“El lenguaje es un sistema constitutivo de nuestra propia construcción identitaria, nuestra lógica y nuestro mundo interior, pero también es una distancia de la experiencia y del mundo que nos rodea, distancia en la que a menudo somos construídos”
OPINIÓN. El ademán espetao. Por Jorge Galán
Artista visual y enfermero19/02/20. Opinión. El artista visual Jorge Galán nos habla en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre identidad y lenguaje: “El estadio del espejo -le stade du miroir- es un concepto de la teoría del psicoanalista francés Jacques Lacan, define una fase del desarrollo psicológico del niño comprendida entre los seis y los dieciocho meses de edad aproximadamente. Etapa en la cual el niño se...
...encuentra por primera vez capacitado para percibirse, o más exactamente, percibir su imagen corporal completa en el espejo”.
La prisión de Narciso
Ayer por la mañana, todavía sin librarse del cálido abrazo de Morfeo, se dio de bruces con un ser hinchado y legañoso, melena desgreñada y faz demacrada, con ojos entreabiertos y apenas visibles entre edemas parpebrales, pero con una mirada poderosa y penetrante, como un caldo abrasador que hace palpitar el esófago.
Le examinaba detenidamente, fracción por fracción de su fisonomía, de aquí hacia allá, volviendo a los ojos continuamente, le sometía a una inspección intensa y descarada. Le contemplaba en un silencio inquietante. Le traspasaba con su mirada abisal y a la vez le preguntaba sin articular palabra alguna. Interpelaciones que percibía y entendía, pero que resultaban imposibles de responder.
Se desperezaba, con sus manos trataba de despegarse una viscosa somnolencia que le atrapaba la cara. Se sentía agotado tras una noche de cien mil posturas en la cama, entre agripnias y duermevelas. Y notaba que le reclamaba de nuevo. Una y otra vez. Como si se tratase de un mecánico cuestionario, alternaba rápidas preguntas con afilados y breves silencios, sin esperar ninguna contestación. Le seguía bombardeando sin clemencia con su interrogatorio.
Cuando desapareció estuvo un largo rato pensando en él, en sus demandas, en sus apreciaciones, en su expresión a veces afable y a veces inquisidora, un momento después, el amargo sabor del café y la confortable tostada matutina le hicieron olvidarse pronto de aquel extraño suceso.
Para su sorpresa, más tarde fue objeto de una implacable persecución durante el resto de la mañana. Le acompañaba allá donde fuese, escrutándole con su mordaz mirada. Le siguió reclamando su atención en cada oportunidad. Aparecía aquí y allá, repentinamente, como un saltimbanqui teletrasportado. Y volvía al ataque con sus infinitas preguntas. No podía librarse de él.
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En el ascensor, en cada puerta de cristal, en las ventanillas de los coches, en su móvil cuando la pantalla oscurecía, en las marquesinas del autobús, en los retrovisores de las motos, escaparate tras escaparate, reflejo tras reflejo, centelleo tras centelleo, no cesaba su implacable acoso refraccionario.
Continuó con el transcurso del día, aturdido, incapaz de hilar pensamientos, lento como una avalancha de plumas y torpe como un gusano con guantes. Nada salió bien. Las tareas se le acumulaban en el trabajo, reprimenda del jefe, almuerzo en un periquete, modorra supina de sobremesa y su intermitente lumbalgia que apareció más tarde para poner la guinda.
Terminada ya la jornada volvió a verlo reflejado en su ebook, cuando llevado al estupor de la lectura en la noche, saltó el protector de pantalla y allí estaba, mirándole, escrutándole de nuevo, en silencio, esperando impasible que se cerraran sus ojos para comenzar un nuevo día y continuar su hostigamiento.
Esta mañana, tras sentir el sueño perforado por el estruendoso politono que usa como despertador, volvió a mirarse en el espejo del baño al levantarse, se enfrentó de nuevo a su propia imagen antes de lavarse la cara. Asombrado, comprobó que su reflejo enmudecía, habían cesado, por fin, las interminables pesquisas, las preguntas y las demandas.
Anoche, por fin, fue capaz de replicar. Pudo responder entre pregunta y pregunta, templado y sereno, haciendo enmudecer para siempre aquel insoportable interrogatorio. Ayer se dijo a sí mismo: "me rebelo, luego somos".
El estadio del espejo
El estadio del espejo -le stade du miroir- es un concepto de la teoría del psicoanalista francés Jacques Lacan, define una fase del desarrollo psicológico del niño comprendida entre los seis y los dieciocho meses de edad aproximadamente. Etapa en la cual el niño se encuentra por primera vez capacitado para percibirse, o más exactamente, percibir su imagen corporal completa en el espejo. En esta fase, de acuerdo a la teoría lacaniana, se desarrollaría el yo como instancia psíquica. Lacan observa que el reconocimiento siempre va acompañado de una expresión narcisista de júbilo, pero sólo efímero.
Se reconoce y se desconoce casi al mismo tiempo, porque aquello que reconoce no es él, sino justamente una imagen de él. Una imagen separada que no le pertenece. La completud que observa es sólo un engaño. Una figura imaginaria de no fragmentación que al mismo tiempo lo confronta con la propia enajenación. Aquello que el niño ve está fuera de sí, no está en su cuerpo, sino en el espejo. El estadio del espejo implica por ello una experiencia de división o escisión del sujeto. Constituye así una primera mirada desde la nada a lo completo, en el ontológico eje ser-no ser; el espejo es la imagen que nos devuelve el mundo completada, pero no nos pertenece.
La elaboración de la figura del otro, en tanto viene a ser otro como yo, mi semejante, viene a ocupar precisamente el lugar que mi imagen ocupaba en el espejo, introducción luminosa del aspecto narcisista de toda identificación, al tiempo que supone el desarrollo de la temática de alienación en la captura por la imagen del otro; ese lugar es a la vez el de mi imagen y el de mi alienación y mi desconocimiento. Y de ahí me vendrá, de lo que el otro es, sabe y dice pero yo desconozco, lo que yo creeré ser, querré saber, y pensaré pensar, pensando pero sin ser o siéndolo sin pensar.
También identidad y alteridad están en relación dialéctica. Por lo que podríamos tratar alegóricamente al lenguaje como una gran membrana que distingue y separa estas tres esferas de existencia, pero un filtro permeable que comunica y que permite el intercambio, equilibrante -o no-, entre el yo, el otro y los otros.
El lenguaje es un sistema constitutivo de nuestra propia construcción identitaria, nuestra lógica y nuestro mundo interior, pero también es una distancia de la experiencia y del mundo que nos rodea, distancia en la que a menudo somos construídos.
El lenguaje siempre ha ocupado un lugar prominente en el estudio de la mente, para muchos es, en las relaciones entre lenguaje y pensamiento, donde se encuentra la llave para desentrañar el misterio de la mente misma. Las identidades surgen de la narración del yo, de la forma en la que nos representamos y somos representados. El lenguaje nos distingue, nos construye y nos comunica. Pero también nos engaña.
Puede leer aquí anteriores entregas de Jorge Galán:
- 05/02/20 Perpetuar la desazón
- 27/01/20 Dar desazón por descanso II
- 22/01/20 Dar desazón por descanso
- 08/01/20 ¿Bailar pegados es bailar?