Fue levantado por el bando franquista en los terrenos que hasta ahora ocupaba el antiguo Aquapark. Por aquel presidio inhumano, al aire libre y delimitado por una valla metálica, pasaron miles de prisioneros de guerra

OPINIÓN. 
Málaga y sus historias. Por Ramón Triviño
Periodista

03/03/21. 
Opinión. El periodista Ramón Triviño, en su colaboración habitual con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, en la que recopila curiosidades de la historia de Málaga, escribe un texto sobre el campo de concentración que hubo en Torremolinos entre 1938 y 1939: “En los documentos de la época, sin embargo, este centro de confinamiento figura como “campo de concentración de prisioneros y evadidos de guerra”...

...Disponía incluso de sello propio. El 30 de marzo de 1939 llegaron a pasar revista 1.924 prisioneros, según un certificado firmado por el capitán jefe del campo, aunque se desconoce el número total de personas retenidas en Torremolinos durante los últimos meses de la guerra civil y el comienzo de la dictadura”.

Campo de concentración en Torremolinos

Aunque desde la reinstauración de la democracia nunca ha sido reconocido oficialmente, en Torremolinos hubo un campo de concentración entre 1938 y 1939.


Fue levantado por el bando franquista en los terrenos que hasta ahora ocupaba el antiguo Aquapark. Por aquel presidio inhumano, al aire libre y delimitado por una valla metálica, pasaron miles de prisioneros de guerra. Aunque algunas investigaciones sacaron a la luz estos hechos hace años, la falta de documentación permitió levantar un muro de silencio, cuando no de negación, en torno a uno de los episodios más oscuros de la historia de Málaga.

El historiador Carlos Blanco encontró certificados oficiales que demuestran la existencia de este campo, como un informe de intendencia, una revista administrativa y una factura. Un presupuesto del Ministerio de Defensa Nacional revela que la Tesorería de Hacienda de Sevilla cubría los gastos de este  servicio, con un coste diario de 1,65 pesetas por preso.

La documentación aportada por Blanco no deja lugar a dudas, aunque el exalcalde Pedro Fernández Montes (PP) llegó a negar que en Torremolinos hubiese existido un campo de concentración “sino un campo de internamiento, que no es lo mismo” y calificó de “tópico” la reivindicación para condenar este episodio durante un pleno municipal en 2015.

Homenaje realizado a los presos en 2016

En los documentos de la época, sin embargo, este centro de confinamiento figura como “campo de concentración de prisioneros y evadidos de guerra”. Disponía incluso de sello propio. El 30 de marzo de 1939 llegaron a pasar revista 1.924 prisioneros, según un certificado firmado por el capitán jefe del campo, aunque se desconoce el número total de personas retenidas en Torremolinos durante los últimos meses de la guerra civil y el comienzo de la dictadura.

Según la misma información, otro documento destapa cómo se costeaba el servicio; el comisario de guerra validaba las facturas, que eran revisadas por el jefe de contabilidad, el interventor y el delegado de Hacienda. Como ejemplo, desde Sevilla pagaron 6.349 pesetas por el funcionamiento del campo de concentración durante los días 30 y 31 de marzo de 1939. Todos estos extractos eran remitidos al Tribunal de Cuentas.

Las condiciones de vida allí eran pésimas y el día a día se convertía en una auténtica tortura. Por la mañana se formaba a golpe de corneta a los internos. Al mediodía recibían como única comida una lata de sardinas y al anochecer se realizaba el recuento, según los testimonios recogidos por distintos investigadores entre familiares de los internos. El suelo del recinto era durante muchos días un auténtico campo de fango. El terreno se embarraba, se encharcaba. Miles de presos se mojaban porque no había un lugar donde guarecerse.

Tampoco había servicios médicos, de forma que muchas personas murieron de enfermedad y de las lamentables condiciones que allí se daban. En zanjas abiertas hacían sus necesidades, cubriéndose cuando se llenaban y cavando otras nuevas. Una alberca servía para regar las tierras del cortijo del Moro que había en los alrededores del campo, sin posibilidad de lavarse.


Puede ver aquí otros artículos de Ramón Triviño