“Siempre ocurre lo mismo cuando uno se codea con los grandes escritores o con los mayúsculos pensadores. Hablen de la época que hablen, parece como si se refirieran a nuestra rabiosa actualidad”
OPINIÓN. Sin conclusiones. Por Antonio Álvarez
El escritor es un traductor
14/10/22. Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el escritor Stefan Zweig: “En esta época en que asoma por demasiados sitios el hocico totalitario y, por consiguiente, la tendencia impuesta a que solo exista una forma de pensar, me parece...
...muy recomendable la lectura y meditación de la obra de un escritor cada vez más de nuestros días”.
Stefan Zweig ante nuestro espejo
La historia no se repite, pero tampoco dimite. En rigor, no son comparables nuestros días con los del advenimiento del nazismo. Sin embargo, el crujir de las libertades, los guantazos de intolerancia que salpican el mapamundi, la enfermedad senil de los nacionalismos, las excrecencias políticas de los ex Imperios y los millones de ciudadanos que tienden a banalizarlo casi todo -incluso lo más preocupante-, conforman un panorama ideológico que justifica nuestra necesidad del compromiso social y político de los intelectuales, la exigencia, sobre todo, de no pasar por debajo de la mesa de la actualidad las advertencias o los olores que algunos de ellos ventean antes que los demás, su condición de perros perdigueros que, en circunstancias críticas, olfatean lo que la mayoría de los ciudadanos no huelen. Ni ahora ni cuando, por ejemplo, Europa se hallaba en la antesala de dos totalitarismos.
De ahí, el acierto del Centro Cultural de la Malagueta de organizar unas Jornadas, celebradas recientemente, sobre “Stefan Zweig en el mundo de hoy”, ideadas y coordinadas por Alfredo Taján, conversaciones, además, aderezadas con películas basadas en sus obras y en su propia vida. Desde el conocimiento histórico, editores, escritores y críticos literarios han dialogado sobre la biografía de un ciudadano del mundo en el marco de la efervescencia cultural de la Viena austrohúngara, sobre la militancia europeísta de Zweig, sobre el valor intelectual y cívico que mantuvo para no caer en las garras de la militancia política y soportar las acusaciones de pacifista, elitista y demás -istas fanáticos... De ahí, también, la alegría al comprobar que su obra no se ha eclipsado, porque los años y conmemoraciones como la desarrollada en ese Centro cultural de Málaga demuestran que este humanista cosmopolita se ha convertido en un clásico familiar.
Desde que en 1982 leí, en su edición francesa, El mundo de ayer, dejé de ser solo el entusiasmado lector de sus biografías que fui durante mi juventud universitaria. De repente, descubrí en este libro, cuyo subtítulo tan significativo es Memorias de un europeo, no tanto el testimonio de una época ya lejana, sino algo vivo que, desde nuestro presente, sigue teniendo la urgencia de un futuro deseado, un canto a la paz, a la libertad, a la cultura, un libro-testimonio que puede ayudarnos a comprender la Europa del siglo XXI, porque queremos vivir en un territorio europeo civilizado, abierto al mundo, para poder movernos como viajaba Stefan Zweig en el primer tercio de ese siglo, para pertenecer a ese espacio sin fronteras que tanto amó. Escribió ese libro, una especie de manifiesto político, de dolorosa vindicación de un mundo perdido, arrasado por las guerras y las mareas inmensas del nazismo y del estalinismo, en los días más negros y sin esperanza de la II Guerra mundial, lejos de Europa, en Brasil. Poco después, se suicidó en compañía de Lotte, su compañera.
Siempre ocurre lo mismo cuando uno se codea con los grandes escritores o con los mayúsculos pensadores. Hablen de la época que hablen, parece como si se refirieran a nuestra rabiosa actualidad, a la que nos hace rabiar porque no es nueva, sino tan antigua como la condición humana. Ese es el efecto que, hace ya un par de décadas, me produjo, por ejemplo, otra de sus obras, que releo a sorbos cuando me asalta la desesperanza: Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia (Acantilado, 2001, traducción de Berta Vias Mahou)). En este caso, la mirada lúcida de Zweig nos ayuda no solo a iluminar la oscuridad de un enfrentamiento, ocurrido en el siglo XVI, entre dos hombres que sintetizaron, por una parte, la libertad espiritual y, por otra, la violencia ejercida desde el poder, la conciencia libre frente a la tiranía, antitéticas posiciones ideológicas que han hecho derramar tanta sangre y que tanto drama han generado. Nos sirve asimismo de brújula para no perdernos en la tormentosa actualidad y para tratar de entender los ciclos oscurantistas que, como Guadianas ideológicos, habitan siempre entre nosotros. Nadie mejor que el propio Zweig para resumirlo: “El poder que no se amilana ante nada y que hace escarnio de cualquier gesto de humanidad como si fuera una debilidad, es una fuerza desmedida. Un terror estatal forjado de manera sistemática y ejercido despóticamente paraliza la voluntad del individuo, disuelve y socava cualquier comunidad. Como una enfermedad consuntiva va corroyendo las almas. Y pronto -éste es su secreto último-, la cobardía general se convierte en su ayudante y alcahueta, pues el sentirse cada uno sospechoso, hace que los demás también lo sean y, por culpa del miedo, los miedosos se adelantan a las órdenes y prohibiciones de sus tiranos aún con mayor solicitud” (p. 70).
En esta época en que asoma por demasiados sitios el hocico totalitario y, por consiguiente, la tendencia impuesta a que solo exista una forma de pensar, me parece muy recomendable la lectura y meditación de la obra de un escritor cada vez más de nuestros días.
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