“Reconozco que no me resultó fácil convencerme de que el conocimiento de la lengua debería tener la categoría de patrimonio esencial de la humanidad”
OPINIÓN. Sin conclusiones. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor
07/07/22. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el utilizamiento del lenguaje: “Desde las sentencias judiciales que eran -dicen que ya menos - como un campo de minas antilectura, hasta cartas de Hacienda para cuya comprensión se necesita...
...el asesoramiento de un experto en Derecho fiscal, los intrincados matorrales de la sintaxis burocrática se convierten en muros insalvables para un gran porcentaje de la población”.
Con la lengua fuera
Con la lengua fuera, o sea, cansado de repetirme lo mismo desde que, como Obélix, me caí en la marmita de la lengua, observo por el retrovisor de la memoria escolar mi lenta y trabajosa conciencia de nombrar los gozos y las sombras del saber, las alegrías y las penas de designar lo hermoso y calificar la fealdad. Reconozco que no me resultó fácil convencerme de que el conocimiento de la lengua debería tener la categoría de patrimonio esencial de la humanidad. A partir de entonces, cuando ya no tienes la más mínima duda de que la pobreza del lenguaje es hermana de la incomprensión del mundo que te rodea, cuando compruebas que, desde las más altas instancias del poder administrativo, se habla con una jerigonza que impide saber de qué va la cosa y se redacta con lengua de trapo, empiezas a sospechar que esa lacra del entendimiento es algo tan viejo como “oculta, que algo queda”. Desde las sentencias judiciales que eran -dicen que ya menos - como un campo de minas antilectura, hasta cartas de Hacienda para cuya comprensión se necesita el asesoramiento de un experto en Derecho fiscal, los intrincados matorrales de la sintaxis burocrática se convierten en muros insalvables para un gran porcentaje de la población.
Hace pocos días, he leído en elDiario.es la esencia de un fraude social y de una desvergüenza política que, por supuesto, no asoma su nariz en los titulares ni en los telediarios. Un estudio sobre trámites burocráticos relacionados, por ejemplo, con los ERTEs y con el bono social de la luz concluye que el 72% de los procedimientos administrativos “no son claros”. En el contexto de la misma información sobre el alejamiento y desamparo entre el Gobierno y el administrado, añade el periodista informante que solo ocho de cada cien personas -¡un escandaloso 8%!- que viven en la pobreza –“bajo el umbral de la pobreza”, dice literalmente, como si ese dintel protegiera de algo- recibieron una renta autonómica de inserción en 2019. Por si el asunto ya no fuera lo suficientemente terrorífico, la información concluye que la mitad de los trámites rechazados por los diferentes órganos de la Administración son debidos a defectos de forma, o sea, supongo, a errores en la forma de cumplimentar los “papeles”.
Esta perversa maquinaria convierte a miles de ciudadanos en protociudadanos o en súbditos. Es posible que me equivoque, porque no conozco ninguna investigación al respecto, pero sospecho que cada vez se oyen y ven menos los noticiarios. En nuestra casa, escuchamos la radio sobre todo en la cocina y durante los pausados momentos del desayuno. No pasa una sola mañana sin que nos sobresalte la incomprensión de lo que en ella tratan de decir. No por ignorancia del asunto tratado, sino por el mal empleo de términos o por retorcimientos de la sintaxis que producen calambres neuronales. A veces, mi mujer y yo, nos miramos estupefactos y nos preguntamos: “¿Tú has entendido lo que ha dicho?”. Por cierto, dado que hay generosos fondos europeos para contribuir al desarrollo de España, quizá a la cúpula del PP no le vendría mal pedir una paguita para profesores que ayuden a sus dirigentes en la comprensión lectora y en la expresión del pensamiento. Pensándolo bien, podrían ofrecer unas becas para los que reciban algo más de 100000€ y ayudarles así a deformar un poco menos la maravillosa lengua española que, durante tantos siglos, nos ha servido como vehículo de comunicación. Desde Mariano Rajoy a su alumna Isabel Ayuso, toda una cohorte analfabeta que, sabiendo leer y escribir, según consta en sus currículums oficiales, no saben ni lo uno ni lo otro.
El reciente ejemplo de un alumno, que ha elegido estudiar Filología Clásica tras obtener la mejor nota en la EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad), saca a la superficie sociológica el anhelado modelo educativo de la inmensa mayoría de las familias españolas: ¿Para qué sirve, deben NO reflexionar, estudiar el material con el que pensamos, soñamos, amamos y nos relacionamos? El lavado de cerebro tecnológico y sus consiguientes despistes y cortedad de miras han conseguido que nos ufanemos de ignorar lo que, en primer lugar, ha hecho posible cualquier avance de la humanidad desde que nos bajamos del árbol. ¿Cómo calificaríamos a un alumno de Ingeniería que, por ejemplo, despreciara saber los orígenes y composición del hormigón?
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