“Conservaba el mismo marco sin las bisagras pero, por capricho del restaurador, aún con embocadura y cerradura intactas. La llave seguía puesta, invitando a entrar al pasado”
OPINIÓN. Relatos torpes. Por Dela Uvedoble
Hilvanadora de historias
29/01/21. Opinión. La escritora Dela Uvedoble continúa su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com con dos relatos acompañados de una imagen cada uno. Esta hilvanadora de historias nos regala todas las semanas dos textos con su imagen correspondiente dentro de la sección Relatos torpes. Hoy nos ofrece ‘Restaño’ y ‘Enero del 21’...
Restaño
La nostalgia dirigió sus pasos al barrio donde nació. Ya no existían los redondeados adoquines que conoció de niño.
La antigua panadería era ahora una almoneda; en su escaparate, en vez de bollos, se apiñaban legiones de objetos variopintos uniformados por el polvo.
Sin saber muy bien por qué empujó la puerta. Graznó la campanilla mohosa que hacía de portera.
El olor a pan de antaño se perdió entre humedad y olvido.
Al fondo de la tienda, una figura encorvada lustraba con esmero un objeto diminuto. Sin mirarlo le invitó a entrar.
—Pase, siéntase libre de mirar cuanto quiera.
Le atrajo un espejo que era ascua desangrándose en luz, herido por un rayo de sol kamikaze que atravesaba el escaparate. Se acercó con la inconsciencia de la polilla, quizá jugándose el tipo.
Le fueron familiares su tacto y envergadura, por fin cayó en la cuenta. Había sido una de las puertas del majestuoso armario de tres lunas, orgullo de sus abuelos, comprado al casarse allá por los años veinte, siendo dos enamorados llenos de ilusión.
En su cristal se habían contemplado cuatro generaciones de su sangre. Campeó la guerra entre colchones de lana que lo resguardaron del retumbe de las bombas.
No sabe las veces que le regañaron por dejar huellas de sus manos ni cuantas muecas hizo para ver si crecían los dientes de pan o el incipiente bigote.
Recordó a su madre, tirando con cuidado de las medias para encarrilar su costura. Y la habilidad del padre con los nudos de corbata, el cigarro guardando equilibrio en los labios.
Aconteceres amargos y codicias lo privaron de las cosas que debieron ser suyas.
Conservaba el mismo marco sin las bisagras pero, por capricho del restaurador, aún con embocadura y cerradura intactas. La llave seguía puesta, invitando a entrar al pasado.
—Se lo lleva por 3.000 euros. Es un cristal muy grueso, fíjese en la calidad del biselado.
Para sorpresa del anticuario, ni pestañeó.
—De acuerdo, pero esta tarde debe estar en mi casa.
Su mujer gritó de sorpresa al verlo, justo al fondo del pasillo donde hacía siglos quería poner uno.
—¡Es estupendo!, ¿donde lo has encontrado?, -Inquirió admirándolo.
—Créeme, él me ha encontrado a mí.
Ella se miró el perfil de su silueta deformada. “Cuando nazca lo va a poner perdido con sus manitas”.
—Eso espero, - suspiró abrazándola-.
Giró la inútil llave y el resorte salió limpiamente, como si la nostalgia le sacara la lengua.
Enero del 21
Nieve así en la tierra como en los aleros, los virus ganándole el pulso a Goliat, el país de la Libertad asustando a la Gran Dama Verde con soplarle la antorcha.
Empezaste bien, Enero, riéndote de todos los que brindaron con la sortija en la copa de champán, invocando tu benevolencia.
Has prosperado, sin duda. De ser un mes anodino, con blue monday propio, mantita y brasero te has convertido en el más odiado del calendario.
Claro que no tienes culpa, eres solo el nombre que damos a un brazajo de días fríos. Te vas y el año próximo será otro enero el que te sustituya; nada vuelve excepto los recuerdos, y los que dejas merecen olvido.
Pero mira, no, mejor escribirlos que la memoria humana es frágil y nos gusta mirarnos el ombligo, distorsionarnos el rostro en la pantalla, parecer hermosos y divertidos.
Quede registrado en los libros de Historia: “enero de 2021 nos volvió adultos, situándonos frente al espejo”.
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