OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
22/11/19. Opinión. La escritora Dela Uvedoble comienza su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos ofrece todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de su sección Relatos torpes...
El mote
“Pa una vé que bajamo a Málaga...” decía llorando la Sensi, al lado de la cama donde yacía en coma su marido.
El matrimonio había ido a la capital un par de días, por mor de un papeleo, dejando a los niños con los abuelos.
Se hallaban cohibidos con tanto coche y edificio alto pero encantados de la hermosura de la ciudad.
Paraban en casa de un primo, que la familia pa eso está.
El día de la vuelta el Basilio, sin mediar accidente, cayó fulminado al suelo. La parentela lo llevó de bulla al Calhlohaya.
Tres días después aún no había recuperado la conciencia.
El Basi tenía apariencia de cadáver aunque un débil halo lo sostenía. La Sensi, rota, no se separaba de él.
Los médicos certificaron su muerte esa noche. La pobre viuda se puso tan mala que todos creyeron que habría entierro doble.
-“¡Por tus sijos, Sensi, que se quean zolo!”, le decían.
Basilio descansaba en el velatorio del hospital, dentro del ataúd, vestido con el traje del primo que le quedaba ancho y corto.
-“Que pena de traje” susurraba la mujer del pariente a su marido.
-“Mué... no lo ibamo a enterrá de trapillo…”.
Llegaron sus hermanos dispuestos a acompañarlo y preparar el traslado a la aldea.
Basi tenía un mellizo calcado a él, cuando Sensi lo vio entrar estalló de la impresión en un grito tan doloroso que las demás mujeres tuvieron que llevársela.
Solos ante el féretro quedaron los varones.
El Melli al besarlo afirmó:
-“Mi henmano no está muerto”.
-“La pena te ciega, ¿no lo vé?”.
-“Que no, que no. Ziempre ha sio de tené mal coló”.
Salió de allí zumbando sin dar explicación. Los demás pensaron que darse un paseo lo conformaría.
Volvió al poco con una lata de leche condensada y ante el asombro de los presentes emborrizó su dedo y lo puso en los labios del muerto.
Este empezó a chupar el apéndice endulzado. Algún color volvió a su rostro.
Aunque vivieron muchos años más, desde ese día pasaron a llamarse “el Melli muerto” y “el Melli vivo”
Y bien poco que les importó.
Templada sabe mejor
Tomaba el tren de cercanías cada mañana para ir a trabajar, siempre apresurada, siempre casi tarde, los rituales a los que se sometía se comían el tiempo.
Tabla de gimnasia, ducha con sesión posterior de cremas Anti Fealdades y maquillaje.
Parco el desayuno. A veces nada si el peso escupía gramos extra.
De invisible a diosa sometida al canon.
Taconeaba con fuerza tras su armadura. No había hombre que no la mirara ni mujer que no la envidiara o deseara.
Un día tuvo un encuentro, “Perdona, ¿eres...?”.
Ella apretó las mandíbulas. “Sí, y tú...”
Se dieron los dos besos de rigor, “que guapa estas, casi no te reconocí. Más delgada, más... ¡todo!”, parloteaba entusiasmado.
Ella usó la respuesta comodín, “Estas igual”.
-“¿Vas siempre en el mismo tren?”
Asintió sin dejar de andar “perdona, tengo prisa”.
Al día siguiente estaba en el andén. Endomingado con pantalón de pinzas y camisa planchada por mamá. Mirándose satisfecho en sus zapatos de charol.
Oyó su taconeo y la vio llegar hipnotizado por el ritmo de sus pechos bajo la tenue camiseta fucsia.
-“Vaya... años sin vernos y nos volvemos a encontrar”, saludó con sorna.
-“Te esperaba. Ayer al verte me di cuenta que fue un error dejarnos”.
-“Me plantaste tú. Como tus amigos se burlaban por salir con una gorda. Cosas de críos”.
-“Ahora somos adultos y tú una mujer preciosa.”
-“Soy la misma que era”.
-“A mí me parecías guapa” mintió, encendidas las puntas de las orejas. “¿Te parece que te acompañe?, podemos quedar y tomar algo”.
Se acercó a besarlo, él sintió su tersura en plenitud. En la cercanía le susurró:
-“Mi tren sale ahora, el tuyo ya pasó. Adiós, que te vaya tan bien como a mí”.
Se quedó plantado en el andén, sosteniendo las calabazas devueltas, admirando el culo que no cataría.
Ella lo vio girar la muñeca como saludan las princesas. Jamás una sonrisa estiró tanto sus labios.
Allí quedó el cretino que tantas lágrimas le costara. Con barriga y entradas aún sin cumplir los treinta, el ego por felpudo.
Sin buscar venganza se la había servido templada.