OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
14/02/20. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Amor memorable (1950)’ y ‘Sexo, autoengaño y Tinder’...
Amor memorable (1950)
Andarín por deformación profesional Miguel pateaba todas las mañanas las calles de Málaga cargado con su muestrario de telas.
Apuntaba encargos, repartía género y mostraba novedades seis días a la semana. El séptimo era para su mujer y para Dios. En ese orden.
No haber tenido descendencia les había unido. Juntitos comían, cenaban y dormían. Había quien les llamaba “los dos patitos”, la envidia, ques mú mala.
Pero de poco acá su Manuela no era la misma. De cuerpo seguía tan primorosa pero de cabeza... tenía más olvidos de los que una mujer en la cincuentena debiera tener.
Se olvidaba la sartén al fuego, la plancha sobre la prenda. Volvía a lavar la ropa que recogía.
Lo último fue meter las tijeras a diez metros de raso blanco, encargo de una modista para un traje nupcial, según dijo, “pa jasé ruilla”.
Aparte del descalabro económico Miguel tuvo que volver a pedir la tela con el consecuente retraso.
El médico diagnosticó demencia senil precoz. Ella no entendía por qué la había llevado al consultorio si se encontraba divinamente.
Contrató a una moza para que estuviese con ella todo el día. Miguel contaba los años que le faltaban para jubilarse y ser él mismo quien la cuidara.
Una mañana, al poco de salir de su casa empezó a notar molestias en los pies. Extrañado siguió su jornada aguantando como un jabato, “me estarán saliendo ojopollos” pensaba.
A mediodía no podía más. Andaba como sobre ascuas.
A duras penas cumplió su itinerario.
Destrozaito se sentó en un bar y pidió un moscatel.
Con disimulo se quitó los zapatos. Palpando la plantilla notó bultitos, y al levantarla cayeron más granos de arroz que en una boda.
-“¡Ay que estah son cosa de mi mué!”.
Corrió a su casa. Estaba sola y aún en camisón, cosiendo las hojas del geranio a las cortinas. La besó en la frente y ella, mirándolo con ojos de niña asombrada preguntó “¿tú quien ere?”.
Mientras, la cuidadora, confraternizaba con el pescaero.
Miguel los mandó a tirar del copo.
Se despidió del trabajo, cuarenta años de ahorros darían para comer los que les quedaran.
Ahora pasean dos cuerpos con una sola memoria.
Sexo, autoengaño y Tinder
Al separarse se quedó sin ganas de hombre, encontrar trabajo y criar a su hija eran prioridad.
Cubría sus necesidades digitalmente y a dormir que mañana se trabaja.
Pero ya divorciada, con sueldo seguro y la niña en Erasmus sus cuarenta y tres veroños le pedían alegrías más carnales.
Al recuperar las amigas de soltera encontró que el 75% andaba como ella y otro 20% estaba al caer.
Los sábados se maquillaban como geishas, embutiéndose el conjuntito Women’s Secret y los zapatos tortura.
Para gustarse a sí mismas, claro.
Pronto entendió que podían estar más jamonas pero la competitividad para ligarse al más buenorro era la misma de cuando adolescentes.
En principio solo buscaba aventuras. Un polvo intenso y salvaje con una pizca de ternura después. Luego si te he visto no me acuerdo o quedar de follamigo, cargo oficioso que hace avío.
Pero se hartó de beber gin tonics y contonearse en la pista para acabar en el guarrindongo lecho de un separado o en un hotel sin bufet.
Entonces apareció Tinder. Solo tenía que deslizar el dedo para eliminar los pochos y quedarse con los guays.
Si un hombre la elegía a su vez el sistema proporcionaba los medios para conversar en privado.
Empoderaba encontrarse cada día con más de mil likes.
Subía fotos encabezando: “aquí, solita, haciendo ejercicio para estar en forma”, recibiendo de inmediato pulgares enhiestos.
Era muy selectiva y los primeros la desilusionaron aunque sirvieron para desfogue.
Físico y resistencia amatoria le eran indispensables pero también algo de saber estar. Uno en el primer acercamiento casi le arranca a mordiscos el piercing ombliguero y eso sí que no.
Por fin encontró su Romeo perfecto.
Cincelado en gimnasio, profesión liberal y que le dice lo distinta que es de las otras, particularmente de sus locas ex mujeres. Ella concuerda.
No hay ex que valga un pimiento en boca del viceversa.
Viven en luna llena de miel y se escapan los finde que a él no le tocan los niños.
Se ven poco y hablan menos, sacándose mutuo provecho.
Para cuando empiecen a mirarse con ojos de ex...
Siempre les quedará Tinder.
Puede leer aquí anteriores entregas de Dela Uvedoble:
- 07/02/20 ‘Medio médium’ y ‘Abierto por obras’
- 31/01/20 ‘Graduación’ y ‘Los miauserables’
- 24/01/20 ‘Pedro Pan’ y ‘Ataduras’
- 17/01/20 ‘La sota de bastos (1905)’ y ‘Todo calculado’
- 10/01/20 ‘Sueño oriental’ y ‘Donde las dan...’
- 20/12/19 ‘Cifras y letras gordas (1985)’ y ‘Buenanoche (Un corralón de Málaga, 1910)’
- 13/12/19 ‘Ojos apropiados’ y ‘Aquellas navidades (1973)’
- 10/12/19 ‘Dientes, dientes’ y ‘Transición (1978)’
- 29/11/19 ‘Purísimo’ y ‘Genio y figura’
- 22/11/19 ‘El mote’ y ‘Templada sabe mejor’