“El mundo que retratan Gornick o Carmen Laforet, aunque no contengan explícitas propuestas feministas de ahora, son -en mi corto entender- cabalmente feministas”
OPINIÓN. El lector vago. Por Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces
26/10/22. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre la escritora Vivian Gornick: “Una de las más relevantes cultivadoras de la autoficción feminista. De familia judía y socialista, tenía a sus espaldas una larga travesía en el periodismo y el ensayismo, cuando publicó Fierce attachments: A Memoir (1987),...
...traducido al español como Apegos feroces”.
Gornick, Herbs & Leitner
Vivian Gornick (Nueva York, 1935) es una de las más relevantes cultivadoras de la autoficción feminista. De familia judía y socialista, tenía a sus espaldas una larga travesía en el periodismo y el ensayismo, cuando publicó Fierce attachments: A Memoir (1987), traducido al español como Apegos feroces (2017) por Daniel Ramos: siempre será un misterio que una obra memorialista tan exitosa se hubiera demorado largos años en llegar a los lectores hispanos y que, además, viniera con el regalo de un prólogo de Jonathan Lethem, convicto y confeso de amor por la técnica y el contenido del libro de Gornick. Afortunadamente, y debido a la acogida de su primera aparición en lengua española, su editorial ya ha colocado en el mercado otros tres títulos imprescindibles: La mujer singular y la ciudad (2018, traducción de Raquel Vicedo), Mirarse de frente (2019, traducción de Julia Osuna) y Cuentas pendientes: reflexiones de una lectora reincidente (2021, traducción de Julia Osuna).
Apegos feroces es una joyita, como decía, del memorialismo feminista y, aunque algunos comentaristas tienden a fijarla en un contexto muy localizado (Bronx, familia obrera, etc.: tales son los anclajes de la obra), creo que el planteamiento y los personajes del libro van más allá de esa sociedad, de ese lugar, de ese tiempo. Una lectura deslocalizada y revertida a otras situaciones (como ocurre con la gran literatura) es una de las muchas virtualidades que presenta Apegos feroces. Gracias a este desapego es como (re)leemos sin descanso a los clásicos.
Ahora me van a permitir que extraiga una cereza del cesto de la obra de Gornick: en un momento de la narración la protagonista le presta un libro a su madre, una biografía[1] de Josephine Herbst. Se trata de un homenaje a una figura especialmente interesante de la Generación Perdida americana. Interesante por aventurera e izquierdista, hoy olvidada, aunque persista una tendencia de recuperación de la literatura de la década de la Gran Depresión -los años 30- y por tanto de Josephine Herbst (1897-1969), que publicó una serie de novelas de gran calidad (se codeaba con Hemingway, Dos Passos y Katherine Anne Porter), entre otras la llamada trilogía Trexler (una potente saga de la clase obrera: Pity Is Not Enough, The Executioner Waits y Rope of Gold) pero quizá su vinculación al izquierdismo radical, al comunismo y a los movimientos sociales y huelguísticos, impusieron una rémora a su obra de ficción y después de la guerra ya nada fue igual, sería investigada por el FBI y su obra enterrada. Josie Herbst había vivido en el Greenwich Village y en París (donde se enamoró de John Herrmann, que sería su pareja durante diez años) y viajado a Alemania, a Rusia, a Cuba y a España, donde visitó los frentes de la Guerra Civil española en el año 1937. De esta última experiencia dejaría unas memorias, uno de sus mejores escritos según su biógrafa Elinor Lange, The Starched Blue Sky of Spain and Other Memoirs, 1991 [El almidonado cielo azul de España: no me consta que se haya traducido al español]. Arturo Barea, la mencionó en La llama, la tercera parte de La forja de un rebelde, su autobiografía novelada, como periodista “veterana de Madrid, embebida en el trabajo”. Durante sus últimos años Herbst apoyó las marchas por los derechos civiles de los años 60 y las protestas estudiantiles por la guerra de Vietnam: quiero imaginar que coincidirían más de una vez con la entonces joven activista Gornick.
Una segunda -espero que la última- cereza que me permitió extraer la historia algo cansina de Vivian Gornick fue recordarme la lectura de otra gran novela bastante olvidada: Hotel América: una novela reportaje (2016), de Maria Leitner (1892-1942), una obra publicada en 1930 en alemán, traducida por Olga García (autora también de una introducción indispensable) y editada por El Desvelo, aunque en español ya tuvo una primera salida en la colección “La Novela Proletaria” de la editorial Cénit en 1931, traducida por Emilio R. Sadia y con la misma cubierta y contracubierta de la primera edición alemana, un fotomontaje del diseñador antifascista John Heartfield. Maria Leitner, nacida en una modesta familia judía, se formó en Budapest y Berlín. Ejerció un periodismo muy comprometido y sus reportajes se publicaron en la prensa izquierdista de varios países. Se pasó la vida huyendo, primero de la sangrienta represión anticomunista desatada en Hungría por el líder contrarrevolucionario Miklós Horthy (el terror blanco fascista asesinó a 5.000 personas y envió a las cárceles a 70.000 en agosto de 1919) y más tarde de la hoguera nazi: sus reiteradas peticiones de ayuda para emigrar de Francia no fueron escuchadas en USA y la locura y la muerte la alcanzaron en un centro psiquiátrico de Marsella en 1942. Dicen quienes la conocieron que era “bajita, menuda, tranquila y elegante”, pero sin duda debía poseer una energía superior, que la impulsó a viajar por toda América e introducirse en los lugares más inestables, convertida en una de las pioneras del periodismo undercover. De hecho, la novela Hotel América es una muestra de la experiencia laboral sostenida por Leitner en USA: parece que llegó a desempeñar 80 actividades laborales diferentes, en búsqueda de esa literatura de la “Nueva Objetividad” que caracterizó a los escritores de la República de Weimar. En esta novela María Leitner construye una acerba crítica del sueño americano a través del microcosmos de un simbólico hotel, “una caja gigantesca, monstruosa, brillantemente iluminada, en la que se hacinan innumerables personas, innumerables destinos, personas de todas las clases y de todas las partes del mundo, ricos y pobres, felices y desdichados. Todo está amontonado aquí, el infierno y el cielo, la tristeza y la felicidad, la enfermedad y el buen humor”. Recientemente la editorial El Desvelo ha recuperado otro título importante de Leitner (también con traducción de Olga García) de 1932, Una mujer viaja por el mundo.
Estas tres mujeres -escritoras, feministas y luchadoras- son muy diferentes entre sí. La propuesta literaria de Vivian Gornick se parece bastante a la de cualquier intelectual judía neoyorkina practicando ese psicoanálisis ensimismado -tipo Woody Allen, pero con menos humor- que expresa el malestar de la cultura patriarcal y opta por el “¡Dios mío, vamos a morir todas!, ¡sálvese quien pueda!”. En cambio, Leitner y Herbst, coetáneas las dos, aunque de la generación anterior a Gornick, impelidas por los tiempos revolucionarios y bélicos, se vieron abocadas a un compromiso más intenso, incluso a la descarada militancia política y a predicar en su escritura la solidaridad y el apoyo mutuo para enfrentar la realidad azarosa que les tocó vivir, el feroz capitalismo que retrató Chaplin en el filme Tiempos modernos (1936). La persecución, la quema y el ninguneo de sus libros no han podido impedir que hoy, en plena distopía otra vez, las sigamos leyendo.
Adenda
Mis amigas lectrices me ilustran [contra]diciéndome que Apegos feroces de Gornick no es un libro feminista. No acaban de convencerme; está claro que -por poner dos ejemplos mostrencos- ni las canciones de Rosalía (olé) ni los discursos de la reina Isabel II (que arda en el infierno), por ser productos de mujeres, son feministas, pero el mundo que retratan Gornick o Carmen Laforet, aunque no contengan explícitas propuestas feministas de ahora, son -en mi corto entender- cabalmente feministas. El género, casi siempre, lo cambia todo: un punto de vista inédito y una nueva sentimentalidad (con permiso de los granaínos).
Puede leer aquí los anteriores artículos de Miguel A. Moreta Lara
[1] Posiblemente se trate de la que escribió Elinor Langer, Josephine Herbst: The Story She Could Never Tell (Boston, 1984).