“Lo que emana de Madrid desde hace demasiados años, es decir, su envenenada atmósfera ideológica y corrupción político-empresarial, es muy difícil de comprender a quienes empezamos a estar hartos de esa ciudad tras ser sus amantes casi incondicionales”
OPINIÓN. Sin conclusiones. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor29/04/21. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre las elecciones madrileñas y los medios de comunicación: “A estas alturas del disparate en que se ha convertido el laboratorio político madrileño, me he sorprendido al sorprenderme de que Fernando Savater publique un artículo en...
...El País (24-V-2021) en el que confiesa estar convencido de que votará al PP en las elecciones autonómicas del 4 de mayo. Mi sorpresa me ha sorprendido, pues ya había observado que el articulista llevaba tiempo preparándose para cumplir su papeleta propagandística y electoral”.
Madrid es mucho Madrid
Hoy, visto desde esta orilla del mar Mediterráneo -incluso cuando está algo levantisco-, lo que emana de Madrid desde hace demasiados años, es decir, su envenenada atmósfera ideológica y corrupción político-empresarial, es muy difícil de comprender a quienes empezamos a estar hartos de esa ciudad tras ser sus amantes casi incondicionales. Siento como si llevara demasiado tiempo viendo una serie, producida por un tal Fumanchú, siempre perverso, pero ahora achacoso y trastornado, cuyo primer capítulo se rodó en Barcelona con gran despliegue de efectos especiales, capaces durante años de mantener, entre dormidos y enrabietados, al resto de los españoles. En el segundo capítulo, los guionistas han añadido el morbo, la morbilidad y hasta la mortalidad de la pandemia. Ahora es Madrid -los dirigentes de su Comunidad Autónoma, quiero decir- quien pretende separarse de España porque la casa constitucional le resulta pobretona, nada adecuada a su jerarquía neoliberal, porque el resto del país es incapaz de comprender la supremacía castiza de sus bares y terrazas y de su individualismo feroz como sinónimos de libertad. Uno, desde la provincia remansadora, más modesta, integradora y tolerante, observa y escucha cómo la simpatía hacia Madrid y sus virtudes urbanas se transforma en antipatía y desdén. Entre otros ejemplos de sus chirridos centralistas, de sus desbarajustes irracionales y ambiente guerracivilista como banderines de enganche del PP y de Vox, en estos últimos días me he topado con dos que son quizá una muestra de que el aire de esa ciudad está ahora compuesto de algo más venenoso que las partículas de monóxido de carbono y demás contaminantes atmosféricos. Sospecho que un gas adormidera se ha colado por las rendijas del raciocinio y ha perturbado demasiadas cabezas.
A estas alturas del disparate en que se ha convertido el laboratorio político madrileño, me he sorprendido al sorprenderme de que Fernando Savater publique un artículo en El País (24-V-2021) en el que confiesa estar convencido de que votará al PP en las elecciones autonómicas del 4 de mayo. Mi sorpresa me ha sorprendido, pues ya había observado que el articulista llevaba tiempo preparándose para cumplir su papeleta propagandística y electoral. De ahí que, hace una decena de meses, el 20 de junio de 2020, enviara una carta al director de ese diario que no me fue publicada. En ella decía: “He leído El País desde su aparición. Durante décadas, estuve convencido de que tenía, mutatis mutandis, un nivel similar a Le Monde y a otros periódicos europeos. Tras la cortísima etapa regeneradora de Soledad Gallego, ha vuelto a empobrecerse. Como lector arraigado en el papel y como miembro de la sociedad protectora de los kiosqueros durante el confinamiento lo he comprado a diario, a pesar de artículos sectarios y de bajísimo nivel reflexivo como, por ejemplo, los de Cebrián, Vargas Llosa, Félix de Azúa. Hoy, he iniciado mi desconexión con El País tras leer la columna de Fernando Savater. Envejecer no es fácil, pero mucho peor debe ser instalarse en la aversión enfurruñada. Atentamente”.
El sábado, 24 de abril, un par de días después de las amenazas de muerte contra el ministro del Interior, la directora de la Guardia Civil y el cabeza de lista de Unidas Podemos a las elecciones en la Comunidad de Madrid, Savater - víctima pública del terrorismo etarra durante muchos años- utiliza su tribuna periodística para comunicarle a sus lectores la buena nueva de que votará al PP, partido que ha cogobernado esa Comunidad junto a Vox, o sea, alimentando electoralmente a la misma ultraderecha que desdeña ese envío de cartas, balas y navaja y lo califica de montaje del gobierno de España, legal como todo el mundo debiera saber. A mí lo que vote el profesor Savater me importa lo mismo que la opinión del cantante Bosé sobre las vacunas. Lo que me preocupa como ciudadano es la justificación de su voto escrita por un catedrático de Filosofía. En las dos primeras frases de su artículo menciona a tres personas, una de las cuales resulta imposible de conciliar con las otras dos (El viejo truco de “asocia que algo queda”). Todos sabemos que no conviene mezclar churras con merinas, aunque ambas sean ovejas o sumar peras con manzanas, aunque ambas sean frutas, y que todo es subjetivo, salvo lo que podemos objetivar. En esta ocasión, mi ojo lector se tropezó con una estrecha columna periodística en la que aparece Tom (Thomas) Paine en la primera línea y Bertrand Russell en la segunda. Por lógica, al mismo ojo le resultó impensable que en la quinta chocara con Isabel Díaz Ayuso. Admito, por supuesto, que no todos los lectores de Savater saben quiénes son los dos primeros. En cualquier caso, el desconocimiento es fácil de subsanar, si disponen de la caña de pescar en Internet. A ratón pronto, se quedarían pasmados al comprender que se trata de dos pensadores ingleses: el primero, un ilustrado del siglo XVIII -por cierto, partidario, tras la abolición de la esclavitud, de una redistribución de las tierras entre los esclavos- y el segundo, un filósofo, premio Nobel de Literatura en 1950 y activista político del siglo XX (Dicho sea de paso, activista, según el diccionario de la RAE, no es un gamberro provocador como nos quiere hacer creer la manipuladora-jefe de Vox, sino el “militante de un movimiento social, de una organización sindical o de un partido político que interviene activamente en la propaganda y el proselitismo de sus ideas”, o sea, una actividad de lo más constitucional). Una vez informados de la enorme valía de esos dos sabios, el supuesto lector del Savater periodístico se queda patidifuso y empieza a sufrir los efectos de una especie de contrasentido intelectual, sabedor de que Díaz Ayuso ni está ni se la espera en el campo del pensamiento. A partir de ahí todo es posible. Por ejemplo, comparar la lucha del partido comunista de España por instaurar la democracia con la de los franquistas que, dice, se hicieron el harakiri político con similar finalidad.
El otro ejemplo, pero este desde la vertiente del madrileñismo frívolo, es el ofrecido por Andrés Trapiello también ¡ay! en el mismo diario. En una pequeña entrevista niega que exista en España un sentimiento de madrileñofobia, opinión que respeto, pero no comparto. En realidad, lo que me ha erizado los pelos cerebrales es su majeza al “definir” a la actual presidenta de la Comunidad de Madrid: “No es Ortega y Gasset, pero a lo mejor lo que necesitamos es a una nueva Manuela Malasaña o, mejor, una Manola Malasaña”. O sea, Ayuso no tiene la talla intelectual de un pensador como Ortega, pero sí puede convertirse en una heroína popular como aquella, luchadora por la libertad y ejecutada por el ejército invasor de Napoleón.
“Madrid es mucho Madrid” fue la frase de un abogado que, hace muchas décadas, intentó definir el virginal y provinciano asombro que le causó esa ciudad. Entre quienes le conocimos se convirtió, claro, en sinónimo de tontada. Hoy, lo rememoro porque me sirve para calificar no solo el simplismo de los dos escritores mencionados, sino la complejidad de una situación política que soy incapaz de resumir. No obstante, subrayo una característica de esa urbe que, además, es también de primordial interés para el resto de España: quizá sería conveniente que los dueños de sus medios de comunicación se reunieran, por ejemplo, en la serenidad de un Parador serrano y evaluaran los despistes interesados de la mayoría de ellos. Para que no acabe desapareciendo por el despeñadero de los tuits, porque el periodismo escrito, radiofónico o televisual tiene que ser de calidad expresiva, reflexiva y, desde luego, independiente. No por volandera, una columna periodística ha de estar chapuceramente escrita y ser intencionadamente partidista.
Puede leer aquí anteriores artículos de Antonio Álvarez de la Rosa