“Ya parece claro que la tierra se calienta, aunque habrá quien lo niegue, que el aire se contamina, que el agua se acaba y que los remedios que proponemos solo son “parches” que funcionan a medias”

OPINIÓN. 
Piscos y pegoletes
. Por Enrique Torres Bernier
Profesor del Departamento de Economía Aplicada de la UMA


14/09/23. 
Opinión. El Doctor en Ciencias Económicas y especialista en turismo y ordenación del territorio, Enrique Torres, escribe en su colaboración en EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com sobre el turismo masivo: “El ciudadano se ha convertido en un consumidor egoísta, dispuesto a destruir los recursos y la cultura del planeta a cambio de un derecho “concedido” de irse...

...de vacaciones, es decir, a ser turista”.

La insostenibilidad del turismo de masas

“Si me queréis, irse”
Grito de desesperación de Lola Flores ante la multitud que intentaba asistir a la boda de su hija Lolita en Fuengirola

Creo sinceramente que turismo de masas es un oxímoron que además tiene poco y mal arreglo. Ese turismo de masas que mueve millones de personas en el mundo y que provoca grandes impactos, muchos de ellos irreversibles, sobre los recursos naturales y culturales de la humanidad.

Tras la pandemia del COVID y las manifestaciones de desastres naturales provocados por el cambio climático (erupciones, incendios e inundaciones masivas,…), la humanidad entera entona el “mea culpa” por los desmanes que ha provocado en una loca carrera por el crecimiento mediante el consumo masivo.

Ya parece claro que la tierra se calienta, aunque habrá quien lo niegue, que el aire se contamina, que el agua se acaba y que los remedios que proponemos solo son “parches” que funcionan a medias.


Como dice Carolyn Steel, “cuando experimentamos dificultades comunes, nos unimos de manera natural y nos volvemos más empáticos, altruistas y visionarios”, de hecho recuperamos el derecho a la utopía. Algo de esto ocurrió tras las tragedias que supusieron las dos guerras mundiales a las que siguieron la creación de organismos internacionales para la regulación de los conflictos. O las reacciones de solidaridad que aparecieron en todo el mundo tras la pandemia. Pero, sin embargo, nada de esto sirve.

El ciudadano se ha convertido en un consumidor egoísta, dispuesto a destruir los recursos y la cultura del planeta a cambio de un derecho “concedido” de irse de vacaciones, es decir, a ser turista.

Tan claro queda esto que son las propias administraciones las que cada vez más toman medidas para por lo menos, disminuir los efectos negativos de estos movimientos de masas mediante incentivos y normativas restrictivas al efecto, pero mucho me temo que la codicia de los grandes capitales y las demagogias populistas echen al traste tales medidas.

Por todo lo anterior, si la cultura y la naturaleza tuvieran voz estoy seguro que gritarían como la Faraona “si me queréis, irse”.

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