Ferrer, Paquita Mesa, Roberta Johnson, Carmen Conde, Loli Viudes, Rosa María Cajal Garrigós (seudónimo María Morgan), Concha Rebull… Pero también gozó de grandes amistades masculinas: Ytho Parra, Emilio Sanz de Soto, Enrique de Rivas (hijo del traductor y dramaturgo Cipriano de Rivas Cherif), Ramón J. Sender…

Una lectora excepcional. En sus cartas, artículos y reportajes Laforet deja entrever sus aficiones lectoras, entre los que están Rainer María Rilke, Lou Andreas Salomé, Fiódor Dostoievski, Elena Fortún, Leonid Andréiev, Teresa de Jesús, Antón Chéjov, Jean-Henri Fabre, Sergiusz Piasecki, William Faulkner, Virginia Woolf, Marcel Proust, Pablo Lezcano, Allen Ginsberg, Juan Ramón Jiménez, Ernest Hemingway, San Agustín, Rafael Alberti, Selma Lagerlöf, Natalia Ginzburg, D[avid] H[erbert] Lawrence, María Zambrano, Pablo Neruda, Henry Miller, Aldous Huxley, Milli Dandolo, Azorín, Graham Greene, Julio Camba, Lin Yutang, Henrik Ibsen, Xavier Zubiri, Friedrich Nietzsche… Y siempre conservó su gusto por tres autores españoles, caudalosos y realistas: Benito Pérez Galdós, Pío Baroja y Ramón J. Sender.

Naturalismo. En su escritura poetiza el paisaje y el ambiente, con una estilizada técnica fragmentaria. El gozo ante la naturaleza y su expresión literaria es de raigambre institucionista (Institución Libre de Enseñanza), que a Laforet le llegó a través de amigas y maestras como Consuelo Burell, pero también por su origen familiar (el excursionismo y la práctica del deporte por parte de su padre) y por elección personal y de carácter.


Ecologismo. En relación con lo anterior hay que apuntar el ecologismo avant la lettre, el animalismo y el flaneurismo, que informan toda su obra a veces de forma muy sutil, pero siempre evidente. Hay un artículo memorable, de enero de 197,) en el que Laforet relata un comportamiento faunesco en su inaugural experiencia con la nieve: luego descubre que actuó igual que un cachorro la primera vez que conoce la nieve.

Creación de protagonistas femeninas inolvidables. Laforet fue consciente y estaba orgullosa de poseer la capacidad artística que la llevó a perfilar criaturas acabadísimas como la Andrea de Nada, la Marta de La isla y los demonios, la Paulina de La mujer nueva o la Anita de La insolación, personajes que podrían echar a andar en otros textos diferentes de las novelas que habitaron.

Los personajes turbios. Román (Nada), Pablo (La isla y los demonios), el asesino (La mujer nueva) o el médico (La insolación) son algunos de esos oscuros secundarios que parecen habérseles escapado a Faulkner. En La mujer nueva Paulina alude a una frase del usamericano: “Sexo y muerte, la puerta principal, la puerta posterior del mundo […] Al fin ahí venía a parar, de ahí nacía toda la poesía turbia de la existencia”.

Ambiente brontëano. Drama erótico y desolación caracterizan muchas de sus páginas. En Nada hay luz de quinqué, como un gris expresionista de cine negro, una sensualidad de la memoria tipo Rebeca o Recuerda de Hitchcock. El ambiente de la casa de La isla y los demonios parece remitirnos a La casa de Bernarda Alba o al filme Gritos y susurros de Ingmar Bergman.


Las mujeres trágicas. La Vicenta de La isla y los demonios y las criadas de otras novelas recuerdan a las mujeres de las tragedias lorquianas. Vicenta se retrata en esta reflexión: “Ella aborrecía a su marido como no había aborrecido a nadie en el mundo, como no aborrecía ni a los ricos que tienen pozos y los guardan para ellos, para sus cabras y sus camellos, cuando la gente muere de sed…”.

Profundidad psicológica. Hasta el aparentemente más esquemático de sus personajes posee esa credibilidad, esa hondura psicológica con que Laforet los dota con poquísimos trazos. En este sentido invito a la lectura de uno de los más conocidos cuentos o estampas (“Al colegio”), apenas tres páginas dignas de recordación. Se puede leer en red, por ejemplo, aquí: http://webhome.auburn.edu/~barryms/fulbright/units/education/_estampa_.pdf

Libertad, felicidad. Uno de los temas clave de su literatura, quizá también de su vida toda, es la búsqueda de la libertad y la felicidad. Para Laforet la sensación de felicidad es absolutamente material: se palpa, se huele, se oye, se ve. “El aire cálido y el mar lleno de luz plateada la llamaban. Se desnudó rápidamente en aquella profunda soledad de la arena con luna, y se metió en el agua”: eso es la felicidad para Marta (La isla y los demonios).

Vista en conjunto su obra (novelas, cuentos, artículos, reportajes y epistolarios), se puede claramente percibir unos hilos que fraguan conexiones y la articulan como un solo tejido. El impagable libro armado por su hijo Agustín argumenta sobradamente esta idea. Quizá sea este libro la mejor iniciativa del centenario Laforet. Releyéndola, nos hemos dado cuenta no solo de lo que nos gustaba lo publicado por Carmen Laforet, sino de todo lo que aún queda por leer de ella: los epistolarios pendientes, los muchos artículos y borradores que de seguro irán viendo la luz. Y, desde luego, he notado una ausencia flagrante, un silencio clamoroso: la de Manuel Cerezales González (1909-2005), un periodista, crítico, editor y lector, marido de Carmen Laforet.

[Continuará]

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