OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
10/01/20. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Sueño oriental’ y ‘Donde las dan...’.
Sueño oriental
“Hasta que no suene el timbre no se puede entrar”, advertía el solemne empleado de la Musikverein en un inglés con deje alemán.
Entrar en la sala de conciertos más famosa del mundo da respeto. Es más grande y más pequeña que parece por televisión. Si, ambas cosas a la vez.
Nuestros asientos estaban al lado de una de las puertas, cerca de una cariátide de senos dorados, tan turgentes como solo en escultura o cirugía pueden serlo.
Acomodadoras Rottenmeiers regañaban a todo aquel que hiciera fotos, pero se hacían las tontas si no se abusaba.
Una pareja con rasgos exóticos cargada de bolsas de los más exclusivos comercios se sentó al lado. Gracias a que faltaban cinco minutos para empezar el concierto porque el ruido del papel acomodándose bajo los sillones sonó estruendoso, magnificado por el espacio.
Arrancó la orquesta. El repertorio era ligero como corresponde a la temporada de verano en Viena. Valses y piezas muy populares, reconocibles por turistas poco entendidos deseosos por fardar de haber estado allí.
El recinto carecía del profuso ornato floral de Año Nuevo tanto como los asistentes de glamour pero se suplía con el entusiasmo de los maestros y el irónico humor austriaco del director.
Los japoneses de las bolsas se quedaron dormidos nada más apagarse las luces. Eso sí, cuando terminaba una pieza se despertaban, ignoro por mor de que gracia, y aplaudían.
Entre palmas y palmas hasta roncaban. Ganas daban de hacerles “clic, clic, clic” chasqueando el paladar.
Hubo momentos que temí que el cabezón del hombre cayera sobre mi hombro, pero como estaba bien alineado topaba con el asiento frontal.
Acompañaron la marcha Radetzky en pleno sonambulismo, por mis muerto lo juro.
Acabó la función con el público más contento que harto de cerveza, aplaudiendo a los entregados músicos.
Se encendieron las lámparas y nos vimos a todos de pie, sonrientes.
El oriental que había entrado con una lustrosa cabellera reflejaba ahora todo el dorado de la sala en la lironda franja central de su mollera.
Enganchada a una astilla de la butaca delantera colgaba su peluquín como del cinto de un piel roja.
Donde las dan...
Amanecía el día de reyes pero remoloneaba en levantarse.
Había asomado los ojillos sobre el embozo y poca cosa vio a los pies de la cama.
Sabía a sus nueve años que los regalos los compran los papás y que la cosa no iba muy boyante.
Se alegraba que le hubieran descubierto el pastel ya que todas sus compañeras decían que según te portaras te traían porque los Reyes lo ven todo.
Al menos estaba segura de haber sido obediente y que la escasez de juguetes era por falta de dinero simplemente.
A su hermano, por ser más chico, le traían más cosas y no lo habían empapado de la situación.
Le veía poca ventaja a ser la mayor: Un puzle, un cuento y una caja de Alpinos.
La vecinita pegó al timbre alborozada e histérica para enseñarle sus reyes. Docenas de juguetes abarrotaban su cuarto.
-“Ahora enséñame los tuyos”, dijo saliendo de estampida.
-“¿Solo estooo?, ¡Que poquilloooo!”.
-“Es que a las niñas grandes nos traen menos, a mi hermano le han dejado más”.
-“Pos no, al mío que es más grande que tú le han llenado la cama”. Y dejó caer, “Habrás sido un poco mala”.
Se tuvo que morder la lengua. Le dieron ganas de gritarle la verdad y aguarle la ilusión. Pero se cayó. Ella siempre se callaba.
Era ya atardecido cuando una amiga de su madre llegó a la casa. Las oyó cuchichear “... es que mi hermana se los compró cuando fue a Madrid sin saber que los tenía. Y claro no los puede devolver. Y me acorde de tu niña”.
Tres bolsas como sacos de tres reyes le traía.
La chiquilla, en trance, empezó a sacar de ellas cajas de vestidos, complementos, zapatitos para su Nancy, que la tenía con el puesto y una muda desde hacía cuatro eneros.
¡Y de los que no se veían por aquí!
El timbre de la vecina se venía abajo.
-“¡Mira, mira... me lo habían dejado en casa de otra niña, que se habían equivocado. ¡Ves como no soy mala!” chamullaba llorando de alegría.
La otra, comida de envidia por el cambio de suerte, se mordía los labios.
Puede leer aquí anteriores entregas de Dela Uvedoble:
- 20/12/19 ‘Cifras y letras gordas (1985)’ y ‘Buenanoche (Un corralón de Málaga, 1910)’
- 13/12/19 ‘Ojos apropiados’ y ‘Aquellas navidades (1973)’
- 10/12/19 ‘Dientes, dientes’ y ‘Transición (1978)’
- 29/11/19 ‘Purísimo’ y ‘Genio y figura’
- 22/11/19 ‘El mote’ y ‘Templada sabe mejor’