“Este libro aboceta una genuina atmósfera tangerina y, al trazar un demorado medineo por la mítica ciudad, conforma la presencia de la urbe como protagonista último de la narración”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


13/10/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre el libro “El mirador de los perezosos”, de Sergio Barce: “Sutiles hilos conectan todos los relatos: personajes, lugares y tiempos, así como las constantes temáticas que impregnan la literatura de Sergio Barce: la niñez, la memoria, el viaje, el silencio,...

...el arte, el erotismo…”.

La pereza del mirar

Una cierta mirada exotista de la cultura occidental ha querido convertir en memorable icono la ciudad de Tánger: el cine, el periodismo y los viajes focalizados en la ciudad norteafricana durante los últimos cien años son una prueba patente de esa visión envenenada de orientalismo. Pero hay también, aunque algunos melancólicos filotangerinos se nieguen a reconocerlo, otra ciudad más cierta, más vivible y no menos mágica, que dura hasta hoy mismo. Es la literatura en español, en gran parte, la que se está empleando en alimentar esta Tánger -tan residual y deudora de aquella ciudad internacional- y uno de sus cultivadores contemporáneos más gozosos es Sergio Barce, el autor malagueño nacido en Larache.


Tengo por cierto que las ciudades languidecen y se mueren (y en el caso de Tánger eso es una evidencia: lo reiteró muchas veces uno de sus más conspicuos hijos, Emilio Sanz de Soto), pero los artistas y los escritores han cultivado el fantasma de esa ciudad presuntamente desaparecida, que cada vez da señales inequívocas de estar reviviendo, quizá convertida en otra urbe, como el museo de sí misma, pero -en cualquier caso y ahora- una ciudad rabiosamente moderna y habitable, fénix de sus gloriosas cenizas.


Acaba de aparecer, en una cuidada edición de Libros del Genal, El mirador de los perezosos (Málaga, 2022), con una espléndida portada ilustrada con Tres mujeres en cabo Malabata, un óleo de la pintora cacereña Consuelo Hernández. Es la última incursión de Barce en el espacio literario tangerino, anunciando ya desde los títulos la ubicación precisa de cada una de las diez piezas que contiene este nuevo libro, alusivas todas al entorno citadino de la urbe norteafricana.

Presenta El mirador de los perezosos una ordenación muy medida, que alterna puros relatos con otros de autoficción, confiriendo así un pulso narrativo muy rítmico y tornando su lectura en una experiencia tan airosa como agradable, a pesar de los asuntos tratados, algunos de ellos trufados de melancolía o crudeza. Además, sutiles hilos conectan todos los relatos: personajes, lugares y tiempos, así como las constantes temáticas que impregnan la literatura de Sergio Barce: la niñez, la memoria, el viaje, el silencio, el arte, el erotismo… Con todo ello este libro aboceta una genuina atmósfera tangerina y, al trazar un demorado medineo por la mítica ciudad, conforma la presencia de la urbe como protagonista último de la narración.

El texto que apertura el libro, 9 de abril, muestra una estructura de uróboros, de dragón o serpiente que se muerde la cola: el principio es su desenlace que, a su vez, remite al comienzo. Por otra parte, se trata de una reflexión sobre el proceso de crear, poíesis, una sostenida fascinación de Sergio Barce por el arte que también late en el titulado Cabo Malabata, donde el narrador autoficticio entra y se pone a vivir en el cuadro que ilustra la portada del libro. Es un ejemplo de esos hilos que tejen por debajo toda la escritura de Barce.

En Boulevard Pasteur son muy perceptibles algunos de los rasgos que pueden apuntarse como característicos o constantes en la narrativa de Sergio Barce: el medineo, la añoranza, el desamparo de un país perdido, la madrugada fantasmática… Todo aderezado a partes iguales de romanticismo y realismo sucio. Estas dos especias literarias ilustran y sazonan plenamente relatos como los titulados Avenue Josafat, donde se recrea un Romeo y Julieta tangerino en los personajes del memorioso Carlitos Garcés y su malhadada Haviva [sic]; Dar Niaba, relato erótico de Amina y el babuchero, dos personajes que no hubieran querido convertirse en lo que ahora irremediablemente son; o el hermoso penúltimo relato El mirador de los perezosos, donde se alcanza una sabia síntesis, marca de la casa, de ese romántico realismo sucio. A veces lo real se da en su vertiente mágica, como el relato que cierra el libro, Calle Siaghins, con sus gatos de grandes ojos verdes, y en otras ocasiones el homenaje a la ciudad -soñada, paseada y recreada por el autor- se concreta en un retrato realista de una familia, como ocurre con Mimoun, Sahar, Latifa, Houria, Aziz y Omar en el relato que lleva por título el nombre del famoso café Hafa, otro mirador de los perezosos, donde siempre es posible ver una mesa ocupada por tres santos perezosos (Genet, Chukri y Goytisolo).


Dejo para el final el juego metaficticio que presenta Hotel Rembrandt, auténtico tour de force con que el escritor hace implosionar la autoficción: recontrautoficción de suspense deberíamos de bautizar lo que intenta Barce aquí. En lugar de un Augusto Pérez visitando al nivolista Unamuno, un personaje en busca del autor, aquí, por el contrario, hay un autor/personaje/narrador (cuyo nombre rima con el del autor que firma la obra: Delio Blázquez/Sergio Barce), que ha perdido su historia -su argumento, su memoria- y decide ir en busca de otros personajes que le ayuden a recuperarla. El personaje constata la triste convicción de que “sin pasado no hay presente” y la autoficción se hace el harakiri: a pesar de las pistas sembradas para que el leyente identifique al narrador con el autor y de la intervención de lugares y personajes que parece que existen en la realidad (como el librero de la Librairie des Colonnes o el director del Instituto Cervantes), Delio Blázquez, el protagonista desmemoriado del relato, se pregunta “si no estaré suplantando la personalidad de ese Delio Blázquez de los cojones”.

Le agradezco a Sergio Barce que me haya sacado de las páginas de Beit Hahayim -uno de los relatos de El mirador de los perezosos- y llevado una tarde a la querida librería malagueña Proteo para charlar sobre su libro. Al terminar aquella conversa -también la vida es otra plática que igualmente acabará-, volví a meterme entre las páginas 167 y 176, a ponerme el sombrero y a pasear -cada vez que alguien lo lea- por Tánger en compañía de los bellos vagabundos Marta, Maribel, Rocío y Sergio.

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