“Quizá, libro mediante, reflexionarían algo más todos los que, con las banderas al viento y henchido el pecho de amor patrio, surcan por rutas caseras a la búsqueda de un grial más universal”
OPINIÓN. Sin conclusiones. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor
12/05/22. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el libro ‘Historia de un alemán’ de Sebastian Haffner: “Refleja la convicción de que la historia se desarrolla en la telaraña que cada individuo traza desde su propia intimidad, que son los seres humanos...
...anónimos y multiplicados los que, con su acción o con su pasividad, con valentía o cobardía, con honradez o con abyección, con inteligencia o torpeza, confeccionan el tapiz de la historia”.
¿Es la carcoma?
A veces, la lectura de un libro es como un hilo de Ariadna. Te lleva a otra historia y a otra, unidos por una interrogación. Ya hace algunos años que me viene preocupando el inquietante deterioro democrático de Francia, el ascenso cuasi vertiginoso, en términos históricos, de su extrema derecha. Más allá de este caso concreto -podría citar asimismo el de Inglaterra o el de la misma España-, me escuece la pregunta: ¿cómo, en un pestañeo histórico, un país sólido, culto, de poderosa musculatura profesional, se puede desmoronar, carcomido desde dentro? ¿En qué momento se nota, cuándo empiezan a crujir sus estructuras antes del derrumbe definitivo? Sin duda, hay razones históricas y económicas que lo explican o casi, pero me interesa buscar por debajo de la carpintería institucional, fijarme en el comportamiento social, en la sordera generalizada, en el autismo imperante, en la desmemoria devastadora.
Historia de un alemán, de Sebastian Haffner (Destino, 2001), es la traducción de una obra que fue escrita en 1939, pero que permaneció inédita hasta el 2000 (En este sentido, me ha recordado La agonía de Francia, la crónica que Chaves Nogales transmite de la ocupación nazi de París, en el momento mismo de producirse. En el caso del periodista alemán, cuando leemos la suya estamos leyendo lo que el joven Haffner (1907-1999) escribió al sentir los primeros estruendos de la hecatombe mundial. De ahí, en gran medida, lo excepcional de este relato autobiográfico, escrito, como él mismo señala, por alguien que “no es en modo alguno un político, ni mucho menos un conspirador o un ‘enemigo público’”. Sencillamente(?), un joven ario, recién Licenciado en Derecho. Intuye que está “contando una parte importante y desconocida de la historia alemana y europea” (p.186). En este sentido, refleja la convicción de que la historia se desarrolla en la telaraña que cada individuo traza desde su propia intimidad, que son los seres humanos anónimos y multiplicados los que, con su acción o con su pasividad, con valentía o cobardía, con honradez o con abyección, con inteligencia o torpeza, confeccionan el tapiz de la historia. Frente a ellos, desaparecidos los instrumentos esenciales de la política, o sea, del debate ideológico, se encuentra el Molloch del Estado, el monstruo capaz de devorarlo todo. Si del párrafo siguiente sustituyera Alemania por otros países europeos, podríamos contemplar la radiografía de buena parte de nuestro entorno: “(ese Estado) -dice Sebastian Haffner en 1939, insisto- ha ido avanzando hasta penetrar en el que fuera el ámbito privado del que también está tratando de expulsar a su enemigo, al hombre obstinado, para después someterlo; es ahí en la máxima intimidad, donde hay está teniendo lugar en Alemania el combate que buscan en vano quienes ponen su mira en el terreno político. Lo que uno come y bebe, la persona a la que uno ama, las aficiones a las que dedica su tiempo libre, la gente con la que trata, se sonríe o tiene un aspecto siniestro, lo que lee y los cuadros que cuelga en la pared..., en eso consiste la lucha política en Alemania. Este es el campo sobre el que se deciden de antemano las batallas de las futuras guerras mundiales. Puede sonar grotesco, pero es así” (p.190).
Desde el amor a Alemania, desde el amor que siente sin necesidad de írselo estampando en la cara a todo el que se ponga por delante, Haffner hace sonar los claros clarines de las fanfarrias nacionalistas, populistas, extremoderechistas, etc. Quizá, libro mediante, reflexionarían algo más todos los que, con las banderas al viento y henchido el pecho de amor patrio, surcan por rutas caseras a la búsqueda de un grial más universal. Este es el ataque de ira de Haffner al ver lo que tantos millones de compatriotas no quisieron o supieron ver: “El nacionalismo de club deportivo que imperó durante la guerra mundial y que hoy alimenta el espíritu de los nazis, la alegría ávida e infantil que supuso el hecho de ver el propio país representado en el mapa como una mancha de color cada vez más y más grande, la sensación de triunfo por las victorias conseguidas, el placer ante la humillación y el sometimiento ajenos, el gozoso paladeo del temor que uno inspira, el autobombo nacional al estilo de los ‘maestros cantores’, la manipulación onanista en torno al pensamiento ‘alemán’, al sentimiento ‘alemán’, a la lealtad ‘alemana’, el hombre ‘alemán’, ‘¡sé alemán!’...” (p.226).
Según Wikipedia, “la plaga de carcoma en edificios y muebles es fácil de reconocer, pero más por sus huellas y sonido al comer la madera (orificios y serrín) que por la visión del insecto en sí, ya que mucha gente desconoce su aspecto. La carcoma coloniza y daña la madera en estado de larva (oruga), pero justo antes de salir al exterior sufre una metamorfosis a coleóptero con capacidad de volar. Su vida al exterior es de pocos días: deposita sus huevos y muere”.
Hasta aquí estamos llegando. ¿O no?
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