“Hace unos días, recordé la bondad inusual y constante de un amigo que, a pesar de circunstancias adversas, de violencias profesionales en su contra, de animadversiones gratuitas y demás asperezas comunes, nunca ha perdido la confianza en el prójimo porque siempre le ha concedido, al menos, el beneficio de la duda”
OPINIÓN. Apuntes del diario. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor30/09/21. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com nos trae Apuntes del diario: “La compañía diaria del mar, la inmensidad que impone y la pequeñez a que te reduce, lleva algún tiempo haciéndome un guiño o, más bien, una invitación a probar un nuevo formato periodístico...
...que me sirva para no perder las ganas de comentar lo que leo, veo y oigo, además de para tratar de embarcar en la lectura a quienes se sientan mareados por la marejadilla de la actualidad, asfixiados por el dogmatismo de la superficialidad, por la estupidez de la frivolidad y por la manipulación informativa de demasiados medios de comunicación”.
Apuntes del diario
“Para que algo sea interesante, basta con mirarlo intensamente”
(Flaubert).
La compañía diaria del mar, la inmensidad que impone y la pequeñez a que te reduce, lleva algún tiempo haciéndome un guiño o, más bien, una invitación a probar un nuevo formato periodístico que me sirva para no perder las ganas de comentar lo que leo, veo y oigo, además de para tratar de embarcar en la lectura a quienes se sientan mareados por la marejadilla de la actualidad, asfixiados por el dogmatismo de la superficialidad, por la estupidez de la frivolidad y por la manipulación informativa de demasiados medios de comunicación. De ahí mi intento de mirar y de mirarme para tratar de seguir viendo con cierta claridad. De ahí que me apetezca escribir y meditar -dos acciones que no siempre van unidas- sobre lo que voy anotando en un cuaderno de apuntes y de brochazos que me ayudan a iluminar el mural de nuestra época. Intento reflejar lo que observo desde la perspectiva de quien cree que, en esencia, el presente es el pasado menos sus circunstancias. Desde mi atalaya senatorial y desde la lucidez de quien sabe lo poco que sabe, pretendo reflejar la alegría, la bondad esperanzadora que nos proporcionan muchos congéneres, la profesionalidad puesta al servicio de los demás, pero también la estupefacción, la rabiosa actualidad -la que enrabieta, quiero decir-, la hidra de la necedad, o sea, el inconmensurable caleidoscopio de nuestra condición humana. Entre el pasado que no sabemos cómo encajar en nuestras vidas y el futuro, enigmático por definición, el presente se nos va sin apenas enterarnos de qué va. Otra píldora reflexiva de Flaubert lo resume mucho mejor. Desde Atenas, hace ya 171 años (19 de diciembre de 1850) y desde el lazareto del Pireo donde estaba confinado a causa de una epidemia de cólera, le escribe a Louis Bouilhet, un amigo íntimo: “¿No sueñas a menudo con los globos? El hombre del futuro quizá tenga inmensas alegrías. Viajará por las estrellas con píldoras de aire en sus bolsillos. Hemos llegado demasiado pronto y demasiado tarde. Habremos hecho lo más difícil y lo menos glorioso: la transición. Para establecer algo duradero, se precisa una base fija. El futuro nos atormenta y el pasado nos retiene. De ahí que el presente se nos escape”.
Olvido, mas olvido recordado
Somos deudores de los demás. Desde la Bolsa de valores que se cotizan en el seno familiar hasta el mercado profesional, pasando por el patio de la escuela -dicho sea en el vasto sentido de esta palabra-, somos lo que debemos a los demás. Todo lo que hemos sentido o visto, todo lo que hemos leído, pensado o imaginado es consecuencia, más o menos directa, de lo que hemos bebido en esas fuentes educadoras y creadoras.
Hace unos días, recordé la bondad inusual y constante de un amigo que, a pesar de circunstancias adversas, de violencias profesionales en su contra, de animadversiones gratuitas y demás asperezas comunes, nunca ha perdido la confianza en el prójimo porque siempre le ha concedido, al menos, el beneficio de la duda. Justo entonces y no sé a través de qué extraños vericuetos neuronales, me volvió a la cabeza El olvido que seremos, la novela de Héctor Abad Faciolince, la película de Fernando Trueba y, sobre todo, el doctor Héctor Abad Gómez, magníficamente encarnado por Javier Cámara. Un guión, por cierto, capaz de mechar una tragedia con el buen humor de la ternura. Al abrir la cajita de los recuerdos como lector y espectador, seguí encontrando la frescura esperanzadora de un médico al que calificaban de “apóstol de los derechos humanos” en el trágico y violento Medellín de los años setenta, un encorbatado señor, ejemplar padre de familia, hombre culto e ilustrado, querido y admirado por los pobres, un islote de bondad y tolerancia en medio de una sociedad intolerante, odiado por narcotraficantes, guerrilleros y paramilitares, amenazado, acallado por el poder político constituido y, por supuesto, asesinado por dos sicarios desde una moto. Cuando pasan unas pocas décadas, esa clase de personas, imprescindibles para aceitar la herrumbre social que generamos a diario, engrosa los sedimentos del olvido. Quedan en la historia escrita, pero no en el relato agradecido de la sociedad a la que sirvió. La literatura y el cine con frecuencia les rescatan para que el olvido sea un olvido recordado. Y es que la bondad, la comprensión, el respeto y la solidaridad nunca han gozado de “buena prensa” y, sí mucho de la mala.
Dos modelos
Joe Ligen entró en la cárcel en 1953, a la edad de 15 años. Salió el pasado mes de febrero con 83: un total de 68 años encerrado. Analfabeto, sin posibilidad alguna de pasar por una escuela, acusado de pertenecer a una banda juvenil que, al parecer, causó la muerte de dos personas, fue condenado a cadena perpetua, tras un juicio que duró un día y, por supuesto, sin las debidas garantías judiciales. Esta escueta y mortificante noticia esconde o, mejor dicho, sigue revelando la herida profunda y sin cicatrizar que tiene EEUU: la sed de venganza de un país compuesto de inmigrantes blancos y esclavos de otras razas. ¿Qué pensaríamos, me pregunto, los ciudadanos de Europa si esta barbaridad judicial y penitenciaria hubiese ocurrido en nuestra Unión? Al hilo de esta convicción, en estos días he podido ver en la televisión y leer en la prensa dos comportamientos policiales radicalmente opuestos y que, en principio, no deben ser comparados, pero que son la incomparable muestra de dos modelos de sociedad. Mientras en la frontera de Texas la policía norteamericana, montada a caballo, cargaba contra migrantes haitianos refugiados bajo un puente, les acorralaban como hacen con el ganado y les encadenaban como a delincuentes, en la frontera marítima de Canarias, la policía y la Cruz Roja actúan como profesionales respetuosos con la dignidad de cualquier ser humano. Mientras allí sacan el látigo contra los esclavos, aquí les protegen contra la hipotermia. Por suerte, vivo en la sociedad en la que me gusta vivir y a la que he contribuido, profesional y fiscalmente, para tratar de hacerla lo más habitable posible.
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