OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
24/01/20. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Pedro Pan’ y ‘Ataduras’...
Pedro Pan
Aún con cuarto de siglo divorciado y más que cincuentón seguía yendo a la discoteca cada viernes y sábado.
Deslumbraba a su presa con el fogonazo de sus ojos azules un poco saltones como de cordero huérfano, ignorando la mayoría de las veces que el cazado era él.
A su favor tenía no ser exigente con el físico. Total para un rato conque fuera mujer y quisiera mandanga le bastaba.
Eso sí, caballero en cuanto a pagar copas y dejarla satisfecha en la cama era. Le gustaba quedar bien con todas e irse de buenas por si encartaba repetir. Los discotequeros, especie casi extinta, se mueven en círculos.
Presumía de no haber pagado jamás amor mercenario. Si había que ir a un puticlub para despedir con una copa la soltería de un colega iba pero sin subir.
Él preferiría las piernas que se abrían por iniciativa propia o rendidas a su labia. Ya les demostraba después que la húmeda no solo le servía para dar palique.
Enamoriscado andaba de una que poco caso le hacía o por eso mismo. Viuda reciente la rondaba como mejor sabía. Los domingos llamaba a su ventana con un papelón de churros.
-”Mira, que má cordaó de lo que le gustan ar Yony”.
El Yony era el hijo y ya se sabe que por la peana se adora al santo.
Esta santa agradecía los detalles pero lo consideraba solo amigo y vecino encantador. Decía no querer más hombre que al niño de sus entrañas.
Él pensaba que ya caería pero se le voló un día de Terrá.
Siguió bañándose en colonia y calzando zapatos “chúpame la punta” cada noche del weekend, emparejándose con otra desparejada para matar dos tedios.
Amanecer en camas distintas le pasa factura pero nunca encontró acomodo en la fija.
Jura que habría sido feliz con su parienta si no le hubiera salido rana olvidando que él siempre fue sapo.
Comparte desayuno con su perrita, si las mujeres fueran como ella adorándolo sin juzgar, moviendo el rabito dispuestas y dóciles...
Es el perfecto amante zalamero pero se asfixia subiendo cuestas vitales.
Nació doctorado en divorcio, que le vamos a hacer.
Ataduras
Los perros se metieron en la parcela en venta cuando avistaron al conejo. El animalillo fue más rápido que los canes dándoles esquinazo para alivio de sus amos que temieron lo peor.
Ya que estaban dentro se recrearon en mirarla. Era espléndida con una suave pendiente desde la que ofrecía lindísimas vistas, lástima no tener dinero para comprarla.
Requería además mucha inversión pues no estaba ni siquiera vallada. Tenía, eso sí, algunos árboles y arbustos que pese al nulo cuido o gracias a eso lucían maravillosos. Su dueño no debía haberla disfrutado en años, dejándola en manos de un agente inmobiliario que solo plantó un cartel.
Hacia la mitad, cerca de donde parecían haber empezado a abrir los cimientos de una vivienda, se alzaba un olivo.
Ya de lejos se le notaba un no se qué doloroso en la figura.
Al acercarse vieron que estaba rodeado por un grueso cable que lo unía a una estaca.
Habiendo querido enderezar su tronco desde chiquito, al crecer sin manos que las quitaran a tiempo, las bridas acabaron por incrustársele.
Casi podían oír sus alaridos.
Sacaron sus navajas de excursionistas y con suma piedad empezaron a desbridarlo.
Quizá pasara una hora porque dio lugar a enfriarse el sol.
Los perros, hartos de zascandilear, se tumbaron junto a ellos jadeando, la rosada lengua llena de tierra, tiesas las orejas, pendientes de la delicada intervención en la que se entretenían sus humanos.
El olivo quedó liberado, sus monstruosas cicatrices se las confiaban a la clemencia del tiempo que todo lo cura.
Bajaban contentos hasta el coche, los perrunos saltando con ganas de pienso y manta, los humanos igual pero añadiendo vino y película.
Esa noche la luna era redonda y roja. A su luz las heridas del leñoso cuerpo se veían carnales, su flujo que mueve mareas le sirvió de bálsamo.
El árbol sintió retornar la savia desde la raíz hasta el más lejano fruto para henchirlo, y aulló de gratitud desde el fondo de sus entrañas verdes.
Puede leer aquí anteriores entregas de Dela Uvedoble:
- 17/01/20 ‘La sota de bastos (1905)’ y ‘Todo calculado’
- 10/01/20 ‘Sueño oriental’ y ‘Donde las dan...’
- 20/12/19 ‘Cifras y letras gordas (1985)’ y ‘Buenanoche (Un corralón de Málaga, 1910)’
- 13/12/19 ‘Ojos apropiados’ y ‘Aquellas navidades (1973)’
- 10/12/19 ‘Dientes, dientes’ y ‘Transición (1978)’
- 29/11/19 ‘Purísimo’ y ‘Genio y figura’
- 22/11/19 ‘El mote’ y ‘Templada sabe mejor’