“La malagueña Manuela Kirkpatrick entró tardíamente a servir en palacio como dama de la reina, concretamente en 1847. Pero sus dotes de simpatía enseguida le ganaron la confianza de Isabel II, que ese mismo año la nombró su camarera mayor, el puesto más relevante para una mujer en la corte”
OPINIÓN. Málaga y sus historias. Por Ramón Triviño
Periodista
22/02/23. Opinión. El periodista Ramón Triviño, en su colaboración habitual con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com, en la que recopila curiosidades de la historia de Málaga, escribe sobre María Manuela Kirkpatrick: “El matrimonio se estableció inicialmente en Málaga, y después en Granada, donde nacieron sus dos hijas, María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, conocida como Paca Alba,...
...que casó con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, duque de Alba. Y María Eugenia de Guzmán, condesa de Teba, Eugenia de Montijo, que fue emperatriz de los franceses por su matrimonio con Napoleón III”.
La madre de la emperatriz Eugenia de Montijo y de la duquesa de Alba
María Manuela Kirkpatrick de Closeburn y de Grévignée, condesa consorte de Montijo, ostentó este título nobiliario, entre otros muchos, y la dignidad de grande de España, por su matrimonio con Cipriano Portocarrero. Las dos hijas que tuvo, Francisca y Eugenia, fueron por sus matrimonios, respectivamente, duquesa de Alba y emperatriz de los franceses.
María Manuela Kirkpatrick nació en Málaga el 24 de febrero de 1794. Fue hija de Guillermo Kirkpatrick y Wilson noble escocés que de joven se había exiliado en España a causa de su catolicismo y su lealtad jacobita y que pertenecía a un grupo de ciudadanos que tenía el objetivo de restaurar en el trono a Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia, y de la malagueña María Francisca de Grévignée y Gallegos, llamada familiarmente Fanny, de origen valón (Bélgica) y también noble.
Su padre se estableció en Jerez de la Frontera, dedicándose con éxito al comercio de vinos; después pasó a Málaga, donde compaginó sus negocios con el cargo de cónsul de los Estados Unidos, y en esta ciudad se casó tardíamente con la hija de su socio, el barón Henri de Grévignée, un ciudadano de Lieja (Bélgica) establecido en Málaga como comerciante.
Manuela recibió una educación francófila. Durante su adolescencia y juventud viajaba a menudo a París, alojándose en casa de su tía Catalina, hermana de su madre, que estaba casada con el diplomático francés Mathieu de Lesseps. Estos fueron los padres de su primo Ferdinand, once años menor que ella y futuro vizconde de Lesseps, quien por los años 30 se ocuparía de introducirla en las más altas esferas de la sociedad parisina.
Durante una estancia en París en 1816, y en casa de sus tíos, Manuela conoció al español Cipriano de Guzmán, conde de Teba, que al año siguiente se convertiría en su marido. Cipriano era un curtido militar de más de treinta años, diez mayor que ella, tuerto de un ojo y que cojeaba de una pierna. Liberal exaltado, afrancesado y masón, había combatido en el bando francés durante la Guerra de la Independencia, recibiendo heridas que le dejaron las lesiones citadas.
María Manuela Kirkpatrick
En 1812 acompañó al destierro en Francia al destronado José Bonaparte, y después siguió sirviendo a Napoleón en sus campañas. El 15 de diciembre de 1817 contrajeron matrimonio en Málaga, después de que él hubiera obtenido un indulto del rey Fernando VII que le permitió regresar a España.
Usaba Cipriano por entonces el apellido de Guzmán y el título de conde de Teba, como segundogénito de la casa de Montijo. Pero en 1834, por la muerte de su hermano Eugenio, sucedería en los de conde de Montijo y de Miranda, duque de Peñaranda de Duero, marqués de la Algaba, además de otros títulos y tomaría en primer lugar el apellido Portocarrero. Era hijo de la ilustrada María Francisca de Sales Portocarrero de Guzmán y Zúñiga, VI condesa de Montijo, y del teniente general Felipe Antonio de Palafox y Croy, su primer marido, hijo a su vez de los marqueses de Ariza.
El matrimonio se estableció inicialmente en Málaga, y después en Granada, donde nacieron sus dos hijas, María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, conocida como Paca Alba, que casó con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, duque de Alba. Y María Eugenia de Guzmán, condesa de Teba, Eugenia de Montijo, que fue emperatriz de los franceses por su matrimonio con Napoleón III.
La convivencia conyugal duró menos de quince años. A comienzos de la década de 1830, se descubrió que el conde de Teba estaba implicado en una conspiración liberal contra Fernando VII y fue encarcelado por breve tiempo y después confinado en Granada bajo vigilancia policial. A raíz de ello, Manuela se trasladó con sus hijas a París con la excusa de completar la educación de las niñas.
La muerte del rey Fernando VII en 1833 y la consiguiente regencia de María Cristina de Borbón, llamada la Gobernadora, alivió considerablemente la situación de Cipriano Portocarrero, que se vio rehabilitado ante la corte. En 1834 murió sin descendencia Eugenio Portocarrero, su hermano mayor, y le sucedió en los títulos y grandezas de su casa, heredando también una cuantiosa fortuna.
Una nueva vida empezaba para él con un nuevo nombre, cambió su apellido Guzmán por Portocarrero, conde de Montijo. Pasó a residir en Madrid, y bajo el Estatuto Real fue nombrado sin problema prócer del Reino. Sin embargo, su mujer no regresó junto a él. La condesa de Teba era ahora la condesa de Montijo, pero seguía en París.
Manuela Kirkpatrick frecuentaba en París a hombres de letras como Henri Beyle (Stendhal) o Prosper Mérimée, a quien había conocido en España. Mérimée fue buen amigo de la familia formada por Manuela y sus hijas, interesándose en la educación de estas. Por su propia declaración se sabe que el argumento de su novela Carmen se lo sugirió la condesa al relatarle un suceso real. Esta anécdota ha dado pie a que algunas fuentes supongan, erróneamente, que la personalidad de Carmen estaba inspirada en la de Manuela.
Por estos años cultivó también la amistad del joven diplomático inglés George Villiers, embajador en España desde 1833, que en 1838 heredó el título de IV conde de Clarendon y más tarde sería secretario del Foreign Office. Se conoce una estancia de Manuela y sus hijas en Londres durante la temporada de cricket de 1837.
Esta amistad dio pie a habladurías sobre una relación adúltera de la condesa con Villiers, soltero y seis años más joven que ella. Se ha dicho que Manuela, recién viuda, habría sufrido una decepción cuando lord Clarendon contrajo matrimonio en 1839 con una dama inglesa, también viuda aunque mucho más joven. Y hasta se ha llegado a atribuir al inglés la paternidad de las hijas de ella, cosa del todo inverosímil teniendo en cuenta los fechas.
Después de que muriera su marido en 1839, todavía se quedó algún tiempo en París la condesa viuda de Montijo. Hacia 1843, cuando sus hijas tendrían unos 18 y 17 años, se instaló en Madrid, dedicándose a una intensa vida social, sin reparar en gastos, con el claro propósito de ‘casarlas bien’. Durante la ‘década moderada’, Manuela protagonizó la vida mundana de la corte isabelina, congregando a lo más granado de la aristocracia y la alta burguesía en los bailes, conciertos y sesiones que a menudo celebraba en su palacio de la plaza del Ángel y en su casa de campo de Carabanchel, donde se construyó incluso un teatro.
La malagueña Manuela Kirkpatrick entró tardíamente a servir en palacio como dama de la reina, concretamente en 1847. Pero sus dotes de simpatía enseguida le ganaron la confianza de Isabel II, que ese mismo año la nombró su camarera mayor, el puesto más relevante para una mujer en la corte.
Ocupaba dicho cargo en febrero de 1848, cuando se celebró la boda de su hija Paca con el duque de Alba, pero cesó pocos meses después, tras solo un año de servicio. Su enemistad con el marqués de Miraflores, presidente del Senado y gobernador de palacio, la llevó a pedir el cese y a abandonar la corte. La reina quiso desagraviarla con un raro privilegio, desde entonces y hasta el final de su reinado, la condesa viuda de Montijo mantuvo en la Real Casa los ‘honores y consideraciones’ de camarera mayor.
A raíz de su salida de palacio, Manuela se instaló de nuevo en París en compañía de su hija Eugenia. Cinco años duró esta nueva estancia en la capital francesa, durante los cuales madre e hija aprovecharon bien el tiempo. El 30 de enero de 1853 Eugenia se casó en la catedral de Notre Dame con el ya emperador Napoleón III, en una ceremonia que revivió los esplendores del Ancien Régime.
Con el casamiento de su hija menor, la condesa viuda de Montijo había cumplido su objetivo, y tras la boda regresó a Madrid, donde aún vivió un cuarto de siglo rodeada de una gran consideración social. Esta etapa se vio ensombrecida, en 1860, por la prematura muerte de su hija Paca Alba, que le dejó tres nietos de corta edad a quienes dedicó sus desvelos.
Falleció en su casa de Carabanchel el 22 de noviembre de 1879, a los 85 años de edad. Seis meses antes, había muerto trágicamente en Sudáfrica su nieto el príncipe Luis Napoleón, único hijo de Eugenia y heredero de los Bonaparte.
Si está interesado en profundizar en la biografía de María Manuela Kirkpatrick lo puede hacer a través de libro Olvidadas de Ramón Triviño. Enlace: https://goo.su/nZ3vNQ
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