Si se desboca, a lomos de ese caballo somos capaces de alterar el orden, el privado y el público

OPINIÓN. Sin conclusiones. Por 
Antonio Álvarez
El escritor es un traductor

08/04/21. 
Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el amor: “Uno de los grandes misterios que aún no puede aclararnos la bioquímica -¿lo logrará alguna vez?- es la razón por la que nos enamoramos de esta y no de otra persona, los arcanos de la física y la química que...

...se establece o no entre dos seres. A todos se nos plantea el interrogante –siempre respecto a los demás, por supuesto-, de saber la razón o sinrazón de una pareja, su acto y su acta fundacionales, cómo se han juntado dos personas que, desde nuestra perspectiva, parecen almas gemelas o, por el contrario, dispares e incluso disparatadas”.

Hablar de amar

Harto de hablar de lo que otros quieren que hablemos, harto de comulgar con ruedas de molino informativas, me he impuesto hablar de algo esencial, o sea, del amor, porque queremos amar y ser amados. Nos va la vida en ello e incluso se nos va la vida en ese ir y venir entre el amor y el desamor, columnas esenciales de nuestra existencia. Sin embargo y salvo en la intimidad del pensamiento y de la lectura –sobre todo, en la compañía de los poetas-, pocas veces es este un asunto del que hablemos con los demás. Comentamos hasta el hartazgo el último telediario o las penúltimas andanzas de tal o cual político o personajillo de la palabrería televisiva, pero es una ‘rara avis’ en nuestra relación dialéctica. Como si el amor fuera un asunto propio de extraterrestres, apenas aparece en las conversaciones de los adultos. Quizá hasta nos da apuro ponerlo encima de la mesa familiar, amistosa o periodística. En los medios de comunicación que me rodean, por ejemplo, no veo la posibilidad de escuchar o de leer un diálogo que nos ayude a entender los entresijos del amor, su forma de manifestarse, nuestra manera de abordarlo y los fantasmas que pone en marcha. Quizá por eso y porque hay que levantar paréntesis protectores, alambradas que nos protejan de tanta comunicación insustancial, he rescatado de mi fondo de armario documental una entrevista, aparecida en Le Nouvel Observateur, con J. B. Pontalis, un gran psicoanalista y escritor francés, fallecido en 2013. Dicho sea de paso, cada vez que leo ese estupendo semanario, echo en falta su equivalente en España, es decir, la oportunidad de informarse y de reflexionar al alcance de un amplio público que, por las más diversas razones, no tiene acceso a libros especializados, la ocasión de alimentarnos con la papilla digestiva de grandes pensadores, capaces de invitarnos a meditar, a partir de la síntesis de sus grandes conocimientos. Volviendo a la mentada entrevista, entre otros aspectos y para empezar por el principio, Pontalis aborda el hecho de enamorarse de otra persona –en francés, “caer enamorado”; en inglés “caer en el amor”-, la felicidad y la inquietud generadas, el salirse fuera de sí, caerse del guindo particular y aterrizar sobre el otro, descubrir en uno alguien diferente al de su carné de identidad habitual, la fusión con el otro, más bien ilusoria, porque al querer fundirnos buscamos nuestro propio beneficio. Al respecto, Pontalis cita una frase de Woody Allen que, como en tantas otras ocasiones, es capaz de sintetizar la paradoja que no vemos: “¡Qué noche de amor extraordinaria! Éramos solo uno: yo”.


El amor es un sentimiento indomable, quizá el que más, el que, sobre todo, ocupa y preocupa a quienes pretenden controlar nuestro comportamiento, el individual y el social. Si se desboca, a lomos de ese caballo somos capaces de alterar el orden, el privado y el público. En ocasiones, la fuerza centrípeta que trata de que nos adaptemos al molde conservador, imperante en un momento dado, poco puede contra el ciclón centrífugo que desencadena. La historia de la novela universal, o sea el escaparate de la condición humana, está llena de personajes “revolucionarios” que rompen los corsés íntimos, los familiares o sociales, más allá de la ideología que cada uno lleve en las venas de su forma de pensar. Por solo citar un arquetipo del amor que llega a devastar su propio entorno y a poner en tela de juicio las convenciones sociales, ahí está el caso de ‘Madame Bovary’, la heroína de Flaubert que, sin proponérselo, hace saltar por los aires los cimientos de su vida y de su sociedad. El amor saca a la superficie a la otra persona que llevamos dentro, la descubrimos al enamorarnos (A veces, como ocurre con trágica frecuencia, desvela a quien con nosotros va sin que lo sepamos, incluso muestra a la fiera capaz de asesinar lo que más quiere o lo que más cree querer).

Uno de los grandes misterios que aún no puede aclararnos la bioquímica -¿lo logrará alguna vez?- es la razón por la que nos enamoramos de esta y no de otra persona, los arcanos de la física y la química que se establece o no entre dos seres. A todos se nos plantea el interrogante –siempre respecto a los demás, por supuesto-, de saber la razón o sinrazón de una pareja, su acto y su acta fundacionales, cómo se han juntado dos personas que, desde nuestra perspectiva, parecen almas gemelas o, por el contrario, dispares e incluso disparatadas. Parece, señala Pontalis, como si tuviéramos una brújula en el cerebro cuyas coordenadas son invisibles para los demás e incluso para nosotros mismos. En verdad, la elección no es voluntaria, “es móvil como nuestros fantasmas”. El flechazo del amor loco, la lucha que precede a esa conquista, no se dejan domar por la voluntad de la razón. Si así fuera, no haríamos la guerra en la paz del amor, seríamos más sensatos. Cuando nos ponemos hipocondríacos con la salud de nuestro amor, es decir, cuando nos preguntamos por qué no nos quiere la persona objeto de nuestra preferencia, en realidad, plantea nuestro psicoanalista, eso no quiere decir “como debería”, sino, en una demostración de narcisismo, “como me merezco”. Por supuesto, cada uno es cada uno y tampoco somos iguales frente al amor, como no lo somos frente a tantas cosas. El igualitarismo es una entelequia en los dominios del dios Eros. Al igual que no todos gozamos o sufrimos o soñamos de la misma manera –la piel de la sensibilidad es intransferible-, también es diferente nuestra capacidad de amar. De ahí quizá que, para intentar aclararnos, hablar de amar debiera formar parte de nuestros hábitos sociales.

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