“Se refleja de manera incomparable el modo y manera con que, política y socialmente –lo percibo–, me pueden estar intentando confundir y, así, condenarme al ‘averno de las masas’”
OPINIÓN. Cuarta cultura. Por Ramón Burgos
Periodista
23/09/24. Opinión. El periodista Ramón Burgos escribe en su colaboración para EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre la opinión pública: “Tengo una sensación muy cercana a la más pura dramaturgia teatral... Como si el autor o los autores de la obra no hubiesen calculado bien el argumento y, sobre todo, el final, dejando que los actores interpreten a su modo y manera, sin respeto alguno por el libreto original...
Aunque también –os lo confieso– tengo la sensación contraria”.
Lo que me pasa
A mi modo de ver –hoy me va a costar mucho trabajo pluralizar–, son demasiadas las situaciones sobrevenidas que afectan de forma drástica a la tierra que me vio nacer.
Tengo una sensación muy cercana a la más pura dramaturgia teatral... Como si el autor o los autores de la obra no hubiesen calculado bien el argumento y, sobre todo, el final, dejando que los actores interpreten a su modo y manera, sin respeto alguno por el libreto original... Aunque también –os lo confieso– tengo la sensación contraria: que todo lo dicho está perfectamente diseñado por sus creadores; y los intérpretes sólo son marionetas manejadas con certeros hilos.
Esta reflexión nace de un texto, que corre por las redes sociales: The Screwtape letters (C. S. Lewis, 1942), recopilación de artículos publicados por el periódico Manchester Guardian. “Treinta y una cartas supuestamente escritas por el anciano diablo Escrutopo, un demonio malvado y voraz, a su sobrino Orugario, un demonio principiante”.
Y en una de esas satánicas misivas, no me cabe duda, se refleja de manera incomparable el modo y manera con que, política y socialmente –lo percibo–, me pueden estar intentando confundir y, así, condenarme al “averno de las masas”: “¿Y cómo lograste llevar tantas almas al infierno en aquella época”, preguntaba el advenedizo. Y la respuesta no pudo ser más sincera: “(...) ¡Era un gran campo de concentración para prisioneros voluntarios! (¡Jajajajajaja!). Aceptaron todo, siempre y cuando pudieran prolongar sus vidas miserables un día más. Ya no tenían la más mínima idea de que Él, y sólo Él, es quien da la vida y la termina. Fue así. Tan fácil como nunca había sido”.
Quizá entendáis ahora la razón por la cual no deseaba escribir estas líneas en plural y únicamente referirme a mis percepciones, pues no quiero compararme con nadie ni sumarme, tampoco, a cualquier grey de palmeros mentecatos –por llamarlos de alguna manera–.
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