Luis Feria no fue un poeta tempranero, empezó a publicar cuando ya tenía 34 años. Supo, desde un principio, la enorme dificultad que encierra tratar de decir(nos) lo indecible

OPINIÓN. Sin conclusiones. Por 
Antonio Álvarez
El escritor es un traductor

23/03/23. 
Opinión. El catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna (Tenerife), Antonio Álvarez, en su colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com escribe sobre el poeta Luis Feria: “Aunque lo parezca, no todos los poetas creen en la poesía, en la posibilidad que tienen de decirnos lo que no se puede expresar de otra manera. Luis Feria, sí. Salvo en una entrevista periodística,...

...casi nunca teorizó sobre el concepto o el alcance de la poesía. Sin embargo, como creador mantuvo siempre una suerte de fe en su función”.

El tuétano de las palabras

A Paco Torres, poeta y editor, en la admiración hacia Luis Feria

[En 1999, la UNESCO adoptó por primera vez el 21 de marzo como Día Mundial de la Poesía “por ser una de las formas más preciadas de la expresión e identidad lingüística de la humanidad. La poesía, practicada a lo largo de la historia en todas las culturas y en todos los continentes, habla de nuestra humanidad común y de nuestros valores compartidos, transformando el poema más simple en un poderoso catalizador del diálogo y la paz”].

Tras leer en voz alta “A la lenta caída de la tarde/ amar la vida largamente es todo/ el oficio del hombre que respira. / Alzar la mano y detener el cielo. / Destino de la luz, nunca te acabes”, hoy, 21 de marzo, imaginé que compartía un tocino de cielo con el poeta Luis Feria (1927-1998) en una de aquellas inacabables sobremesas en las que el tiempo se saltaba todas las leyes de la relatividad. Un cuarto de siglo después de su muerte, me digo, recordar a un verdadero escritor es fácil. Pasado el tiempo, la trituradora de la desmemoria puede dañarle los huesos sociales, pero no su carne creadora. Una vez desaparecida la estela de su paso por la existencia, quedan los anclajes sólidos de la obra. Tantos años después sigo creyendo que lo escrito y publicado por Luis Feria –su obra inédita está en un veremos que ya se prolonga demasiado- va a perdurar mucho más allá de la memoria de su persona, porque empezamos a morir cuando mueren los que nos han conocido, como dijo el filósofo francés Alain (frase, dicho sea de paso, muy repetida, pero cuya autoría es poco citada). En casos como el de Feria, y posibles biografías aparte, andando el tiempo poco importará su yo social y mucho su yo creador, como dejó pensado Marcel Proust. Muy poco interesará al lector la mordacidad de su ironía, los comentarios venenosos sobre la estupidez social, su generosidad y sentido posesivo de la amistad, su afición a los dulces, tartas y demás golosineos, su aparente misantropía última, ni el nulo caso que le hacía a los relojes, al suyo y al de los demás.

Aunque lo parezca, no todos los poetas creen en la poesía, en la posibilidad que tienen de decirnos lo que no se puede expresar de otra manera. Luis Feria, sí. Salvo en una entrevista periodística, casi nunca teorizó sobre el concepto o el alcance de la poesía. Sin embargo, como creador mantuvo siempre una suerte de fe en su función. Lo demuestra un solo ejemplo, una especie de dogma poético, que el lector puede hallar en Cuchillo casi flor (1989): “No existe lo imposible, el poema lo niega”. Supo, además, que nunca puede bastar lo dicho, que siempre hay que volver a intentarlo, a tratar de llegar a la esencia de los grandes asuntos, de las sempiternas angustias que acompañan al hombre a lo largo de su existencia. Para alcanzar esa meta inalcanzable confiaba en la palabra. Por supuesto, sabía, como todo poeta digno de ese nombre, que “las palabras son siempre más anchas que los labios” (Los escritores, es decir, los que no mecanizan la expresión, los que no acatan la lengua del poder, los que saben que las palabras pueden servir, y sirven a diario, para destruir el pensamiento, esos escritores y no los escribanos que escriben al dictado, son los auténticos enemigos de los que quieren imponer una ideología).


La lengua de los poetas, como todo buen lector sabe, no es traducible. O nos percute o nos pasa rozando. Por más que nos expliquen un poema, o nos conmueve o nos deja fríos. La exégesis solo enriquece nuestro conocimiento, si ha habido un previo temblor estético.

Luis Feria no fue un poeta tempranero, empezó a publicar cuando ya tenía 34 años. Supo, desde un principio, la enorme dificultad que encierra tratar de decir(nos) lo indecible. Como todos los que han leído poesía, como cualquiera que, en su adolescencia y juventud, siente el estremecimiento del amor y los latigazos de la sensibilidad, Luis Feria debió escribir poemas juveniles para el desahogo, alivios para las penas del alma en medio de las turbulencias de unos años que se van y solo regresan maquillados por la memoria. Seguro que, de haberlos conservado, los sentiríamos fríos, sin más calor que el que le pudieran dar los estudiosos al buscar los orígenes de lo que más tarde sería su obra publicada. Como puede comprobarse, desde su primer libro es manifiesta la preocupación del poeta por encontrar el tuétano de las palabras, por arrancarles las capas que ocultan su verdadero significado, por ofrecernos las que mejor se pueden acercar a las profundidades de nuestro ser y de nuestro estar en el mundo, por despojarlas del corsé que ocultan su verdadero cuerpo. Ya en Conciencia (1961), decía: “Las palabras son siempre más anchas que los labios,/ mayores que la ausencia y que la infamia”.

Luis Feria era la mano que mecía la cuna de las palabras. Además de arrullarlas, les quitaba las legañas de su hibernación en los diccionarios, las lavaba, hasta las empolvaba y, por fin, tras toda esa escritura muy trabajada, las mandaba a que nos percutieran sobre el xilofón de nuestro imaginario. Detrás, presente pero invisible, como debe ser, estaba y sigue estando el auténtico poeta. Como todos ellos y aunque no lo parezca, Luis trabajaba la poesía de día y de noche. Utilizo el verbo “trabajar” con toda intención, porque en general el oficio de poeta está más bien etiquetado como ocupación de desocupados o, en el mejor de los casos, como pasatiempo de soñadores poco útiles a la sociedad. Siempre ha sido así y me temo que, en un tiempo como el nuestro, no será fácil que sus acciones se coticen mejor en la bolsa de los valores. Por eso, dejemos aparcada la habitual queja, porque, como se suele decir, el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. El quehacer del poeta, en todo caso, le aleja de sí mismo y de sus semejantes. Le aleja, eso sí, para encontrar al lector y para invitarle a compartir, para sacarnos de la modorra de nuestra propia conciencia. Si nos ofrece su palabra es para situarla fuera del alcance de la mentira. Si nos saca fuera de nosotros mismos es para que esa libertad adquirida nos vuelva rebeldes al orden de los predadores que despedazan la palabra a diario. La vida y la poesía se cogen de la mano en un indisoluble lazo que Luis Feria mantuvo siempre. Esa fue la única ambición posible para quien confiaba en que el Arte, en este caso el suyo, sea el único paraguas contra los chaparrones de la realidad, piedra angular sobre la que nos siguen convocando sus versos.

Parodiando uno de sus poemas sobre la Rosa (“Cuando descreo/ me pongo en tu fogón deliberado/me leo tus recetas del amor”), cuando releo o me recito sus versos, sigo creyendo que su obra se agranda con el paso del tiempo. Sin alharacas fugaces, Luis Feria se ha convertido en lo que se ha dado en llamar un poeta de culto, es decir, en un escritor sumamente apreciado por todos los que, de boca a oreja, han ido ampliando la lista de sus lectores devotos (En este sentido, esperemos que llegue a buen puerto editorial la publicación, a lo largo de 2023, de una amplia antología del poeta tinerfeño, premio Adonais 1961, que figura entre los proyectos de EDA libros). Salvo que uno sea futurólogo, es imposible saber la pervivencia de su obra, el lugar que acabará ocupando, por ejemplo, en los manuales de la historia literaria. Lo que sí se puede comprobar con facilidad, hoy por hoy e incluso por mañana, es que su escritura se mantiene sólida y arraigada. Y eso, en el torbellino de publicaciones que zarandean nuestra atención, es la prueba de que tenemos Luis Feria para un buen rato.

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