“El secuestro trasciende las fronteras españolas y tiene un seguimiento informativo internacional. El padre de la niña y un grupo de empresarios de la Costa del Sol ofrecen sustanciosas recompensas a cambio de cualquier pista”
OPINIÓN. Málaga y sus historias. Por Ramón Triviño
Periodista16/12/20. Opinión. El periodista Ramón Triviño, en su colaboración habitual con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, en la que recopila curiosidades de la historia de Málaga, escribe un texto sobre el secuestro de la pequeña Melodie: “El coche ya había abandonado la urbanización cuando una furgoneta blanca les interceptó el paso. Nakachian hijo no pudo evitar el choque. Fue entonces cuando cuatro encapuchados...
...bajaron de la furgoneta. Dos de ellos llevaban escopetas. Un tercero empuñaba una pistola y el cuarto, un aerosol de gas”.
El secuestro de Melodie Nakachian
El día 9 de noviembre de 1987, el hijo mayor de Nakachian, llamado también Raymond, se ocupó, como casi todos los días, de llevar a su propia hija y a su hermanastra, Melodie, al colegio. Él y su esposa, Deborah Kallenbach, salieron con las dos niñas a bordo de un flamante BMW rojo matriculado en los Países Bajos de la casa de los Nakachian, situada en la urbanización Atalaya Alta, de Estepona.
El coche ya había abandonado la urbanización cuando una furgoneta blanca les interceptó el paso. Nakachian hijo no pudo evitar el choque. Fue entonces cuando cuatro encapuchados bajaron de la furgoneta. Dos de ellos llevaban escopetas. Un tercero empuñaba una pistola y el cuarto, un aerosol de gas.
Eran poco más de las nueve de la mañana, cuando la niña, de cinco años, era secuestrada. Melodie Nakachian, es la hija de Raymond Nakachian, financiero libanés afincado en la Costa del Sol, y de la princesa coreana Kimera, desconocida cantante de ópera, que se hizo famosa por sus exagerados maquillajes que lucía a todas horas, incluso en los momentos más amargos del secuestro.
Se inicia así un cautiverio de once días cuyo móvil, tras especular con diversas hipótesis que alimentaron las dudas acerca del turbio pasado del empresario libanés, se concreta en un rescate económico de mil quinientos millones de pesetas en billetes de 50 dólares.
Melodie Nakachian junto a sus padres
Las negociaciones, iniciadas con la publicación de un anuncio en el diario Sur, son dirigidas por un policía que se hace pasar por el portavoz de la familia y consigue rebajar la petición hasta trescientos millones.
El secuestro trasciende las fronteras españolas y tiene un seguimiento informativo internacional. El padre de la niña y un grupo de empresarios de la Costa del Sol ofrecen sustanciosas recompensas a cambio de cualquier pista, mientras la princesa Kimera protagoniza dramáticos llamamientos a los secuestradores mostrando su disposición a pagar el rescate.
Las investigaciones se ven favorecidas por la fortuna cuando un cura entregó a la policía una cartera que un hombre en chándal había perdido en la calle. Era una cartera con francos franceses y una nota manuscrita en francés que recogía frases como "la paciencia tiene un límite", "es muy fácil raptar a un niño" y "matar a Melodie". El jefe de la banda, como luego se supo, era el hombre que corría en chándal por las calles de Benalmádena para mantenerse en forma mientras Melodie sufría el cruel encierro.
Una brillante operación de los GEO pone final a este secuestro el 20 de noviembre, con el rescate de Melodie y la detención de cuatro integrantes del grupo de malhechores. Un año después era detenido en Barcelona Jean Louis Camerini, cerebro de la banda francesa que perpetró el delito.
Es relevante recordar que los secuestradores llegaron en yate y algunos incluso frecuentaron a la familia Nakachian en un bien urdido golpe que intentaba culminar con el elevado precio del rescate.
Por cierto, el cura de Benalmádena, el que entregó a la policía la cartera de Camerini, cobró la recompensa prometida por los empresarios de la zona y los Nakachian, aunque, una vez pasada la euforia del momento, los quince millones quedaron reducidos a dos, uno para el cura y otro para la feligresa que recogió la cartera del suelo y la entregó a su párroco.
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