“La novela ‘El camino de las ordalías’ de Laâbi es un itinerario, un relato de la tortura en la prisión, de la puesta en libertad, de sentir de nuevo la respiración y el cuerpo de la ciudad de Fez, la fauna de los hombres libres, la recuperación de la infancia, el encuentro con la familia…”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


14/09/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre Abdellatif Laâbi: “Es quizá el más grande poeta vivo de Marruecos. No deja de sorprender la fuerza, la vitalidad y la esperanza que transmite su poesía, sobre todo cuando pensamos en los años de sufrimiento (detención, tortura y cárcel) que le acarreó su...

...compromiso literario, cultural y político en los llamados “años de plomo” del reinado de Hassán II”.

Con los Laâbi en Ronda

Un día de julio de 2022 giramos una excursión a Ronda Antonio Álvarez de la Rosa y servidor con Jocelyne y Abdellatif Laâbi. Tras interrogar a Rilke en los jardines del hotel Reina Victoria y tomar café, cruzamos el puente en los dos sentidos. Ante una cerveza en la terraza del Parador, Abdellatif se da el gusto de recitar un fragmento poético de Allal al-Fasí, figura del nacionalismo marroquí, pero también ensayista y poeta, que Jocelyne nos traduce al francés:


Ah! Si un jour pouvait revenir la jeunesse
je lui confierai ce que de moi a fait la vieillesse.

“El viejo lobo de los mares carcelarios” ha bajado la guardia de su sempiterna ironía y cita ese verso melancólico de al-Fasí, quizá tocado por la apabullante vista del Tajo o por la conversación, mientras hacíamos la carretera hasta acá, en torno a viejos amigos comunes (Lucile Daumas, Ahmed Ararou, Abdelfattah Kilito) y a la posibilidad de encontrarnos en Ronda con el fantasma del rey Abu Nur Hilal o el de su hijo Badis ben Hilal.

Abdellatif Laâbi (Premio Goncourt de Poesía 2009, Grand Prix de la Francophonie 2011) es quizá el más grande poeta vivo de Marruecos. No deja de sorprender la fuerza, la vitalidad y la esperanza que transmite su poesía, sobre todo cuando pensamos en los años de sufrimiento (detención, tortura y cárcel) que le acarreó su compromiso literario, cultural y político en los llamados “años de plomo” del reinado de Hassán II. Como dice Álvarez de la Rosa, “esa circunstancia trágica le modeló en mármol flexible, en ironía implacable, en humor lenificante y en serenidad vigilante”.  Y es que, como no cesa de repetir el mismo Laâbi, “la poesía es invencible”. Paseamos en la canicular Ronda hasta Casa Ortega, donde nos reponemos con unos tomates aliñados. Abdellatif pide alcachofas, pero no es temporada y se conforma con un mechoui glorioso. Teniendo en mente una traducción -que me dio a leer Antonio- del capítulo “El síndrome andaluz” de su libro Le livre imprévu (París, 2010), le pregunto al poeta si se siente andalusí y no duda en responderme con una declaración vindicativa del tiempo presente: “me siento andaluz, no andalusí”.


A propósito del símbolo del padre en la narrativa marroquí y en relación con El último patriarca de El Hachmi y El pan a secas de Chukri (y la idea freudiana de “matar al padre”), le comento a Laâbi que él marca una gran diferencia al respecto en su novela Le chemin des ordalies [El camino de las ordalías, p. 47]:

Tu padre no era el tipo de pater familias tan frecuente en los relatos del contorno del Mediterráneo y del mundo árabe. El dictador de andar por casa, núcleo indivisible de la célula familiar y social en torno al que gravitan la actividad económica, la ideología dominante, los matrimonios arreglados, los divorcios decretados, el ceremonial del culto y de las fiestas. Tronco del árbol genealógico, mano de la Providencia en todas las cosas. Era un pequeño artesano de carácter bondadoso, que se iba todos los días al trabajo a las seis de la mañana y volvía a las ocho de la noche. […] No experimentaste, pues, la rebeldía contra el padre, lo que tal vez explique que nunca hayas sentido el deseo de escribir una de esas autobiografías edificantes que eran como una especie de prueba de aptitud en la literatura de los colonizados.

Me confirma el carácter dulce de su padre, un talabartero que confeccionaba jáquimas para los burros, pero también señala el carácter enérgico de la madre: el matriarcado de facto que hace vivible muchas de nuestras sociedades. Esa misma idea se la escuché en Mondoñedo a un habitante del lugar que me dijo: “lo que nos salvó en Galicia fueron las mujeres, todo lo bueno que se hizo, ellas lo hicieron”.


La novela El camino de las ordalías de Laâbi es un itinerario, un relato de la tortura en la prisión, de la puesta en libertad, de sentir de nuevo la respiración y el cuerpo de la ciudad de Fez, la fauna de los hombres libres, la recuperación de la infancia (voces, rostros, nombres), el encuentro con la familia (contar un cuento a su hija, visitar la tumba de la madre y tratar de recomponer el color de sus ojos: “Los tenía garzos, de un tono particular, más cercano al verde que al azul, como de orégano fresco”).

Hay otro itinerario que contradice la afirmación de Abdellatif Laâbi de que “la prisión es una isla que deriva sordamente por la curva inasible del tiempo” y que, sin embargo, expresa “el sufrimiento exacto”. Me refiero a la obra de Jocelyne Laâbi La liqueur d’aloès (París, 2005): un libro memorioso en el que la autora intenta compendiar la vida de una niña en Meknès, adonde arribó de la mano de una familia colonialista, con el relato de los años apasionantes, pero también oscuros, de su crecimiento como persona, estudiante y rebelde enamorada del joven poeta y teatrero Laâbi (que representaba un papel en la obra de Brecht Los fusiles de la señora Carrar), con el que enmaridó en 1964. Eran esos mismos años del surgimiento de una nueva cultura, del movimiento poético y de la insurrección en torno a la revista rabatí SOUFFLES, fundada y dirigida por Abdellatif Laâbi.

Pese a la corta vida de Souffles (1966-1971), cerrada por prohibición gubernativa, esta rabiosamente juvenil “revista cultural árabe del Magreb” se atrevió a tocar todos los palos: cine, cultura nacional, arte, literatura magrebí, descolonización, negritud, cuestión palestina… La revista planteará las cuestiones más incisivas que serán debatidas en Marruecos en los siguientes decenios, como, entre otras, la lengua de expresión, la herencia colonial o la cultura popular. Los 22 números de la publicación (en realidad 17, ya que hubo 5 dobles números) crecieron en torno a un grupo amistoso de poetas, creadores y activistas, entre los cuales estuvieron -además del propio Laâbi- Nissaboury, Khatibi, Khaïr-Eddine, Serfaty, Chebaa, Melehi, Benjelloun, Chraïbi, Alloula, etc. En 1970, Laâbi funda la organización Ilal-Amam [Adelante], de carácter marxista-leninista, y Souffles deviene una revista cada vez más radical y política, con una clara orientación internacionalista y revolucionaria. Según Jocelyne, hay dos circunstancias que explican el viraje de Souffles hacia la política: una es la tragedia tercermundista (Palestina, Vietnam, Cuba) y otra, la amistad con Dedé (Abraham Serfaty), con quien Abdellatif creará el nuevo Ilal-Amam.

Toda esta historia, que ya ha contado en varios textos y obras Abdellatif, la recuenta Jocelyne en La liqueur d’aloès, pero es otra historia, más compleja, más rica, excéntrica, intimista, cordial, feminista. El punto de vista genérico lo cambia todo. La mitad del libro está dedicado al tiempo indigno de la prisión, a la lucha de las mujeres por los derechos de sus hombres presos (a veces, desaparecidos), un tiempo de “amor y amistad, abnegación, mezquindad, rabia y risa, impotencia y cólera, felicidad, duelo”. Jocelyne concluye, como en ese título del libro de Pablo Neruda: “J’avoue que j’ai vécu” [confieso que he vivido].


También es la crónica de otra lucha individual: la autora debe criar a tres niños de corta edad. Al mismo tiempo, es un libro de amor que expresa una honda ternura en las cartas dirigidas al marido y padre preso. Pero Jocelyne no es una paciente Penélope: ha salido a la calle en busca de su Ulises y ha tejido un tapiz de solidaridad con las otras penélopes. Jocelyne no oculta nada: sabe que los amantes evolucionan en la separación, que aparecen nuevos amigos, que la soledad y la independencia son valores añadidos al sentimiento del amor. Todo eso se enuncia, con dolorosa consciencia, en las cartas reproducidas en su libro.

Hace unos días leí un artículo, muy novedoso en la bibliografía marroquí, de Mohammed Dahiri, “Los «años de plomo» en la literatura carcelaria marroquí” (Al-Andalus Magreb, 29, 101, Universidad de Cádiz, 2022), donde afirma el autor que la “literatura carcelaria marroquí” se inicia con la novela de Abdellatif Laâbi El camino de las ordalías. Creo que un libro como La liqueur d’aloès de Jocelyne Laâbi forma parte de esa literatura, porque revela de primera mano, como no podría hacerlo quien estaba dentro de la prisión, el efecto destructivo de la represión sobre la sociedad marroquí y la lucha de las mujeres por los derechos humanos de quienes, si no fuera por ellas, hubieran sido ninguneados, olvidados, borrados. Expresa la esperanza el profesor Dahiri de que con esta literatura a las jóvenes generaciones “se les tiene que ayudar a conservar la memoria de su país y se les tiene que recordar que el precio pagado para conseguir los pocos derechos conquistados desde la independencia de Marruecos hasta la actualidad ha sido muy alto”. ¡Cuánto nos parecemos España y Marruecos!

Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara