“El libro da cuenta del variado activismo de la autora, de su capacidad viajera, de su compromiso feminista, de su filosofía vital, que la hace prodigarse en lecturas poéticas, homenajes, exposiciones, apoyos a asociaciones, conciertos y descubrimientos amicales”

OPINIÓN. El lector vago. Por 
Miguel A. Moreta-Lara
Escritor a veces


20/11/23. Opinión. El escritor Miguel A. Moreta en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com de esta semana escribe sobre el lbro Reflexiones a la orilla del tiempo: Algunos tés imprescindibles, de Marifé Santiago Bolaños: “A lo largo y a lo hondo del libro se dan puntadas -que son intensas páginas, como jaculatorias- que cosen amor, poesía y homenaje a una sagrada...

...nómina, cuyos magisterio y amistad se reclaman: Antonio Machado, Arturo Baltar, Juan Gelman, María Zambrano, Antonio Gamoneda, Matilde Llòria, José Ángel Valente, Xaime Quessada, Marina Tsvietáieva, Xosé Luis López-Cid…”.

Teoría del hilo

Reflexiones a la orilla del tiempo: Algunos tés imprescindibles (Madrid, 2022) de la profesora, poeta y novelista Marifé Santiago Bolaños, es un cuaderno de bitácora, un tratado del té, una autobiografía emocional y una flor de quince delicados pétalos. A pesar de -o quizá precisamente por ello- su apariencia patchwork, la narradora esgrime un hilo tan fino como minucioso que enhebra artículos, presentaciones, prólogos, obituarios poéticos y fragmentos de memorias para ofrecernos una obra cuya lectura reconforta como un abrazo, como un té cálidamente conversado. La discontinuidad temporal acentúa el ritmo poemático de muchas de sus páginas: “Cuando concluye un libro cuyas hojas son fragmentos de épocas distintas hay sensación de parque en el otoño”.


El libro da cuenta del variado activismo de la autora, de su capacidad viajera, de su compromiso feminista, de su filosofía vital, que la hace prodigarse en lecturas poéticas, homenajes, exposiciones, apoyos a asociaciones, conciertos y descubrimientos amicales:

Quiero saber qué estamos dispuestos a guardar de la historia reciente y de la que todavía no está escrita porque está palpitando a nuestro alrededor (p. 28).

Tan fácil y placentero es leer este libro como imposible reseñarlo con cierta solvencia, igual que pudiera ocurrir con un poema. Sin embargo, a este texto lo recorren varios ríos subterráneos (subtextuales diríamos con cierta pedantería). Esas corrientes fluyen bordando el tejido de todas sus páginas: responde a esa teoría del hilo del collar, que tanto gusta al amigo Álvarez de la Rosa, traductor y flaubertiano perdido, y que aplicó brillantemente para conformar su celebrada antología del caudaloso epistolario de Flaubert. Detecto una de estas corrientes cuando Marifé Santiago describe el encuentro con Rose Duroux, niña de la guerra, que atravesó con su madre la nieve de los Pirineos para refugiarse en Francia. Esa vida me destapa otras vidas: las de las amigas mexicanas hijas de refugiados (Rosita Seco, Carmen Tagüeña, Margarita Carbó -nacida en el barco que llevaba al exilio a su familia-, Diana Zaragoza…), de mi admirada Lydie Salvayre, de tantas y de tantos niños masacrados de la guerra civil, de los niños de Morelia, de las niñas judías deportadas y gaseadas, de los niños de los barcos de la libertad, de los niños de la dictadura chilena, de las niñas vietnamitas quemadas, de los niños robados, de las niñas balaceadas, de los niños de las pateras ahogados, de las niñas de la isla de Lesbos, de los niños que dolían (a Juan Ramón, a Emilio Prados, a Luis Cernuda, a María Zambrano), de los niños iraquíes bombardeados, de las niñas afganas, de los miles de niños de Gaza asesinados de ahorita mismo…

Pero este libro, que no quiere serlo (“Mi primera biblioteca no tenía libros”), aspira a ser contado con la boca, con los ojos y las manos, contar “lo que cabe en una mano”. El entramado de los niños de la guerra se une a la reivindicación de la memoria -deber y hacer de la poesía- y de las mujeres rescatadas:

Vuelve Marina Tsvietáieva a nuestra conversación, a las palabras y a los silencios. Vuelve la poesía. Vuelven los años que ya perduran porque nos pertenecen y se albergan en la conversación que desteje nudos, que limpia la maleza, que lleva al claro de todos los bosques de la dignidad.


Aquí, otro hilo teje la memoria de las mujeres silenciadas. No falta una recuperación (y un sorpresivo descubrimiento para mí), en la siempre muy masculina Generación del 27, de una extraordinaria figura: María de Pablos Cerezo, pianista y primera mujer española directora de orquesta. De la misma manera, la autora enhila otros rescates de mujeres anónimas, como las del mundo rural, que son como “diosas antiguas”:

Cada vez que una mujer acallada sale del olvido se desentierra la semilla de un derecho humano que echa a volar, hasta empapar el mundo de dignidades posibles.

A lo largo y a lo hondo del libro se dan puntadas -que son intensas páginas, como jaculatorias- que cosen amor, poesía y homenaje a una sagrada nómina, cuyos magisterio y amistad se reclaman: Antonio Machado, Arturo Baltar, Juan Gelman, María Zambrano, Antonio Gamoneda, Matilde Llòria, José Ángel Valente, Xaime Quessada, Marina Tsvietáieva, Xosé Luis López-Cid… Aunque muchos de ellos ya no están acá, “siguen con nosotros”: “Cuando se abre el cofre de la memoria se despiertan palomas que anidan en los sentimientos”. La autobiografía de la autora también ofrece retales bien gozosos como son las de sus ancestros maragatos con viajes de ida y vuelta a la Argentina o los de sus relaciones literarias y artísticas en Orense.


Al comienzo dije que en la alfombra de este libro había también un tratado del té. Cada capítulo se corona con un colofón de una experta literata tetera que me obligó a correr a una tienda especializada para intentar mercar algunos de los tés bebidos y comentados por tan sabia bebedora de té: el Earl Grey es un “té solar”; el té de roca es “remedio para curar la ingrata dolencia del escepticismo”; el Kashmir tchaï “sabe a laurel de las victorias poéticas”; el Lapsang souchong es un “té transgresor”; el Darjeeling first flush es “delicado y de sutilísima melancolía”, “el champán de los tés”; el Russian blend “quita el frío de la historia, convierte los exilios del corazón en una matria”… Hube de rememorar, con algún dolorido ramalazo de nostalgia, los cientos de teteras conversadas, en los años marruecos, con el amigo Ahmed El Gamoun y el proyecto procrastinado de escribir un discurso al alimón sobre el té, pero aún arden en la desmemoria la alegría beréber y los aromas del té con menta, con yerbabuena, con shiba [ajenjo], con yerbaluisa, con citronela… El pobrecito lector halla consuelo en muchas de las reflexiones, los rescoldos de este texto: “Los libros llegan solos algunas veces, como la aparición de un amigo lejano o un recuerdo perdido en la memoria”.

Entre otros hilos que dejo de anotar, uno de los más suntuosos es el viaje, entendido como el camino del amor, como la canción de la memoria, porque el discurso, la tela de estas meditaciones proponen desplazarte a un pasado revivido siempre en compañía. Y, así, vuelve a disparárseme remembranzas de otra escritora silenciosa, Carmen Laforet, que en un noviembre -ese mes “de brujerías”- de tiempos oscuros escribía: “Amor sin palabras, sin grandes gestos, tejido en las horas, como se teje, sin sentir, un ovillo de lana para hacer un jersey”. Un libro que abriga como un jersey, este que nos ofrece Marifé Santiago.



Este libro lo presentará la autora mañana martes 21 de noviembre a las 18:30 en la librería Luces de Málaga. Estará acompañada por Fanny Rubio, Jana Pacheco y Miguel A. Moreta-Lara.

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