“Lo tangerino se materializó desde la segunda mitad del siglo XX, en un puñado de obras y autores de gran influencia y aún hoy los fantasmas de un tiempo ya ido vuelven a pasearse en el revival de los libros y de la fábrica de sueños”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
04/05/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana habla sobre novelas que suceden en Tánger: “Podríamos adscribir a ese género a La emperatriz de Tánger (2012), una novela negra que consigue hacer transitar al leyente por un mapa citadino, donde Sergio Barce va trazando la aventura de un desesperado personaje con...
...un itinerario absolutamente reconocible de boulevares, cuestas, cafetines, restaurantes, clubes, cines, hoteles, miradores y otros lugares de esa mágica urbe”.
La emperatriz de Tánger
“Votre ville [Tanger] nous offre l’ illusion de départ et de liberté”
Carta de Mohamed Berrada a Mohamed Chukri, 1975
En una de las magníficas y clarividentes evidencias a las que era tan aficionado, Roland Barthes sugirió que la obra literaria siempre es anacrónica: la distorsión entre el tiempo de la escritura y el de la lectura interpela al crítico. También se preguntaba cómo explicar la supervivencia de una obra literaria en el tiempo. Esta cuestión se me suscitó cuando pensaba estos días, al hilo de algunas lecturas, en el subgénero de la novela tangerina. Tánger -como es bien sabido- es una isla mítica donde han jugado su noctívaga partida políticos, artistas, empresarios, espías, aristócratas y escritores de todo pelaje, un espacio melting pot listo para ser consumido por el ensueño orientalista, el sexo polícromo y el humo de la pipa de kif. Tánger es una de esas ciudades de deriva (la sugerencia también es de Barthes):
[…] ciudades donde varias ciudades se mezclan en su interior; ciudades sin espíritu de promoción, ciudades perezosas, ociosas […] donde reina el desenfreno, pero no demasiado seriamente […]. La ciudad es entonces una especie de agua que simultáneamente lleva y arrastra lejos de la ribera de lo real: allí uno se encuentra inmóvil (sustraído a toda competencia) y desviado (sustraído a todo orden conservador).
Lo tangerino se materializó desde la segunda mitad del siglo XX, en un puñado de obras y autores de gran influencia y aún hoy los fantasmas de un tiempo ya ido vuelven a pasearse en el revival de los libros y de la fábrica de sueños. Guías de este rescate (de aquel mundo de, entre otros, Ángel Vázquez, Ramón Buenaventura, Mohamed Chukri, Emilio Sanz de Soto, Paul y Jane Bowles) y del escaparate de los actuales valores neotangerinos (en español, francés o árabe) son la profesora Rocío Rojas-Marcos y el director de la revista SureS Santiago de Luca, a quienes hay que agradecerles el desempeño de esta reivindicación en curso. Entre los últimos escarbadores de las vetas tangerinas, pero ya con una moderna ciudad de ahorita mismo (aunque no haya perdido el fantasmático perfume de su pasado), lleva la voz cantante -entre los de expresión hispana- Javier Valenzuela con una notable trilogía neopulp: Tangerina (2015), Limones negros (2017) y La muerte tendrá que esperar (2022).
También podríamos adscribir a ese género a La emperatriz de Tánger (2012), una novela negra que consigue hacer transitar al leyente por un mapa citadino, donde Sergio Barce va trazando la aventura de un desesperado personaje con un itinerario absolutamente reconocible de boulevares, cuestas, cafetines, restaurantes, clubes, cines, hoteles, miradores y otros lugares de esa mágica urbe: café Las Campanas, cafetín Isa, cine Roxy, bar Turia, bar Lucifer, Kursaal, hotel Minzah, pensión Fuentes, Casa de España, La Mar Chica, Librairie des Colonnes, cine Alcázar, café Colón, café de París, teatro Cervantes, English bar, Morocco Palace, La Tribune de Tánger, Cosmópolis, El Alcázar, ABC, España…, y así hasta mapear la entera ciudad con una precisión de GPS, un universo poblado además de nombres propios de aquella vida luminosa. La emperatriz de Tánger es el último libro que he leído de Sergio Barce. Antes había disfrutado la triste y delicada historia, de espléndido final, de Una sirena se ahogó en Larache (2011) y otros relatos recogidos en Una puerta pintada de azul (2020): los dos títulos rinden tributo a ese mozarabismo literario que practica el autor de Larache.
Mientras leía La emperatriz de Tánger y deambulaba por la noche tangerina convocada en sus páginas, su trío protagonista, un escritor -Augusto Cobos- adicto al alcohol y al sexo, un tierno policía lector de poesía -Said Barrada- y un sádico malote falangista -Juan José Iriarte-, no hacía más que recordarme a otro trío de personajes de cine, Rick-Bogart, el capitán Renault-Rains y el nazi Strasse-Veidt. También me evocaban estrechos paralelismos entre la película Casablanca y el Tánger literario de Barce personajes como el Victor Laszlo del filme con el Pablo Cantos de la novela, aunque las disonancias son también notables: en una suenan “As Time Goes By” (Dooley Wilson), el bolero mexicano “Perfidia” y la “Marsellesa”, y en la novela el “Rico Mambo” de Pérez Prado. La desproporción femenina es importante y, si el filme de Curtiz lo llenaba la figura de una intensa y fulgurante Ilsa-Ingrid Bergman, en la novela de Barce las mujeres son una fascinante legión, quizá por necesidades del inquietante donjuanismo de un protagonista depredador sexual: entre otras muchas secundarias, están muy bien dibujadas la funcionaria consular Carmen Montes, la sumisa Yamila y la lolita pelirroja de ojos verdes Miriam Benasuly.
El Augusto Cobos, un verdadero hombre fatal (en el mismo sentido que decimos una femme fatale), que se autodefine como un “alma corrompida”, y su descenso a los infiernos del alcohol, me ha evocado el espléndido ensayo de Olivia Laing El viaje a Echo Spring. Por qué beben los escritores (Ático de los Libros, 2016), un road book manual para (per)seguir por sus abismos particulares a seis monstruos literarios usamericanos arrasados por el alcoholismo (Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Tennessee Williams, John Cheever, John Berryman y Raymond Carver). No me consta que Sergio Barce beba y, en cualquier caso, quien sí lo hace es el personaje de Augusto Cobos, que también es un escritor de gran avidez etílica.
El capítulo de La emperatriz de Tánger titulado “Paul y Jane” es de mis favoritos y, por sí mismo, es un relato perfecto en el que se narra la escena de un fonduq inundado de agua embarrada que ha echado a perder las páginas de una novela en marcha, la que está escribiendo Paul Bowles. Y es, claro, también un delicado homenaje a ese tándem ya momificado, mitificado por la memoria. En esa palpitante ciudad han brillado figuras muy seductoras y en el pasado Jane Bowles -todavía hoy, porque el tiempo mítico tangerino nunca se acaba- fue una de sus reinas más indiscutibles. Tennessee Williams, otro de los intermitentes visitadores de la ciudad, relata en sus Memorias cómo conoció a la encantadora pareja Janie [Jane] y Bubbles [Paul] en agosto de 1940 en Acapulco: “Paul, como siempre, estaba preocupado por la comida y por su estómago”. Años más tarde, en 1948, el dramaturgo viajó con Paul en el Vulcania desde USA hasta Gibraltar donde recogieron a Jane para continuar a Tánger y luego a Fez, de donde huyó precipitadamente Williams con su pareja Frankie hacia Casablanca para embarcarse a Marsella y luego a Italia. En otro apunte de estas Memorias, Williams vuelve a enjuiciar a su querida Jane Bowles, “la más grandiosa figura literaria” según un parecer muy compartido:
Considero de todo punto a Jane Bowles la mejor pluma que han dado las letras inglesas en lo que va de siglo. Y Harold Pinter me dijo que él era de esa misma opinión.
En otra estancia tangerina (1961 o 1962) vuelve a rememorar un encuentro con Jean Bowles: “Janie era siempre un alivio”. Y una década después Tennessee en otro viaje a Tánger, en el verano de 1973, con el recuerdo de la muerte reciente en Málaga de Jane, la retiene en su memoria y en sus palabras, tal como relata Chukri en su Tennessee Williams en Tánger (2017).
Cuando uno lee un libro del ciclo tangerino se siente enseguida adormecido, como en una balsa, y la ciudad es el mar de fondo que te acuna, un mar o un magma incandescente, con ese efecto -musical, oloroso, vivo- que transmite la literatura metatanyawi. Me pregunto si los narradores de la beat generation eran -salvando todas las distancias de estilo que se quieran- parecidos a aquellos prosistas de la Falange (como, por ejemplo, César González Ruano), para quienes, entre resonancias modernistas e imperiales, Tánger era la puerta de entrada a un mundo fabuloso donde se funden azar y pereza, ensueño y fingimiento, reposo y erotismo, éxtasis y pecado. O sea, exotismo y marroquismo, orientalismo y culturalismo colonialista al servicio de la ideología imperialista europea y española, que diría Edward Saïd. Pero en cuanto escribí la última frase, se me apareció Jane Auer que entonó una “balada del que nunca fue a Tánger”. Y entré en Tánger detrás de la emperatriz.
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