OPINIÓN. Relatos torpes Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias

10/12/19. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos ofrece todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Dientes, dientes’ y ‘Transición (1978)’...

Dientes, dientes


Cada viaje al pueblo le costaba al menos tres berrinches, dos sollauras y un moratón.


Niña de ciudad acostumbrada al asfalto siempre acababa rodando por las cuestas a pesar de las suelas de tocino o los gorilas.

Lo peor eran sus primas. Tres salvajes hijas de la gran Pura, su tía, que le hacían la estancia imposible.

Se reían de ella cuando iban a coger fresillas silvestres y no cataba ninguna. El trío diabólico las engullía conforme las iba encontrando. Al verla “in albis” le preguntaban,
-”¿Quiere lah mía?”
-”Si”, decía la inocente.
-”¡Pos tomalah!”, chillaban mientras se las restregaban por la cara. Su madre al verla pensó que le habían desbaratáo la cara.
-”Coza de cría”, decían los mayores. Pero a la mamá le sentó aquello como una patada en el mismísimo.

También gozaban esas creaturas der señó encerrándola en la casa de los pavos.

Éstos, tan altos como la chiquilla, la acorralaban a picotazos, atraídos por la hebilla de sus sandalias.

Salía de allí como un colador.
-”Coza de cría”, volvieron a decir.


O la llevaban al patinillo a ver los gazapillos, “verá que bonico son, parecen gatilloh”. Lo que encontraba eran conejos desnucados, moviéndose aún, esperando ser despellejados para el arroz.

A los gritos de angustia ya no pudo contenerse su madre.
-”¡Por Dio Pura, regáñale a tuh sijas que no paran de meterse con la mía!”.
-”Coza de cría” remarcó. “Se tié que espabilá que la tiene mu enmadraaá”.

La siguiente visita fue a la viceversa. Las cafres arribaron a la capital. Endomingadas iban y con zapatos en vez de chanclas, se notaba que a disgusto.

Tenía la niña una vecina a la que llamaba Tata. A ella le había contado el infame trato de las catetillas. Aliquindoi estaba.

Muy formalitas se hallaban merendando macetas de merengue cuando Tata Emilia entró a saludarlas. Situándose tras su protegida dijo a las otras.
-”Que no me entere yo que volvéi a embromá a mi niña”
-”¿Nosotraaaaa?
-”Vereí... cuando me enfado mando a mi diente a mordé. Muerden hasta que no quean que lo hueso y si zon canne tienna mejó que mejó“.

Las insurrectas reían.
-”Loh diente no tienen patah”.
-”Pero vuelan. En cuanto leh dé un soplío lo tenéi encima pegando bocao. Vai a vé”.

Ni corta ni perezosa metió sus dedos hasta la campanilla, sacándose la dentadura entera y mostrándola, descarnada y húmeda, en la palma de la mano.

La visión de la boca horrorosamente deformada, negra y terrible, con saliva brillando en las comisuras era terrorífica. Profirió con voz cavernosa el encantamiento:
-”Diente, diente, que lah niñah oj alimenten”.

Las fieras echaron a correr en atropello, espantadas. Invocando a su madre, balbuceando que una bruja se las quería comer.

La Pura llegó corriendo muy subida, pidiendo explicaciones.
-”Cosa de críah” dijo Tata Emilia beatíficamente dedicándole la mejor de sus nacaradas sonrisas.


Transición (1978)


La Durse, (en todos los registros Dulce Nombre de María), llenaba con su escaso ajuar las cajas vacías de jabón Flota que le había pedido a Paquito el droguero.

Nació el año de la gripe, en ese mismo corralón que ahora dejaba para irse a un piso en la Carretera de Cádiz, a compartir cuarto con una de sus nietas.

Envolvió en periódicos el historiado juego de café que nunca usó, el jarrón de calamina de su abuela y los cuadros de niños comulgantes, casorios y difuntos queridos.

Su vida entera en cuatro cajas y dos maletas.

Allí dejaba los muebles, los del piso son nuevos y prácticos. No hay sitio para la cama niquelá ni la mesa camilla.

Adiós al orinal, las humedades, a trasegar agua del grifo del patio, a tender con caña y dolor de brazos, a baldear la puerta, a lavar en lebrillo con cháchara en el patinillo.

Al miedo a las riás.

Hasta nunca también a coser al sol en el pasillo, sentarse en la puerta calle las noches de verano, a plantarse en una volá en el centro, adornar los balcones cada Corpus Chiquito con su colcha de novia y partir las pilistras aprovechando los cubos de cinc. 

Adiós a sesenta años.

El corralón se queda vacío, lo derrumban para levantarlo igual. Barrunta que con un buen arreglo se hubiera apañao pero doctores tiene la iglesia y ella apenas sabe escribir su nombre.

Los inquilinos conservan el derecho a las nuevas viviendas una vez terminadas. Una quimera, para entonces serán todos más viejos que un núo.

Sabe que en diciembre se vota una Constitución que asegura el derecho a una vivienda digna.

Sus hijos ya la tienen pero pagando cada mes buenos dineros al banco que se come un sueldo entero. Por eso se va con su hija, así le cuida los críos mientras limpia otras casas para poder pagar la suya.

“Pa ese viaje no se precisa alforjha” piensa.

“Loh pobre tenemo derechoh mientra loh podamo pagá”.

Su yerno la recoge en un taxi. Cabe en el maletero toda su vida.

La Durse subió al coche y no quiso mirar atrás.

Puede leer aquí anteriores entregas de Dela Uvedoble:
- 29/11/19 ‘Purísimo’ y ‘Genio y figura’
- 22/11/19 ‘El mote’ y ‘Templada sabe mejor’